Es algo bastante frecuente, que se aprendan cosas en momentos determinados de la vida, que solo en otros momentos muy posteriores, le encontremos la verdadera dimensión que tienen.
Yo tuve la fortuna de haber podido hablar mucho con mi padre, que fue una persona, con virtudes y defectos, pero que fue afortunado en experiencias vitales, y ya, al final de su vida, sacó conclusiones de ellas, que le hicieron más tierno y humano, como le pasaría a cualquiera.
Mi padre fue un hombre de mundo, que hizo las américas, por necesidades económicas, y, sobre todo, por inquietudes profesionales, y ganas de conocer otros lugares y a otras personas, porque siempre le gustó hacer amigos. Era un hombre muy inteligente en su trabajo, un gran profesional, enamorado de todo el mundo de la agricultura, como buen extremeño. Cuando salió de la Escuela de Peritos Agrícolas de Pamplona, no se quedó parado, sino que continuó estudiando e investigando por su cuenta. Como funcionario, se especializó en temas de regadío, ya que fue uno de los proyectos que más abordó, sobre todo en sus primeros años de carrera profesional. Su amor por la cultura, y su enorme afición por la lectura, y por estar informado de las nuevas sociales, económicas y políticas, le ayudaron también en sus quehaceres profesionales. Por eso era de amena conversación, y cualquier tema que tocaras con él, lo entendía, y era fácil establecer un debate.
Estuvo trabajando en la República del Ecuador, 5 años, en calidad de asesor agrícola de la ayuda española, que se firmó por convenio entre ambas naciones. España, por más que parezca lo contrario, nunca ha tenido fáciles sus relaciones con la mayoría de países hispanoamericanos, porque, a raíz de su independencia de España, se formó una conciencia de resentimiento hacia la metrópoli, tanto en la clase política, como en la sociedad. No vamos a entrar a analizar esto, solo lo cito, para explicar que mi padre y sus compañeros españoles, en Ecuador, encontraron serias dificultades para realizar su trabajo de asesoramiento, a pesar del acuerdo bilateral entre España y Ecuador. Los ingenieros ecuatorianos, los trataban con recelo en la práctica, y, en muchos casos, los asesores españoles, pasaron su misión ociosos, y sin poder desplegar las funciones para las que se les había hecho ir hasta allí.
Mi padre que, además de gran profesional, era muy habilidoso para las relaciones sociales, se trabajó con mucha astucia y saber hacer, ese muro que levantaban los ecuatorianos, y logró hacerlos comprender, que él solo deseaba su amistad, y ayudarles a mejorar su trabajo, con humildad y sin ninguna prepotencia. Gracias a esto, el trabajo de mi padre en Ecuador, dejó huella, e, incluso, el Banco Mundial, que financiaba muchos de los proyectos que asesoraban los españoles, le propuso entrar a trabajar en su organización, y trasladar su residencia a Nueva York.
A mi padre nunca se le reconocieron todos estos méritos en España, donde siempre le trataron como a un funcionario raso en su categoría, y no se le volvió a dar la oportunidad de demostrar todo su potencial profesional. Como esa era la cruda realidad que había en la Administración, se tuvo que dedicar a trabajar en el ámbito privado, para sostener los gastos de casa, haciendo, incluso, trabajos que requerían una gran cualificación y experiencia, pero que eran trabajos penosos, fatigosos y mal pagados, como tasar los daños en el campo, para una compañía de seguros, en pleno verano, y a medio día. Ahí se dejó la piel, y gracias a ese esfuerzo impagable, al menos para nosotros, sus hijos, pudimos estudiar en buenas Universidades y vivir un poco mejor.
En una de las largas conversaciones, con las que me obsequiaba mi padre, me contó diversas anécdotas vividas en Ecuador y con los ecuatorianos. Era otro mundo y otra mentalidad, completamente distintas. En Ecuador, echan en cara a los colonizadores españoles, que se aprovecharon de su tierra, la robaron y la explotaron. Pero, la verdad, es que los que tienen el poder en Ecuador, que es un porcentaje ridículo de la población, desprecian a los indígenas, y los dan un trato, muchas veces denigrante. Mi padre pasó una época muy buena y muy productiva, en Ecuador, tanto en lo profesional como en lo personal, pero miraba con estupor y en respetuoso silencio, la realidad de que ser un ladrón y un canalla, tenía un calificativo: «Sapo», que venía a significar que eras un tío de puta madre. Lo contrario, es decir, ser honrado y honesto, más bien se consideraba ser un pringado. Y mi padre decía que esa mentalidad era la principal causante del subdesarrollo en Latinoamérica.
Me vienen a la memoria todas estas cosas, porque tengo la impresión de que en España, ahora mismo, estamos en un momento de corrupción política y social, que nos acerca a aquella realidad del subdesarrollo y de la injusticia, que siempre hemos despreciado, pero que ahora la tenemos encima, a pesar de pertenecer a una de las comunidades económico-políticas y sociales, más prósperas y avanzadas de todo el mundo, como es la Unión Europea.
FRAN AUDIJE
Madrid,España,29 de junio del 2023
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