Hoy mismo tu rostro y tu silencio, salen a deambular por los pasillos sin fin de la memoria. Encuentras epifanías de la sinrazón, revoluciones desglosadas, llamaradas del conocimiento, mareas insondables reventando el interior del huracán. La mirada del loco revisando el vacío: la mirada del genio, construyendo en ese mismo vacío estructuras silenciosas que reptan el sabor de la creación. En cada habitación del manicomio, se escuchan las voces del que no tuvo tiempo de dialogar, que hoy juega a dislocar sus monólogos. Y la que come sus cabellos: royendo las máquinas tragamonedas de cristal, cuando en sus justos sueños era enriquecida y despertó con nada. La paleontografía huyendo de su destino cruel, mordisqueando sus restos de papel y tierra, revisando cajones dispersos, cuadriculados, caniculados, articulados, anillados. El oscurantista, mirando los enormes ventanales, vidrieras que el tecnicolor le indica cuan cambiados están los tiempos, hasta que le irrumpe el compositor, con la sinfonía que resquebraja la finísima cristalería. No hay forma que quede en pie, en el manicomio pulular: unos entablan el cambio estilando un laberinto y otros modifican sus ensueños para estirar la ilusión en su celda. Sucede que va pasando el que conecta de arrecifes la cadena de la ciudad, instala los peces y el agua por las calles y edificios. Saltados de la camisa de fuerza: los ojos, los brazos y los cuerpos, comienzan con grandilocuencia a hablar. El falso filósofo enmarcando el silogismo panfletario de premisas vagas, e ígnara bestial. Y cada uno y cada cada cual, vistiendo el color blanco, que en otros tiempos pudo ser nupcial o inocente: hoy les anuda los brazos a la espalda, como el símbolo que les hace perder su libertad. Pero destaca la risa cuántica, el ataque repentino de la carcajada que retumba en los abismos, cuando se quieren cerrar los oídos, apagar los ojos, inmolar la mente, solo la carcajada en eco, sin principio ni fin, recorre los espacios singulares. Solo la carcajada es. Ninguno llega a conclusiones, ninguno dicta o reflexiona, porque la locura no tiene reglas, pero lo insólito es la función del manicomio: cortar las alas de aquellos seres que con toda su amplitud, nos muestran la forma de volar.
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