Uno, que ha trabajado en el mundo del comercio, sabe bien que las mujeres son unos «craks» a la hora de las ventas. En las llamadas «Fuerzas de ventas», equipos de comerciales dedicados a la promoción de productos, sobre el propio campo, donde se enfrentan a los potenciales clientes, tratando de seducirles para que adquieran el objeto de su trabajo, ellas siempre detentan los mejores resultados, y ocupan los primeros puestos del ranking de ventas, y sin tener que esforzarse tampoco demasiado, como yo mismo he observado.
Este fenómeno comentado, no era capaz de explicármelo, en aquellos momentos en los que yo formaba parte de dichos equipos. Sin embargo, cuando he pasado a formar parte del otro lado de la realidad comercial, sí he podido comprobar muchas de las razones que respaldan a las estadísticas: por un lado, las mujeres suelen ser más cucas que los varones, a la hora de comprender cada perfil al que se enfrentan o se dirigen. Por otro, son más dignas de confianza que los varones, cuando exponen el producto. Y, finalmente, poseen algo que se nos ha negado a los varones: la dulzura femenina.
Una mujer, te mira, y ya te ha hecho un escáner bastante fiel de tu condición personal. Habla contigo un ratito, y ya sabe a lo que atenerse con respecto a ti. Las mujeres suelen ser las administradoras de los hogares, algo que hacen con maestría, y esto desde los ancestrales tiempos de la Biblia, que lo reconoce expresamente. Son especialistas, muchas de ellas, en hacer «magia» con el dinero, provocando la fecundidad milagrosa de las monedas. Y esto no es otra cosa que habilidad, y responsabilidad, todo lo cual les ha granjeado una respetable fama de honradez.
En cuanto a la dulzura femenina, es algo que los hombres no podemos negar, porque nos encanta y nos enamora. Los varones, por lo general, somos más brutotes, adoleciendo de una apreciable falta de sensibilidad, al menos en el trato superficial. Puedo aportar dos anécdotas elocuentes: durante una estancia de un mes en Inglaterra, donde fui enviado por mis padres en mi adolescencia, para la práctica del inglés, solo tuve amigas allí. El primer día de Colegio, fui rodeado con toda simpatía por las chicas, sin apenas conocerme personalmente. Con los ingleses, tuve encontronazos continuamente.
La otra anécdota que iba a contar, me sucedió ayer mismo, pero solo fue una secuela de varias experiencias similares que he vivido: entro en una librería que me encuentro al caminar por la calle, atraído por su escaparate. Saludo correctamente al dueño de la misma, que, en ese momento atendía a otra clienta. Cuando comprendo que le puedo preguntar por un libro que buscaba, me responde negativamente que ese libro no lo tienen, y, añade, con cierto enfado, que me espere, que está atendiendo a una clienta que está antes que yo. No me dio tiempo a quedarme petrificado, cuando, desde las entrañas de la librería, surge una mujer, que se dirige a mí con toda amabilidad, saliendo al paso de la brusquedad de su compañero, e intercede por mí. Desde ese instante, todo cambió, y me atendieron con otro talante. El libro que venía buscando, efectivamente no lo tenían físicamente en la tienda, pero me lo pudieron encargar a la editorial.
FRAN AUDIJE
Madrid,España,28 de marzo del 2023
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