Ella y yo


Por Luis Mac Gregor Arroyo

Estaba dando autógrafos al término de la presentación de mi libro El romance
esperado. La multitud no era tanta como hubiera deseado pero para haber sido un
evento con publicidad moderada, no me podía quejar. Además, todavía distaba de
llegar a niveles como los de Alberto Sierra o Giacomodo Ordeón, autores
plenamente reconocidos en el país y en gran parte de Latinoamérica. Cuando
menos ya me conocían en algunos lugares del centro del país y ocasionalmente me
habían pedido en la calle alguna que otra dedicatoria. Era evidente que en el último
lustro mi imagen había crecido. Sin embargo, en este libro, había algo que me hacía
ruido. Mucho trabajo me había costado desarrollar a mi personaje principal. Había
hecho una investigación juiciosa sobre lo que la mujer significaba para algunas
creencias poco conocidas de Medio Oriente. Algunas las elevaban, junto con el
varón, al nivel de creadores universales; aunque nunca se aclaraba por qué o cómo.
De cualquier manera eso me abrió todo un panorama para crear a Armonía, la
protagonista, cuyo amor parecía tener una sensibilidad de amplitud desconocida
para su contraparte. Sin duda ella era el personaje más ficcional desarrollado por
mí durante mi corta trayectoria como escritor. ¿Le habría dado suficiente
personalidad? ¿Era realista desarrollar una historia de amor basada en un 86% de
inventiva pura o se quedaría corta rayando en lo ingenuo? Mi libro previo había
sido exitoso por basarse en hechos reales, aunque también fue una ficción el
desarrollo de la trama, ¿la magia continuaría en esta nueva entrega? Tenía mis
dudas. En sí ¿qué era el amor verdadero? Hacía algunos años que no convivía con
mujer alguna de manera seria y prolongada… ¿Es posible que tuviera que imaginar
un romance idílico a falta de uno verdadero? Bueno, quién que escribe no lo habrá
hecho…
—Disculpe…
La voz me hizo regresar la atención a lo que hacía.
—Me puede poner en la dedicatoria su teléfono y cuándo le gustaría ir a cenar
conmigo.
La decisión en el tono de la mujer, la última persona en espera, me movió el piso,
¿quién se atrevía a pedirle su teléfono al autor y, todavía más lejos, una invitación
para ir a cenar? Sin acabar de salir del asombro voltee al frente. Una mujer alta, de
cabello oscuro, con una blusa negra de cuello ancho y una falda con dos o tres
capas de tela delgada por abajo de las rodillas, me miraba fijamente a los ojos,
alegre; pero decidida. Pretendiendo dar la impresión de que no me había
amedrentado, respondí:
—Bueno, disculpe, pero no la conozco. No le puedo dar mi teléfono así como así.
Seguí mirándola de frente mientras armaba en mi cerebro una imagen completa de
ella, con lo poco que la había apreciado al levantar la vista del libro que me había

dado. El resultado era interesante. Era el modelo latino de la Cylon Número Seis de
la serie de televisión Galáctica. ¡Caray! Y yo tan abandonado del amor estos días.
—¿Qué hay de la cena? ¿Está libre?
Sin más no pude evitar considerarme con suerte. Esa belleza realmente era como el
sueño hecho realidad: Guapa y alta, como siempre me habían agradado las
mujeres. Sin embargo me hice un poco del rogar.
—¿Y qué le hace pensar que puedo invitarla a cenar?
—Bueno —, reviró —¿Por qué no?
—Eh…
—Además qué tiene que perder igual tengo algo interesante que decirle.
Tras escucharla pretendí que cambiaba mi modo de percibir la situación. “Como
mandada del cielo”, pensé. No le veía mucho futuro, pero definitivamente alejaría
mi soledad por un rato. Pese a mi agrado, traté de hacer un último intento por
mantener la compostura, finalmente estaba en un lugar donde la gente había ido a
apreciar mi obra.
—Pero tengo un compromiso en media hora.
—Pues rómpalo —. Y al decir lo último puso su mano izquierda sobre la mía que
sostenía la pluma para dar autógrafos.
Al tocarme, como si fuera mandato divino, la luz disminuyó y sentí como si su
presión sanguínea mandara ondas de atracción de su cuerpo hacia el mío. Fue
entonces cuando una fuerza viril desconocida en mi comenzó a surgir. En ese
instante, para controlarme, cerré su libro, se lo devolví, lo nublado del cielo
terminó, y no pude mas que ceder a su petición.
—¡Vamos pues!.


Era una mujer con clase, se veía que su vestido no era cualquiera. Definitivamente
me agradaba y su colguije con una figura elipsoidal de metal le combinaba
perfectamente Tal vez era una noche de suerte y un amor tórrido me esperaba.
Para impresionarla un poco le invité una copa en Adento, el restaurante de moda y
de lujo en aquella área de la ciudad.
Mis intenciones eran bastante obscuras, pero Almeja me hizo olvidarme de ello con
su plática amena y lenguaje corporal. Realmente era una gran conversadora.
Hablamos de la amistad, la vida, la libertad, las creencias y el arte de ser escritor.
Esto último parecía entusiasmarle. Algo me decía que vio en mi texto alguna parte
con la cual realmente se identificaba. No alcancé a saber con exactitud de cuál
fragmento podía tratarse. A decir verdad sólo había tres opciones: la forma en que

