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Tiempo de lectura 10 minutos.
Por Luis Mac Gregor Arroyo
Foto de Hans Rohmann en Pixabay.
VISIÓN COMPLETA
No sé bien cómo fue, pero jugueteamos un poco en la noche. Ella se fue a su cama y yo al sofá cama y se apagaron las luces. Estaba contento pero aún así me salió un suspiro que imaginé imperceptible y me dormí. Cuando desperté en la mañana Julia estaba acostada a mi lado. No sé a qué hora, pero en la noche se levantó y también se acostó en el sofá cama. Estaba dormitando pero se percató de que ya no estaba dormido. Con voz cansada me dijo — Hola.
—Hola, le correspondí —. Pero ella ya no respondió y se acomodó ligeramente para seguir dormida.
—Me levanté y la dejé descansar: <<¿Qué hacer?>>. Vi el libro sobre el atril. Me acerqué y comencé a leerlo sólo en mi mente…
—El día en que el cielo se agite violentamente y las montañas se pongan en movimiento ¡Ay! ¡Ese día, de los desmentidores! ¡Aquellos que se entretienen jugando con palabras vanas! El día en que sean arrastrados al fuego del infierno: <<¡He ahí el fuego que vosotros desmentíais!>>
<<¿Es esto magia o es que vosotros no veis? ¡Arded en él! Y tengáis paciencia o no tengáis paciencia os dará igual. En verdad, seréis recompensados conforme lo que hacíais>>
En verdad, los temerosos de Dios estarán en Jardines cómodamente. Felices por lo que les ha dado su Señor y porque su Señor les ha librado del castigo del infierno: <<¡Comed y bebed a placer por lo que hacíais>>
Estarán reclinados en divanes alineados y les emparejaremos con huríes de grandes ojos. (LA MONTAÑA-52)
Lo leído me hizo estremecer. El Dios de los musulmanes me pareció temerario. Realmente el ser supremo castigaba con verdadero enojo a los humanos. En fin, suponía que Dios en el Antiguo Testamento era algo similar. Julia seguía dormida. Así que seguí leyendo un buen rato. Hasta que sentí su respiración atrás de mí.
—¡Qué buen niño! Aprendiendo cosas.
—No tanto —me voltee —sólo conociendo un poco.
Me puso los brazos sobre los hombros y me dijo —Vente vamos a dar la vuelta —. Salimos y nos pusimos a recorrer todo el pueblo. Se veían las casas blancas por todos lados, con sus tejados en «v» invertida de color anaranjado rojizo. El silencio reinaba, ese que en ocasiones me sobrecogía y en otros momentos me inspiraba una gran paz. El cual se rompía con el aleteo de unos cuantos conjuntos de gorriones y uno que otro cuervo. Las calles estaban prácticamente desiertas. Sólo se veía una que otra ama de casa con su bolsa del mandado.
—¿Hay mercado hoy? —Pregunté.
—¿Quieres ir?
—Bueno.
—Esperaba que te percataras del tianguis —Me agarró de la muñeca arreciando el paso. Cuando me di cuenta ya estábamos sentados en el puesto de doña Lourdes. Remojando una sema sobre un tazón con chocolate .
—Esto está rico —. Le zampé otra mordidita al pan recién chopeado en el líquido de color castaño.
—Sí doña Lourdes es de Oaxaca. Se trajo la receta del chocolate de allá.
—Ya me imaginaba. Está muy rico y llena el hueco del desayuno, después de una caminadita por el pueblo.
Cuando terminamos de visitar el tianguis era media mañana, y nos volvimos a adentrar por las calles del pueblo. Pasamos de corrido por donde estaba el Centro Cultural y terminamos en el parque de El Recital. Sentados en una banquita. Apreciando el prado y a los visitantes.
Llevaba rato con la lengua entre los dientes y una idea. Así que, considerándolo el momento adecuado, me lancé con la pregunta —¿Tú eres creyente?
—¿Creyente de qué?
—De Dios. De alguna religión.
—Creo que hay una conciencia universal y que el mejor lugar para estar es estando con ella. Pero no soy seguidora de ninguna religión ¿Por qué lo preguntas? Porque leo El Corán.
—Bueno, eso y porque practicas yoga… Además lees como en un ambiente de misterio, como en ceremonia, los libros.
—¿A qué te refieres?
—Sí, digo, los lees a la luz de las vela. Sentada como si meditaras. Sobre tu tapete de yoga con dibujos raros.
—Los dibujos son los chakras que tenemos. Me gusta leer sentada como si meditara. Porque ya estoy acostumbrada a esa pose. Además para hacer buen yoga tienes que creer, no como en la Iglesia, en un señor con cabello largo sentado a la derecha del padre; pero sí en algo superior a nosotros que le da coherencia a nuestra vida y a lo que nos rodea.
—Y, ¿por qué lees El Corán?
—Bueno, era lo que seguía. He leído La Biblia y los escritos sagrados de los judíos. Simplemente quiero tener una visión completa.
—Okey y… este… ¿Qué son los chakras?
Me miró un poco atónita —¿No sabes? —Midiéndose para no parecer muy sorprendida ni irritada.
—No mucho, ¿es algo que está en el cuerpo?
—Sí. Son centros de energía que poseemos y con ellos se hacen muchas cosas. En parte por ello estudio yoga y para… —Se quedó pensando.
—¿Para…?
—Para acercarme a la divinidad.
—¿En serio?
Me vio como queriendo explicarme sutil pero confiada —Sí, en serio.
—La verdad —titubeante —. He sido ateo toda mi vida, pero lo que me dices me hace sentir entre incrédulo y con un dejo de curiosidad. No sé bien establecerte mi posición ahora.
