Escucha el artículo.
Tiempo de lectura 15 minutos.
POR LUIS MAC GREGOR ARROYO
Foto de Werner Heiber en Pixabay.
TROYA
Tras adquirir los boletos entramos. Troya era una representación tamaño natural de algunas de las porciones más representativas de los inmuebles de la sexta ciudad que conformó lo que sería el cerro de Hissarlik, en Turquía.
—Así que la Troya de Homero es una de las diez ciudades que se construyeron una sobre otra. Conformando un cerro artificial de unos 40 metros de altura.
—¡No me lo sabía! Se me antoja imaginarme a Helena de Troya, felizmente raptada, sentada junto a Paris en un lujoso aposento, comiendo uvas… ¿No se te antojaría raptarme y darme de comer uvas en la boca?
—No, pero puedo poner mi lengua entre tus labios y perderme en la oquedad que forman.
—¡Huy! ¡Qué sofisticado! ¿Y qué esperas?
Acercándome con lentitud para ver su rostro la besé y nos quedamos así un buen rato. Hasta que Julia me detuvo porque uno de los vigilantes venía en nuestra dirección, para decirnos que era inapropiado lo que hacíamos y, si insistíamos, podíamos abandonar la exposición. Como estaba subido de temperatura y quería continuar, estuve a punto de decirle que bien nos importaba un comino la expo y con gusto nos íbamos; pero Julia, como leyendo mi pensamiento, me hizo entender que no, que era mejor terminar de ver Troya. Así que se acercó y le dijo a la mujer —Disculpe, nos vamos a comportar, fue la sorpresa del momento —. Ahí terminó el conflicto y proseguimos con la visita.
—¡Mira! —Señaló Julia con el dedo.
—¡Qué sucede!
—Un modelo a escala de la ciudad de Troya ¡Wow! Se ve que era grande, y tenía dos ciudades en una, y ¡ambas estaban amuralladas!
—También tenía otra muralla exterior, por lo que dice aquí.
—A ver déjame ver… «La ciudad en su conjunto estaba rodeada por una doble protección conformada por otra muralla y un foso, para impedir el acceso de los carros de guerra de los enemigos».
—Ya ves no todo es de dioses y guerras que ya son un mito. También hay interesantes datos arquitectónicos. Lo cual es igual de enriquecedor.
—Sí, pero no me vas a negar que te atrae la parte mitológica: Los dioses, las leyendas y todo el conjunto que abarca lo divino y sagrado.
—Bueno, lo mágico siempre atrae.
Viéndome de frente sujetó mis hombros con sus manos y deslizó una mano hacia arriba —Tras lo mágico siempre está lo eterno. La fuerza creadora… — Tocando mi mejilla tierna, pero cariñosa —…O Dios, si lo prefieres.
—Tentador, tentador, pero no estoy convencido del todo —. Retiré su mano de mi mejilla —. Vamos a ver la estatua de allá —. Me separé de ella. Haciendo que dejara de tocarme el hombro, y me encaminé al fondo. Para ver una figura de quien se piensa que fue Homero. Haciendo un movimiento con mi cabeza para que me siguiera.
Acercándose —. Vaya tú, qué testarudo —Le hice una mueca —. Bueno, bueno ya no te insisto. Sólo haré mis comentarios cuando me salgan.
—¿Naturalitos?
—Bueno… naturalitos —. Tensa al decirlo —. Pero conste que me gusta tocar el tema.
—Está muy bien, realmente no me molesta.
—Sí; pero aunque lo deseo, sé que no voy a llegar a ningún lado así contigo.
—Cierto.
—Bueno, a ver la estatua.
—Ujummmm.
—Así que así era Homero, pues pensé que tenía mejor porte el muchacho.
—¿Te lo parece?
—Sí, uno se lo imagina más galán cuando lee sus libros.
—¿De verdad?
—Sí como a un héroe de los que describe… su rostro deja mucho que desear.
—Aquí dice que igual y fue un conjunto de personas quienes escribieron la Iliada y la Odisea.
—Lo sé Huguito; pero uno sueña con que los escritores son personas bellas e interesantes, como sus textos.
—¡Vaya!, te gusta soñar.
