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El otro día hablé con varios amigos que conocí en mi antigua Parroquia de Santa Rita, en Madrid, lugar del que guardo un gratísimo recuerdo, porque viví allí uno de los momentos más complicados de mi vida, y fueron los frailes de aquella pequeña Comunidad de agustino-recoletos, los que con su acogida, me socorrieron y ayudaron a apuntalar mi vida.
Me alegré muchísimo de saludarles, y fue emocionante ver cómo me recordaban y me aprecian. Pero, mientras hablábamos, tenía en mi mente a otro de los amigos que labré en dicha Parroquia: Enrique.
Enrique era una buena persona, y padecía una grave enfermedad mental. En las charlas que manteníamos, cuando le invitaba a merendar, hablábamos de fútbol, ya que ambos éramos muy aficionados, y ambos forofos del Real Madrid. También me contó un día, que se quedó en la calle, al morir su padre, que era contable al servicio de la Administración Pública, y fue entonces cuando les desahuciaron de la casa en la que vivían. Que su familia se desentendió de él, y que le quedaban un hermano y su madre, ya muy mayor, pero que no tenía noticias de ellos.
Enrique vivía a la intemperie todo el tiempo, a pesar de que Cáritas le pagaba una habitación en una Pensión, al menos una parte del año. De vez en cuando, se ponía algo nervioso, y arrancaba los anuncios que la Parroquia tenía colocados en la entrada a la Iglesia, lo cual desesperaba al Sacristán, que le echaba una buena regañina. Gustaba mi amigo Enrique de tomarse un cubata mientras veía los partidos del Real Madrid, en uno de los pocos bares que admitían su presencia, el del bueno de Tomás, y se oía decir que «fíjate, no tiene una perra, y está hecho un borracho». Al pobre Enrique no le perdonaban ni un cubatilla de Dick con Pepsi.
Por Navidad, me gustaba tener un detallito con él, y como era un hombre elegante, le regalaba una corbata bonita, lo cual le entusiasmaba. Sin embargo, era frecuente que le robaran sus pertenencias, que guardaba en una maleta, y, entonces, mejor decidí regalarle un décimo de Lotería del Sorteo de Navidad, lo cual comprobé que le hacía una ilusión enorme.
Un día fuimos a merendar a la Cafetería del Colegio Mayor que hay junto a la Iglesia. Al entrar nos atendieron, y pedimos unas tostadas con café y leche. Cuando fui a pagar a la barra, el camarero se dirigió a mí con suma educación, y me dijo: «Mire, señor, no es por usted, pero desde la Dirección le ruegan que no vuelva a entrar con el indigente en la Cafetería», a lo cual yo contesté: «Discúlpennos, ninguno de los dos volveremos a entrar».
FRAN AUDIJE
Madrid,España,12 de agosto del 2023
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