se conocieron los personajes, las situaciones en las cuales se fueron identificando
mutuamente o el fuego mutuo que llegaron a profesarse.
Tras una plática que excedió por mucho la media hora que había pensado en
dedicarle, traté de darle en la boca un beso de ‘despedida’, que ella evadió pero
compensó con un abrazo cariñoso de amigos, cuando la luz de la tarde se tornó
opaca. Con el piso movido no sabía como proseguir, pero ella irrumpió con sus
palabras diciendo que le había agradado mucho la plática y deseaba que nos
viéramos nuevamente. Asentí un poco avergonzado por mi actitud desinhibida y le
dije que igual podíamos ir a la Biblioteca Revolucionaria, pues era posible entrar a
ver las colecciones de libros de varios personajes del país y alguna exposición de
fotografía. Aceptando ladeó su cabeza de manera un tanto vertical, como seña de
aceptación, y nos despedimos.
A la semana nos vimos en el recinto. Estaba vestida de manera muy similar a como
iba el día que la conocí, sólo que ahora su ropa toda estaba llena de rayas blancas y
negras. Por más medida que era en sus movimientos no dejaba de impresionarme
su bien proporcionado físico. El resultado de ese encuentro no fue muy diferente:
caminamos, charlamos y nos despedimos; aunque me quedó en claro que de El
romance esperado no le había llamado la atención la forma como se conocieron los
personajes. Al parecer le atrapó el cómo se fueron acercando mutuamente, en su
manera de ser, conforme pasaba el tiempo.
Dos semanas después; es decir, a tres semanas de conocernos empezábamos a
parecer uña y mugre el uno del otro. Ya no sólo nos veíamos sino que nos
comenzamos a mensajear. Sólo era un mensaje al día, pero cuando nos veíamos
parecía que nuestra amistad tenía muchos puntos en común. Fue así como poco a
poco una pasión desconocida para mí comenzó a fluir. A la cuarta semana de
conocernos casi casi le pedía a Dios que esto no pasara de la amistad al abandono
pues esta mujer me empezó a transmitir el mismo ardor con que la sentí cuando
me tocó la mano al darle el autógrafo, pero ya sin tocarla. Fue entonces cuando
tanteamos un tema que no pensé que le entusiasmara tanto: El encuentro amoroso
de mi libro entre Armonía y Claudio. Me hizo saber la semejanza que un encuentro
entre dos personas tiene con la creación del cosmos donde el Big Bang es la
eyaculación del varón en la vagina: el espacio tiempo del universo. De ahí que
llevara la forma del universo colgando de su cuello, como símbolo de la mujer,
según me explicó después. Si bien hice una comparación entre el cosmos y la
relación amorosa de mis personajes en la novela, era algo que no había
considerado que llamara la atención de Almeja y mucho menos que lo considerara
tal cual. He de confesar que su comentario lo sentí crudo y bastante atrevido; pero
antes de que replicara algo, ella me sujetó de los brazos; mientras se nubló el cielo
y cayó un rayo. Entonces puso su boca a la altura de mi oído derecho.
—Estoy tremendamente interesada en ti; pero necesito que te abstengas hasta que
nos unamos.
No esperaba que fuera tan directa, habiendo sido tan medida en los encuentros
anteriores, sin embargo sabía lo que tenía. Así que si yo debía ser el Big Bang, tal
vez, definitivamente, debía ser explosivo. En ese momento hubo un ligero apagón y

se despidió de mí, besándome abajo del oído, y sin pronunciar más palabras nos
distanciamos. Levanté mi vista al cielo y entre las nubes había un claro.
Nos seguimos viendo un mes más, pero ahora ella flirteaba conmigo y me
provocaba, sin dejarme tocarla. Realmente mi virilidad estaba en un nivel que
pocas veces había alcanzado. Cada vez que nos despedíamos requería de usar gran
parte de mi concentración para dejar de pensar en ella. Incluso llegué a considerar
la posibilidad de un desenlace trágico: “Qué tal si todo era un juego cruel de esa
mujer para dejarme sin perro que me ladrara”.
Finalmente una tarde-noche la vería sería en un restaurante de lujo, donde tras
una cena medida platicamos con gran intensidad. El tema era el universo y sus
misterios.
—Hay quienes piensan que el cosmos está vivo por todos lados, como si los
planetas y las estrellas fueran cuerpos vivos que cohabitan en armonía.
—Bueno eso son sólo suposiciones. No hay nada que lo pruebe. Realmente todo fue
creado por un accidente de increíbles dimensiones.
Y mientras decía eso, ella se levantó y se sentó junto a mí, copa en mano, a la par
que la luz a nuestro alrededor se tornó menos brillosa. Me le quedé viendo un
tanto estupefacto. Sin dejar de verme a los ojos levantó un poco su copa, la vació de
un trago y se abalanzó hacía mí; del impacto me hice para atrás y tuve que detener
mi caída en asiento con mis codos.
—Soy la almeja perfecta de tus estrellas. Por décadas he estado buscando mi
contraparte perfecta. El Big Bang que llene mi universo vacío y lleve la luz de la
creación a mí. ¿Estás dispuesto a ser mi cosmos? —Me dijo casi rozándome los
labios.
Olvidando mi sorpresa, sólo pude responder —Sí lo soy —. En ese momento todo
se puso obscuro y sentí como me volvía su energía de vida dentro en un gran vació.
Almeja me había cubierto por todos lados siendo el éter para mi explosión. Nos
fusionamos y generamos un amor cósmico, similar al del universo de donde
proveníamos. En otras palabras, el universo lo seríamos ella y yo.


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