—¡Claro!
—Bueno yo me contento con esta otra estatua —. Señalando a mi lado.
—¿Quién? —Sonando un poco celosa.
—Bueno, bueno sólo es una estatua. Además tú la mencionaste hace rato.
—Sí —. Irónica y haciéndose la sentida —; pero, ¿qué prefieres la estatua o a la que le hubiera gustado que le dieran de comer uvas en la boca?
—Pronto a responder —¡La de las uvas! ¡Claro está!
—Ahora, nada más por eso me vas a invitar a comer.
—Juega.
EN CONFIANZA
—¿Me pasas la sal? Por favor.
Pasándosela —Servida —Mis ojos no dejaban de apreciar lo bella que se veía ese día con su atuendo de yoga —¿Vas a clase regresando de aquí, verdad?
—Sip, nada más paso por mi tapete para la yoga que dejé en tu casa —. Terminando de ponerle sal a su emparedado de queso manchego con aceitunas, y zampándole una mordida.
—¿Y qué me dices de lo de tu carrera en sistemas, la ejerces?
Terminando de pasarse el bocado —Sí, al fondo de mi departamento tengo un cuarto donde hago todo lo relacionado con ella. Actualmente diseño un programa para un restaurante.
Tomando un poco de mi caldo tlalpeño —. Vaya, eres movida.
—Un poco, chico. Hay que sacarle provecho a esta vida —. Tomando un poco de su agua de chía con limón.
—Bueno no es que quiera importunar, pero tengo que llegar a escribir un artículo y está bastante pesado…
—…Sí y yo tengo que ir a la Yoga. Vámonos ya —. Tomó el resto de su emparedado entre sus manos y lo guardó en una bolsita que llevaba. Mientras yo le di la última cucharada a mi sopa. Pagamos y salimos del restaurante del Centro Cultural Universitario.
EN CAMIÓN
¡Mira! ¡Ahí viene el camión! —Le hizo la parada con la mano y el brazo extendido.
Subimos al transporte y en el camino no conversamos mucho. Acabamos recargados el uno con el otro en los asientos. Disfrutamos el momento. Al llegar a mi casa no hubo mucha acción. No sé si le hubiera agradado a ella hacer algo; pero se veía igual de apurada que yo. Nos sentamos un ratito en el sofá y nos abrazamos. Nos dimos unos besos y en cuanto empezamos a toquetearnos, como puestos de acuerdo, nos detuvimos. Sonreímos y «telepateándonos» dijimos: <<¡Tenemos que hacer!>>.
—¿Tienes tu clase de yoga? ¿Verdad?
—Sí y tú tienes que escribir. Así que nos vemos luego: bonito.
—Bueno.
Arreglándose su ropa, tomó su tapetito, se despidió y se retiró.
Tras esa cita pasaron otros dos días donde nos hablamos diario y nos mensajeamos seguido. Todo iba bien. Me sentía en confianza. Podía verme con Julia de aquí a seis meses y más allá. Estaba contento.
La siguiente vez nos fuimos de pata de perro por la ciudad. Recorrimos un buen tramo de la Avenida Juárez, hasta llegar a un lugar donde vendían ensaladas. Comimos algo, y de ahí nos fuimos a visitar el Museo de las Artes. Donde vimos una exposición del austriaco Paul Mayer. El famoso diseñador de moda, que había incursionado en el arte hace un par de lustros con gran éxito. Mi compañera quedó fascinada con los diseños de zapatos y ropa expuestos en un ambiente surrealista. Al terminar de ver la muestra, compramos un par de tazas para el café en la tienda del museo, con la forma de zapatos. Después nos dirigimos a ver la película más reciente de Ponciano Cuartón. Al terminar la proyección no me quedó de otra que invitarle a Julia una torta de pavo, en un local callejero, a una hora de distancia. Porque se le había antojado.
LÁTEX
Así siguió el mes entero. Cada vez pensaba más seguido en ella. Era como si respirara en su cuerpo. Nos habíamos traslapado el uno al otro. Estaba enamorado y quería pensar que Julia también. Todo estaba perfecto. hasta que paseamos por el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Ese día caminamos de un extremo al otro de la Alameda Central y llegamos al parque frontal del Palacio de Bellas Artes. Nos paramos al lado del macetero de la izquierda y contemplamos la vista.
