PARECE QUE FUE AYER. 55 AÑOS DESDE QUE DON ANGEL MARÍA GARIBAY SE FUE A TAMOACHÁN

Alejandro Cea Olivares

Ciudad de México 21 de octubre del 2022

Lentes gruesos que no ocultaban unos ojos inteligentes, en ocasiones irónicos, en otras enojados; siempre profundos. La barba dura, hirsuta dirían los cultos, le llegaba a la altura del esternón. Sus trajes de lana poco cepillada, viejos, de cura de pueblo. Porque eso fue don Angel María Garibay, un cura de pueblo, de pueblos: Xilotepec, San Martín de las Pirámides, Tenancingo, Otumba, en los que aprendió y enseñó, ayudó y puso orden y, sobre todo, admiró a su gente y se preguntó por sus raíces. Este cura párroco extendió su enseñanza a todo México. Nos demostró con su obra y ejemplo que nuestra gran riqueza está formada por lo indígena y la cultura clásica, todo hermanado por el cristianismo.

Hace 500 años el mundo occidental supo de la ciudad de Tenochtitlán, “la más preciosa que se ha visto”, de su emperador Montecuzoma, del paisaje y de los muchos pueblos que habitaban en lo que después sería el centro de México. Las Cartas de Relación escritas por Hernán Cortés le abrireron el apetito de oro al joven emperador Carlos, que en esos momentos ponía por primera vez un pie en España y originaron interés grande por saber de las nuevas tierras. A pocos años de la invención de la imprenta, lo escrito por Cortés fue traducido a los principales idiomas. Se convirtió en éxito de lectura.

Por su parte la vida, creencias, y organización de los conquistados, únicamente fue conocido tangencialmente, o sea tocando apenas un poco el tema, por los escritos de Cortés, de Bernal Díaz del Castillo o de López de Gómara. Afortunadamente, el interés de franciscanos y dominicos por saber de aquellos a los que misionaban logró – Motolinía, Bernardino de Sahagún y Diego Durán – que interrogaran a sobrevivientes indígenas y refirieran lo dicho. Estos escritos, más los realizados por descendientes de nobles indígenas guardaron, porque prácticamente fue guardado bajo siete llaves durante tres siglos, el saber de esos pueblos.

Fue hasta después de la independencia, en el siglo XIX, en que algunos historiadores buscaron en bibliotecas y archivos europeos lo formulado por los indígenas, y fue hasta el siglo XX en que los de a pie pudimos tener acceso directo a sus escritos. Los Anales de Tlaltelolco, el códice Pomar, los libros de Bernardino de Sahagún y de Diego Durán, etc., fueron puestos en circulación en ediciones anotadas y para todos. En esa tarea el padre Angel María Garibay Kintana fue único en producción, entrega y calidad.

Al ordenar los escritos indígenas, el Padre Garibay descubrió que al igual que griegos, romanos, franceses, ingleses, españoles, etc., el mundo náhuatl tuvo literatura: poesía, épica, obras de teatro, discursos, historias, obras morales. Y algo más, su discípulo Miguel León Portilla, con los materiales dispuestos por el padre Garibay, demostró que hubo una filosofía náhuatl, metafísica, ética, estética.

Imagínense lo que gana en autoestima, en fortaleza, quien descubre que sus abuelos, cuya capacidad, creatividad, bondad, decencia, etc., habían sido negados por una parte de su familia, fueron en realidad sabios, creadores, con sentido de bondad, honestos. Esto ocurrió con la cultura mexicana gracias al aporte en primer lugar del padre Garibay.

Don Angel María Garibay nos regaló algo más: tradujo a un español entendíble por las mayorías mexicanas y de Latinoamérica al teatro griego, a los Proverbios de Salomón y a una antología de libros sapiensiales de los judíos, egipcios y acadios.

