Por Luis Mac Gregor Arroyo
El Sol estaba a todo lo que daba. Tenía ganas de algo que me saciara la sed así que lo primero que se me ocurrió fue entrar a El café hindú, un lugar en la alcaldía. Me senté en la primera mesa a mi alcance y lo que vi fue la jarra térmica con café. Una característica de este lugar, me recordé, era el cobrar por jarra consumida. Era una vieja tradición histórica, proveniente de algún lugar en el sureste de la India. Así, agarré la taza que estaba sobre la mesa y la llené del líquido. Extraña forma la mía de saciar la sed pues esta bebida se distingue por ser diurética. Realmente era mi costumbre, al final acabaría por pedir un vaso de agua y beberlo por completo, mientras tanto disfrutaría de la bebida del cuerno de África.
‘África e India’, pensé ‘dos lugares misteriosos por mucho tiempo, pues durante décadas en la antigüedad fueron el destino para cantidad de aventureros europeos que esperaban encontrar ahí, atraídos por leyendas y narraciones ya olvidadas, lo que diera cabida a sus necesidades de aventura’. Y heme ahí en un local que en su decoración y frases pintadas en la pared reunía ese ambiente ancestral.
La jarra rendía para tres tazas y comencé a servirme la segunda mientras echaba una mirada a todos los cafeinómanos del local; percatándome que muchos eran ya viejos conocidos, quienes, cual si fuera opio lo consumido, solían estar presentes a la misma hora. En un par de mesas estaban los típicos novios platicando; otros en grupos de tres o cuatro discutían temas diversos; no faltaban los lectores asiduos del diario del día y, claro, las tres profesionistas solas, dos de ellas con su computadora, realizando algún pendiente; pero eso no lo era todo, había algo realmente novedoso, en el fondo estaba alguien a quien había visto antes, pero nuevo en el establecimiento. Era Al Abal. El maestro de mi profesor de Arabí Yoga. Como estaba solo y prácticamente todos los demás en las mesas eran conocidos me acerqué a él para hacerle plática:
—Buen día maestro, gusto en verlo, ¿me recuerda?
Le dije mientras me senté en su mesa. Su reacción fue verme fijamente por un instante breve hasta que con una sonrisa indicaba que me había recordado.
—¡Ah! Hola.
Respondió con un notorio acento hindú.
—Ahora recuerdo, usted es alumno de Ramírez.
—Sí.
Le respondí.
—Disculpe lo inoportuno, pero ya que le vi aquí quise acercarme para hacerle unas preguntas sobre el camino que enseña.
—Diga.
Alzó un poco las manos para dar indicación de que no era ninguna molestia.
—¿En qué difiere un hombre–dios de Dios?
—Bueno, aquí todos ser católicos, en India hay muchas corrientes. La mía pertenece a una antigua tradición del centro de mi país.
—Entiendo, pero cómo puede uno ser un hombre–dios si ya existe un Dios.
—Eso no es problema. En India hay muchos dioses no uno solo…
No compartía del todo su punto de vista. Pues las creencias católicas indican que no hay otro Dios y yo, por empatía con la corriente de mi familia, nunca me había puesto a cuestionarme algo que consideraba dado por hecho.
—Veo su duda. En el campo elevado hay muchas deidades, pero unas cuantas son relevantes. En mi camino seguimos a Ecka la deidad de la pasión.
—Nunca había escuchado hablar de ella.
—Es una deidad que arropa a los espíritus que desean elevarse al estado de absoluto, que es el sitio del hombre–dios.
—Y qué hay del Dios de las personas de occidente.
—Ese es otro camino. Nosotros no nos metemos con nadie pues tenemos el nuestro propio.
Tal vez debí dejar la plática ahí. Sinceramente por la impresión que me daba ese gurú, se me hacía más una farsa que algo real. Sin embargo nunca me había acercado a algo diferente de lo católico, así que inquirí…
—Y cómo puede seguirse ese camino, ¿cualquiera puede?
—Puede cualquiera que conozca a un maestro del camino. En este caso aquí estoy yo. Pero seguirlo requiere de un compromiso profundo y serio.
Ahí estaba la pauta, ahora sólo dependía de mí si decidía aprender del gurú o dejarlo todo ahí.
—Ya veo.
Le respondí sin tomar muy en cuenta lo dicho por él.