—Calma chico. Ya te relajarás. Yo te llevaré de la mano por buen camino —.Me miró confiada con una leve sonrisa de cómplice que está compartiendo algo.
Eso me hizo reaccionar lentamente en mi respuesta pero asentí, como no queriendo.
LIBROS Y TROYA
Tres días habían pasado… Me paseaba de un lado a otro frente a la mesa del comedor. El café estaba casi recién hecho. La extrañaba ¡Sí!, pero estaba feliz. Esta vez habíamos platicado diariamente por el teléfono, y nos enviábamos algunos mensajes. <<Chica hermosa, culta, profunda, accesible y con un sentido del lívido muy divertido… Me agrada Julia. Definitivamente me gusta>>. Mas, ¿ahora qué seguía?.
¡¡Riiiiinn!! ¡¡Riiiiiiinn!!
De inmediato me arrojé a la mesa y tomé el celular.
—¡¡¡Hola Hugito!!!
—¡¡Hola!! —En ese momento supe lo que tenía que hacer —. Oye, andaba pensando, ¿te interesaría ver la exposición en la Biblioteca Juan José Arreola?—. <<Es curioso, comencé en la Ciudad de México pero ahora estoy en Jalisco>>, pensé. En fin, seguí con mi vida.
—¿La de Troya?
—Sí, esa.
—¡Ah! Me quieres invitar a ver vestigios de las antiguas riñas entre los dioses. No que muy ateo.
—Lo que pasa es que siempre me han llamado la atención las culturas antiguas.
—¡Ah! ¿Sí? ¿Por qué?
—Por sus construcciones, por sus…
—¿Mitos, leyendas… creencias religiosas? No estás tan perdido, cariño. Voy para allá —¡Click!
Me quedé con el teléfono rozando el oído ¿De qué hablaba? Sí, seguro que eso me atraía; pero eso le atraía a todo el mundo ¿Que tenía de particular lo que pensara yo? Lo bueno es que venía para donde yo estaba.
CRISEIDA
Poco después. Mientras me ponía un poco de colonia escuché el timbre y salí para abrirle… El frasco de la fragancia se quedó abierto. Su tapetito de yoga yació en el interior de la casa. Y de nosotros, ni el rastro.
En el camino aprecié sus ropas de yoga… Estaba recién bañadita, radiante y sonriente.
—¿Por qué tan contento? ¿Nunca habías visto a una mujer lucir bien?
—Sí, pero no tan seguido la tengo sentada junto de mí. Siendo algo más que un simple conocido para ella.
—Bueno, pues más te vale que te portes bien. Porque pienso que esto dure así mucho tiempo. ¿Te acuerdas cuando Aquiles se enojó cuando le quitaron a Criseida para terminar con la peste?
Me cambió de tema y además me hizo una pregunta delicada. Estaba en apuros. Hacía años que había leído la Ilíada. Era de suponer que para salir con Julia debía de haber revisado, cuando menos, el resumen de libro por internet. Era demasiado tarde. Así que hice memoria lo mejor que pude y me arrojé al ruedo —¿Se enojó Aquiles? Sabía que era uno de los guerreros más temidos porque su madre lo sumergió en un líquido que lo hizo invulnerable, salvo en el talón.
—¡Huy! Qué sabiondo, pero sí estaba enojado, y por ello los aqueos casi pierden la guerra.
—Ya llegamos. Esta es la biblioteca, ¡está enooorme!
—Sí, ya la conocía he venido algunas veces a fotocopiar libros. Me gusta tenerlos en físico y sale más barato copiarlos que comprarlos.
—Yo mis libros prefiero tenerlos en digital. No me gusta acumular papel.
—¿Y eso?
—Mi papá lee mucho. Compra libros cada rato. La casa está llena de libros. A veces no queda mucho dinero extra. Pero siempre hay ejemplares nuevos sobre la mesa. Eso hizo que mi mamá se refugiara más en la religión, y le perdiera el sabor a la lectura. Yo sí leo. No tanto como él. Aunque perdí el agrado de recolectar obras impresas. Además, así mi casa se ve más ligerita. Así me gusta más.
—¡No! Yo los adoro. Me gusta sentirlos, olerlos, pasar página por página. Me siento como una relación más personal con ellos y hago más empatía con el autor. No podría dejar de comprar libros.
—Hablando de libros, ¿te parece si antes de entrar vamos a la librería a ver qué tienen? No compro ninguno en lugares como este; pero me gusta hojearlos.
—¡Sí! ¡Claro! ¡Vamos!
MUCHOS LIBROS
Dos horas después, ya había curioseado media librería; pero Julia seguía con un bonche de ellos sobre el sillón de lectura. Leyendo pedacitos de cada uno. Me senté junto a ella —¿Qué tal los libros?
—¡Bien! ¡Mira éste! ¡Es de Joseph Campbell!
—Ah sí…
—¿Lo has leído?
—No realmente.
—¡¿Cómo?! —Sin tono de crítica sino como queriendo dar ilación a su atracción por los libros.
—¡Podría comprar todos sus libros junto con los de la religión hindú, el taoísmo y dormir sobre de ellos…! Aunque todavía tengo mis reservas sobre lo que dicen.
—No lo dudo.
Sacando uno de por debajo del bonche que tenía sobre el sillón aledaño.
—Y este: Yoga para trascender, me lo comería para que circulara por todo mi cuerpo su sabiduría.
—Ya veo.
—Bueno, te noto impaciente, sí, lo siento, es que con los libros me pierdo. Es mi debilidad.
—Bueno, bueno.
—Vámonos. Tú querías que viniéramos a ver la exposición ¡Vamos!
En ese momento exhalé aire como quitándome una tensión de adentro. Los como 15 libros que estaban sobre los sillones de lectura, rodeando a Julia, ahí se quedaron.
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