La obra del Padre Garibay ha estado presente en nuestras vidas. Muchos leímos la Visión de los Vencidos, realizada por don Miguel León Portilla con textos aportados por su maestro; las grandes temporadas de teatro del Seguro Social o de la Universidad Veracruza con López Tarso, doña Ofelia Guilmaian y otros grandes, usaron las traducciones del teatro clásico del padre Garibay y, algunos tenemos en casa y muchos hemos consultado, el maravilloso Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, obra de extraordinaria cobertura de información y monumento al esfuerzo y grandeza de tantos mexicanos que fue iniciada y dirigida por el padre Garibay, y continuada por sus amigos y discípulos, don Felipe Teixidor y don Miguel León Portilla. En ella participaron un grupo – pléyade – de las mayores estrellas del universo cultural de México, obra de unidad, de acuerdo entre muchos, obra para que conozcamos a quienes nos han dado lo mejor de lo que hoy somos.

Para quienes desconocen la grandeza indígena, Garibay regala su universo literario y en respuesta a los negadores – indigenismo de café – del mundo clásico y el cristianismo. Garibay nos emociona y nos hace parte del dolor de Orestes, de las Troyanas, del horror de Edipo. Por su vida, por su vocación, el padre Garibay nos muestra que para él, como para muchos mexicanos, Jesucristo nació, murió y resucitó para que seamos liberados y vivamos en plenitud. Cultura indígena, cultura clásica y cristianismo se unen en Garibay: sacerdote, cristiano, nahuatlaco, humanista clásico.

Para toda situación de crisis, de dificultad al retomar la cultura, redescubrir lo propio no soluciona obviamente los problemas, pero fortalece nuestra persona, nuestra inteligencia, y abre horizontes a nuestra actividad y a nuestras esperanzas. Ese es el regalo de Angel María Garibay. Leer la poesía, la épica, la historia del mundo náhuatl o asomarse a la sabiduría del mundo clásico o de la Biblia, nos ofrece mejores formas para entendernos y entender nuestra realidad: nos descubre grandezas muy por sobre las actuales de la ganancia, del placer, del adormecimiento del parloteo cotidiano.

Ya en lo humano, en lo terrestre, fue hombre sencillo y de servicio; celoso de su intimidad – corrió a los técnicos que llegaron a su casa a ponerle teléfono, “Ahora a cada rato me van a molestar – y más celoso del respeto que merecía la cultura indígena y el cristianismo. Se le veía sentado en el confesionario de la Basílica de Guadalupe y citaba a los más anticlericales de sus amigos en una banca dentro de la Basílica para que “por lo menos una vez en su vida visitaran a la Virgen”.

Además de su evidente capacidad de trabajo y gran inteligencia, descubrí la grandeza de Angel María Garibay cuando platicó que siendo cura de Otumba, su cuarto tenía una ventanita que daba a la plaza. Él traducía en ese momento a Esquilo, se levantaba y contemplaba a los indígenas, se decía: ahí está Agamenón, Egisto, Orestes, Antígona su hermana, Casandra. Elevaba a los del mercado a la altura de los héroes griegos. Concluí: quien admira de tal forma, descubre lo mejor de un pueblo y de si mismo. Eso ocurrió: Garibay se enamoró y sirvió al indio vivo. Esa valoración lo llevó a preguntarse por el origen del tal grandeza y así nos regaló uno de los grandes tesoros de México: la parte espiritual, de ideas, de poesía, de reflexiones, de una cultura que todos admiramos en sus construcciones, en sus esculturas, pintura, alfarería y que con el aporte de Garibay, hoy la admiramos por su construcción espiritual.

Recordemos a menos de la mitad del costo de un desayuno en Toks y a la quinta parte de tiempo de una estúpida serie televisiva. Están algunos de los libros del padre Garibay en «Sepan Cuantos» de Porrúa o en la UNAM. Ahí están Panorama de la Literatura Náhuatl, Historia de la Literatura Náhuatl, Poesía Náhuatl, Epica Náhuatl, la Historia General de México de fray Bernardino de Sahugún o las traducciones sencillas, claras, respetuosas del español hablado aquí de Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes; o bien, la traducción bajo el nombre de Sabiduría de Israel de varios libros sapienciales de la Biblia.
Ahí lo tenemos a la mano y aquí al golpe de una tecla.

Filosofía Nahuatl

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Poesía Náhautl

Semblanza por Miguel León Portilla

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Escritos varios.

Literatura del México Antiguo (muy completa compilación)


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