CAMBIO DE VIDA


 
Por Luis Mac Gregor Arroyo

Foto de Ekrulila en Pexels


 
Siempre me habían dado un espanto tremendo las historias de miedo, al grado de no ver películas ni leer textos de terror. Sin embargo, un día cayó en mis manos un texto de H. P. Lovecraft y el espanto me capturó. Nunca me había puesto a considerar que el desasosiego lo absorbiera a uno al grado de no parar hasta terminar un libro. Bueno, ‘finalmente ninguna de esas cosas existe’, pensé. Al terminar la lectura me salí a caminar, necesitaba respirar algo de aire fresco, ventilar ideas, volver a la realidad y olvidarme de esa pesadilla literaria. Cuando menos me di cuenta estaba pasando frente a la iglesia. Me detuve, y pese a ser un ateo de hueso colorado, permanecí un rato observándola y después seguí mi camino. Más tarde recapacité que ya estaba mucho más calmado. En eso recordé un libro People of the Hostage. Un tío muy creyente me lo había recomendado “porque te veo bastante desorientado”, me dijo. Le hice caso y lo leí. Ahí dice que las cosas están tan mal en el planeta que si bien antes uno podía jugar al malabarista sin caer en manos del mal ni en las de Dios; hoy por más que uno quiera no hay otra opción más que ir con el creador. Me llamó la atención el comentario, sin embargo, cómo podía él saber si existía uno o el otro. ‘Esto es una gilipolla, nada de eso existe’, pensé; aunque ‘resulta asombrosa la cantidad de personas que quedan atrapadas en la religión’, consideré. En fin, llegué a casa y me dispuse a reposar, había sido demasiado para un solo día.

 
Al amanecer me alisté desde tempranito para ir a tomar un café. Así que empaqué mi computadora, un par de libros y me dirigí al local de la esquina. Como de costumbre hacía mucho frío en el interior. Así que sólo entré a pedir mi orden y me salí. En las mesas al aire libre seleccioné una que estaba pegada a la puerta de la entrada. Frente a mí estaba sentado un señor de unos setenta años, de piel morena y con lentes obscuros. No acababa de verlo cuando una mujer de aproximadamente 40 años llegó con dos bebidas y se sentó en la mesa con él.
 
Sin querer abundar más en lo que hacían prendí mi computadora. Quería terminar una historia iniciada hace una semana. ‘Veamos´, recapacité en mi mente, ‘El hombre y la leona se enfrentaron con la vista. Sabía que Belia estaba en el cuerpo de esa bestia…’.
 
—¡Hey! Como te decía, deben ocupar la bestia.
 
Dijo el señor de enfrente y no pude más que distraerme.
 
—Olvídate de eso. Aquí está tu bebida favorita.
 
Le dijo la mujer mientras yo trataba de recuperar la concentración.
 
—Es que se necesita a la bestia para que funcione.
 
Dijo el hombre alzando su voz.
 
—Cual bestia ni qué bestia. Mejor toma tu café papá.
 
—Es que te digo que sin eso nada se puede.
 
Por más que traté no me pude concentrar. ¿Por qué el hombre empleaba la palabra que usaba en mi texto? ¿Sería una coincidencia? Tonterías. ‘‘Debía arriesgarse a conquistarla y librarla de los instintos de su condición…’, continué poniendo en mi escrito.
 
—Es que es la única forma de librarla. ¡Esa es la condición!
 
Ya me andaba espantando, ¿de qué hablaba ese hombre?
 
—¡Papá!
 
Dijo la mujer, como no sabiendo qué decirle a su padre para que dejara el tema, mientras al mismo tiempo me pareció que ella volteó a verme de reojo.
 
‘¿A qué se refería el señor?’ Me dije para mis adentros intrigado.
 
—Es que se requiere de la bestia… del diablito.
 
‘Acaso ese señor estaba tratando de atemorizarme’, ‘¿cómo?’, ‘¿sabía en lo que yo estaba pensando?’
 
En eso el adulto mayor como que quiso a voltear a verme, pero su hija interrumpió sus movimientos con un comentario.
 
—Si sigues nos vamos.
 
El señor trató de no hacer caso y continuó.
 
—Pero es que el diablo, el diablito, es en lo que hay que pensar.
 
—¿Y para qué era necesario el diablito si nosotros tres podíamos cargar los documentos?
 
Realmente ese señor me estaba dando miedo, ¿será que era el puritito demonio?
 
—Mira pa’ mil veces te he dicho que no te comportes así, ¡ya nos vamos!
 
Y mientras decía esto la mujer y obligaba a su padre a levantarse, ella volteó un poco hacia mí, con su rostro sonrojado por la pena, para después volver la mirada a su progenitor. Fue cuando me fijé en su arete: era una cruz.
 
El señor ya forzado a pararse se sujetó de dos bastones con trabajos, al parecer tenía las manos reumáticas.
 
—Es que necesito hacerlo.
 
Dijo casi llorando.
 
—¡Déjame!
 
Dijo suplicante.
 
—No, no, no, ya nos vamos.
 
En eso ella volteó y dijo:
 
—¡Buen día!
 
—Igualmente.
 
Le respondí y se alejó con su padre. Había leído alguna vez que la telepatía existe. Ese señor o la practicaba o era… ¿El puritito mal? Estaba espantado. De inmediato guardé mis cosas y me dirigí a la iglesia más cercana. Si era probable que hubiera mal, entonces también el que hubiera bien. Decidí cambiar mis prioridades y buscar la luz. Desde entonces mi vida no volvió a ser la misma.
 
III


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