Hay una dimensión del mensaje evangélico, que me parece no ha sido estudiada ni valorada lo suficiente, pero que nos interpela de manera acusada, en los tiempos que vivimos: el trato de Jesucristo a las mujeres.
En la época de Jesús, la mujer era un ser que, en cuanto a derechos, estaba al nivel de los animales domésticos. Es decir, que no era considerada un ser humano, y era utilizada por los varones, estaba al servicio de las apetencias y necesidades de estos. Los derechos de la mujer en aquella época, no existían, o estaban en función de lo que se le antojaba a los varones. Además, la mujer era considerada responsable de todos los males de la sociedad. Creían los judíos, que la mujer era el origen del pecado, y ellas eran las que pagaban por los pecados y delitos de los varones. El Evangelio saca a relucir un ejemplo claro de este hecho, como es el adulterio, por el que ellas eran dilapidadas hasta la muerte, y, sin embargo, a ellos no se les tocaba, porque se les consideraba víctimas de las tentaciones pecaminosas de la mujer. La menstruación femenina, era otro factor de desprecio, por el que eran consideradas seres «Impuros», y en el mundo judío, todo lo impuro, era algo a evitar y a rechazar.
Acto seguido, tenemos la reacción de Jesucristo, ante dicha realidad: Compasión y misericordia, por las injusticias y vejaciones institucionalizadas, que padecían las mujeres. Este es uno de los grandes milagros de Jesús: la compasión, que era consecuencia del amor hacia todos, y del reconocimiento del mal y de la injusticia que se padecía.
Las Bienaventuranzas, que es uno de los mensajes más directos y claros, de denuncia y de esperanza, que emitió Jesús, fueron muy bien entendidas por los parias de su época, y entre todos esos parias, fueron muy bien captadas por las mujeres. Todo ese gentío que le seguía, «Como ovejas sin pastor», no eran otros que los hombres, mujeres y niños, que vivían oprimidos y hambrientos, por los Romanos, que les molían a Impuestos, y por una religión mal entendida, que anteponía una ley de protocolos y formalismos, rígidos y estrictos, al verdadero significado del verdadero Yaveh, que los judíos adoraban: el amor. El amor del perdón y de la compasión, por el prójimo, al que Jesús llama «Amigo». En el Evangelio y el resto de los Libros Sagrados, al hermano se le puede llegar a maltratar y a asesinar, pero el amigo, es aquel que es objeto de cariño, de compasión y de perdón.
Después de sus doce apóstoles, que le seguían, en muchas ocasiones, a ciegas o engañados, porque eran hombres de su tiempo, y no eran capaces de entender la postura de Jesús, ante el pecado y las estructuras jurídicas injustas de la época, el grupo más numeroso y devoto que seguía a Jesús, eran mujeres. Y, entre todas ellas, que ya eran víctimas de por sí, solo por su sexo, las mayores víctimas eran las prostitutas, consideradas los seres más bajos de la creación, generalmente sin quererlo ni buscarlo, solo porque necesitaban sobrevivir, y la libido desbordada de los machos, las ponía a su servicio, aprovechando la situación de indefensión y de indigencia de la mayoría.
Algunas de esas mujeres, llegaron a mantener gran cercanía con Jesucristo, como María Magdalena, la cual, según nos dice el Evangelio, era una gran pecadora, seguramente una prostituta, que se convirtió y seguía al Señor. En nuestros días, se han apuntado diversas leyendas sobre esta relación, que, a mi juicio, fue más íntima de lo normal para los usos de la época; pero la intimidad que deseaba Jesús con la humanidad, no era sexual, sino de maestro a discípulo. Los indicios del Evangelio sobre la relación de Jesús con sus «Amigas», eran de este tipo. Jesús predicaba la compasión, el perdón, la fidelidad y la abnegación, hacia el Dios del amor; y la esperanza en la llegada a este mundo del Reino de este amor compasivo. Un amor que es sensible hacia los que sufren la incomprensión y la brutalidad de los hombres, y que les promete un mundo nuevo, donde se podrán resarcir de las injusticias padecidas. María Magdalena, pudo encontrar en Jesús, a un hombre que supo apreciar la hondura de su feminidad, que respetó su dignidad humana, y que le habló de algo muy distinto a lo que estaba acostumbrada: no se quiso aprovechar de ella, sino que le habló de esperanza y de salvación, con gran sabiduría y autoridad.
Ante el feminismo de nuestro tiempo, que está basado en que la mujer consiga igualarse al hombre, renunciando a su feminidad, e inconscientemente, se convierta en esclava sexual al servicio del varón, Jesús defiende la feminidad de la mujer, y les dice a ellas: Vosotras no sois unas prostitutas, sois las madres del mundo, y las maestras de la humanidad.
FRAN AUDIJE
Madrid,España,14 de abril del 2023
Bibliografía consultada:
-Santa Biblia
-«Jesús, aproximación histórica», de José Antonio Pagola
-«Vida y misterio de Jesús de Nazaret», de José Luis Martín Descalzo
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