—Veo que esto no es lo suyo. Sólo le recomiendo no mencionar con la voz hablada el nombre de nuestra deidad. Únicamente los que siguen este camino pueden hacerlo. Es mejor evitar situaciones de riesgo.
—Sí, claro.
Le respondí con un guiño para hacerle comprender que yo entendía. Sin más interés en abundar simplemente me retiré a mi mesa.
A los pocos minutos volví a voltear a la mesa del gurú y él ya no estaba. No me podía explicar la razón, pues la mía estaba justo en la entrada del local y no lo había visto salir. Como sea no le di mayor importancia al asunto, debí estar distraído.
En eso me vino a la mente el nombre de la Diosa que mencionó “Ecka” susurré. Cuando me percaté que no debía decirlo era demasiado tarde. En fin que podría pasar. Esas creencias eran para gente ignorante.
Estaba terminándome mi tercera taza de café cuando me puse, por ocio, a recorrer con la mirada todas las mesas del lugar, cuando de repente vi cómo en un mesa donde había cuatro personas dos desaparecieron, mientras otra se paraba y la última pagaba la cuenta. Casi me ahogo con el café que acababa de beber y la taza por poco se me zafa de los dedos. ‘Qué pasa’, pensé. En eso recordé que había dicho el nombre de la diosa, lo cual no era de ningún consuelo, pues empezaron a desaparecer y a aparecer más personas en el café. En eso todo mi cuerpo comenzó a temblar de los nervios. Como pude saqué un billete del bolsillo pagué lo que debía y me levante para ir a la calle esperando que todo mejorara. Fue en vano, las personas aparecían y desaparecían a mi alrededor conforme avanzaba. Aterrado me fui trotando hasta llegar a mi morada y me encerré.
Al no ver a nadie en mi hogar todo parecía normal, salvo porque seguía temblando de nervios, aunque ya era menos. Al anochecer algo más me preocupó, me sentía excitado sin razón alguna. Tratando de ignorar los dos inconvenientes traté de conciliar el sueño y, tras un buen rato, lo logré.
Al otro día me dispuse a ir a trabajar, pero no fue tarea fácil, tras salir de casa y llevar recorrida media cuadra vi como un hombre enfrente de mí desaparecía. La impresión hizo que empezara nuevamente a temblar. El temor se apoderó de mí. No teniendo otra idea decidí volver al café esperando encontrarme con el gurú, para que me ayudara salir de este estado. Conforme avanzaba el tiempo la cosa se puso peor. Empecé a ver personas de otros tiempos y de lugares desconocidos (por sus vestimentas) que pasaban a mi lado. Sin embargo, lo peor estaba por llegar, comencé a ver cómo algunas de esas personas, devoradas por una pasión incontrolable se acercaban a la silueta de una mujer voluptuosa en exceso y semidesnuda, de rasgos orientales. La mujer simplemente los besaba o empezaba a tocarlos y terminaba por matarlos. En ese momento la excitación volvió a mi cuerpo; aunque pude controlarme.
Arrecié el paso pero la escena se repetía… personas, incluyendo mujeres, trataban de acercarse a esa diosa deseosas de tocarla. Algunos tenían suerte pues eran rechazadas por la deidad quien parecía no mostrar apetito de tantas personas por el momento. Cuando estuve a punto de llegar al café sentí una brutal lascivia y la diosa apareció frente a mí. Estuve a punto de lanzármele con tal de tocar su cuerpo; pero ella me detuvo, sólo me guiño el ojo como diciendo ‘a ti no’ y desapareció. Cuando el impulso sexual decreció logré llegar al café.
Tambaleante me senté en una mesa del local, pero tan pronto me senté y puse mi mano en la frente, por la preocupación, pude ver al gurú. El cual estaba sentado en mi mesa.
—Veo que pronunció el nombre de nuestra deidad.
Lo miré mientras tenía la respiración agitada por el esfuerzo realizado para llegar al café.
—Tuvo suerte, lo perdonó y decidió dejarlo ir.
El gurú me miró fijamente y con profundidad.
—¡¡Ecka Lu!!
Al decir eso todo volvió a la normalidad y él desapareció. Desde entonces no me ha pasado nada anormal. Eso sí se me olvidó el nombre de la diosa y tenía por seguro: No iba a pretender acordarme de él en mi vida.
III
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