El encuentro no tan inesperado… de Miguel y José María
Por: Raúl Jiménez Lescas
Ciudad de Morelia,Michoacán, 15 de octubre del 2022
Cinco años después, de espaldas al pelotón de fusilamiento, en el fantasmal y polvoriento pueblito de San Cristóbal, Ecatepec, el generalísimo José María se acordó el sábado en que se volvió a encontrar con su ex rector, Don Miguel Hidalgo. Al principio, le pareció un encuentro casual… después… quizá inesperado. Entonces Carácuaro era una pequeña villa de la Tierra Caliente, pobre y más olvidada de la mano de Dios… y del Rey. Unas 2 mil 500 almas daban vida al curato, donde José María era el cura titular.
Hacía muchos años que el estudiante nicolaita “cápense” y el rector nicolaita, se vieron por última vez. La despedida fue cordial. José María salió bien librado del Colegio y prosiguió sus estudios en el Seminario Tridentino…. don Miguel partió, no tan bien librado, de ese mismo Colegio a cubrir el curato de Dolores, pero una señora muy seductora, de buen ver y mejor vestir, con traje de moda y chongo afrancesado los volvió a unir…. La arrolladora señora de la Revolución.
- José María Morelos, enterado del levantamiento de Hidalgo, dejó su apacible vida de cura y comerciante en el curato de Carácuaro y, presuroso, cabalgó al encuentro con su ex rector del Colegio de San Nicolás Obispo, Don Miguel Hidalgo y los insurgentes, quienes, después de la toma de Guanajuato, se dirigían a la señorial ciudad de Valladolid, ciudad que tomaron en la segunda quincena de octubre.
El cura de Carácuaro recibió la orden de pegar el edicto de excomunión de Don Miguel Hidalgo en las puertas de sus iglesias y parroquias. Lo hizo, pero dudaba. Lo mejor sería cabalgar hasta su ciudad natal de Valladolid para cerciorarse de los dramáticos y espantadores sucesos en la Nueva España, que después de 3 siglos, sufría terribles dolores de parto. Miles de insurgentes, mal armados, mal comidos y peor vestidos, pero bajo el mando firme y optimista de Hidalgo, recorrieron de golpe pueblos, haciendas y villas. Desde el domingo 16 de septiembre de 1810, en bola ocuparon la hacienda de la Erre, Atotonilco que les prestó un estandarte, la virgen morena, San Miguel el Grande, Celaya y, la señorial capital de la intendencia de Guanajuato.
Tras una batalla sangrienta en la Alhóndiga de Granaditas, a los oídos de Hidalgo llegó el san lunes 8 de octubre, la agradable noticia de que Manuel Merino, el Intendente de Michoacán, y Diego García Conde, el comandante de armas, habían sido aprehendidos, dejando las puertas abiertas para tomar otra provincia de importancia como Valladolid de Michoacán.
Hidalgo envió a Don Mariano Jiménez con 3,000 hombres para tomar Valladolid de manera pacífica. Los pocos españoles que quedaban en la ciudad huyeron antes de la llegada de la tropa insurgente; entre ellos el abad, los canónigos y el teniente Agustín de Iturbide.
El lunes 15 de octubre, el ejército insurgente en marcha hacia la ciudad de Valladolid, conferenciaron en Indaparapeo, con una comisión vallisoletana, integrada por el canónigo Betancourt, el capitán José María Arancivia y, el regidor Isidro Huarte, designados para entregarles de manera pacífica la ciudad. El martes 16 partieron de Indaparapeo unos, y de Zinapécuaro otros, en camino a Valladolid.
Los insurgentes fueron muy bien recibidos por una multitud en Valladolid, donde Hidalgo había pasado muchos años de su vida, como estudiante, luego profesor y autoridad del Colegio de San Nicolás de Obispo. Pero las puertas cerradas de la majestuosa y rosa catedral, hizo que a Hidalgo se le derramara la bilis.
Entre las cosas destacadas que Hidalgo hizo en esta ciudad, fue ordenar que se emitiera el bando de la primera Declaratoria de la Abolición de la Esclavitud del 19 de octubre, cuando le ordenó a don Mariano Anzorena -a quien había nombrado como Intendente de Cabildo de Michoacán-, publicar el decreto por el cual se abolía la esclavitud y cuyo incumplimiento mandaba castigar con la pena de muerte y la confiscación de todos los bienes del infractor.
La señora revolución llega a los oídos de Morelos…
quién tuvo noticias de la insurrección de Dolores en octubre por boca de Rafael Guedea dueño de la hacienda de Guadalupe, y el cura de Carácuaro se dirigió al encuentro con Hidalgo y los insurgentes, pero estos dejaban atrás Valladolid el sabadito 20, cabalgando alegremente por el camino real con rumbo a Charo, Indaparapeo y Acámbaro, con la meta de llegar a la capital del virreinato, la ciudad de México.
Era sabadito 20 de octubre. Morelos los alcanzó en Charo, donde seguramente Don Miguel le dijo: “Síganme los buenos”. Llegaron a Indaparapeo y comieron en el tradicional mesón de la villa. Hidalgo no le dijo: “Comes y te vas”, sino que le explicó ampliamente su plan de revolución e independencia. Despejó las dudas. Y, José María, después de mirar el cielo y encomendarse a su Dios, se ofreció como capellán para acompañar a los insurgentes, pero Hidalgo lo instruyó para que levantara el sur contra los españoles:
“Por el presente comisiono en toda forma á mi Lugarteniente el bachiller Don José María Morelos, Cura de Carácuaro, para que en las costas del Sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado.” Éstas palabras las grabó en su memoria durante 5 años de guerra, hasta que el inquisidor de la ciudad de México, le pidió que se las deletreara palabra por palabra, tal y cómo las había escrito de puño y letra en el mesón de Indaparapeo, el cura de dolores.
El nuevo lugarteniente de Hidalgo, dispuesto a seguir la lucha por la causa de los insurgentes, cabalgó de regreso pasando por Charo y llegando a su casa, donde su hermana Toñita le preparó un suculento chocolate de Uruapan, conversó con su cuñado y se despidió de su única sobrina que conocía. Madrugó, como siempre, a eso de las 4 de la mañana, tras el desayuno, caminó por las calles vallisoletanas hasta la catedral. Solicitó licencia a la mitra de Michoacán el 22 de octubre. Ese mismo día, todo presuroso y tocado por la señora de la Revolución, regresó a Carácuaro y Nocupétaro, cabalgando a todo galope por el camino real, pasando por San José del Cerrito, Santiago Undameo, Cruz Caminos, Acaten, Casa Blanca, Loma Larga hasta llegar a su curato tierracalentano, donde armó a un grupo de 25 hombres, en realidad 24 hombres y un niño de 9 años, Juanito, con los que inició su primera campaña militar. Ahora se les conoce como “Los Héroes de Nocupétaro”, pero en realidad también lo son de Carácuaro, Acuitzio, Huetamo, San Jacinto y Zacatula.
De espaldas al pelotón de fusilamiento…. se acordó que el 25 de octubre del Año del Señor de 1810… salió de su curato a cumplir con la encomienda de Hidalgo porque le había dicho que la causa era justa. Y en sus oídos, volvió a escuchar, antes de las descargas de fusilería:
Por un cabo doy dos reales,
por un sargento, un doblón;
por mi general Morelos
doy todo mi corazón.
Descubre más desde REVISTA UNIDAD PARLAMENTARIA
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Reblogueó esto en rjlescas.
Me gustaMe gusta