—¡Allá! —Apuntando hacia arriba.
Volteando hacia donde señalaba —¡Ah! El café que está arriba del Sirs.
—¡Sí! ¡Vamos!
El local se encuentra en un edificio que, en su tiempo, fue de los más altos de la ciudad. Aunque con trabajos llega a los 12 pisos. En el décimo tiene uno de los cafés con mejor vista. Subimos por el elevador y en el mostrador pedimos dos cafés capuchinos del mismo sabor… Comenzábamos a pedir las mismas cosas… Definitivamente era síntoma de que las cosas iban bien. Nos sentamos en una de las mesas pegadas al balcón y apreciamos la mejor vista del Palacio de Bellas Artes. Julia le dio un sorbo a su vaso. Colocó las palmas de sus manos a los lados de los cachetes. Recargó los codos en la mesa y se puso a apreciarlo todo —. Nunca me imaginé que estuviera tan padre.
—¡Ves! No leeré tanto, pero hago paseos interesantes.
—¿Sí, chico? ¿Y no tendrás algo más provechoso que hacer en vez de presumir, como besar a la novia?
Tiempo después ya estábamos recorriendo los salones del Museo del Palacio de Bellas Artes. Viendo una exposición sobre las cruzadas.
—Mira, lo que aquí dice: «Exposición itinerante realizada gracias a la cooperación de la Unión Europea y las Naciones de Medio Oriente».
—Por lo visto muchos países hicieron posible esta muestra.
—Es que fue algo que involucró gran cantidad de voluntades.
—Aquí hay un mapa con la descripción de las ocho cruzadas.
—No me imaginaba que los cruzados intentaran conquistar parte de Egipto…
—Y menos que, prácticamente, terminaran con el Imperio Bizantino…
—¿Viste la película?
—¿Hay una sobre las cruzadas?
—Sí, La batalla por Jerusalén, con Volado Boom.
—No sabía que hubiera una película reciente.
—Sí. Describen cómo se pierde Jerusalén de manos de los cruzados.
—Pues allá… —Miré al fondo y, sin querer, me quedé con la mirada perdida en una figura de negro; pero en cuanto pude reaccionar retomé el hilo de mi acción —. Al otro lado de la sala. Al parecer, se ve un gran lienzo de la batalla decisiva y una maqueta de Jerusalén.
—¡Vamos allá! —Tomándome de la mano Julia, nos encaminamos hacia el fondo. A la mitad del camino volví a ver la figura o, mejor dicho, a la mujer de espaldas. Con una falda negra de cuero brillante. Ligeramente debajo de las nalgas, y con la espalda abierta por en medio hasta la cintura. Cubierta sólo por unos lazos que unían los extremos de la prenda a ambos lados de su cuerpo. Conforme nos acercamos pasé de la sorpresa a quedar cautivado y casi babeando. Julia me llamó y volví a la realidad —¡Ya viste! La maqueta es original de Medio Oriente. Fue hecha por los cruzados en 1180.
Sólo asentí. No supe si se había percatado de lo ocurrido; pero traté de alejar mis pensamientos de lo que había visto; sin lograrlo… <<¡Qué cosa más atrayente acabo de ver!>>, pensé.
La visita continuó sin sorpresas. Vimos las obras de arte de los Estados Latinos de Oriente. Las historias de los cruzados y sus antagonistas. Entre ellos las del sultán Saladino. Culminamos la visita viendo un fragmento de la película mencionada por Julia. Mostrada casi al final de la exhibición.
En la calle volvimos a caminar, pero esta vez por el cuadro central de la capital. Vimos la escultura de El caballito de Manuel Tolsá. Después anduvimos por Madero. Pasamos por el Museo del Estanquillo y finalmente arribamos al Zócalo. Como a Julia le encantaban las chucherías, fuimos a los comercios de los joyeros y de ahí pasamos al Nacional Monte de Piedad. Donde nos sentamos a ver una subasta.
Un hombre de traje gris. De cabello canoso y piel blanca. Quien parecía de unos 60 años. Se encontraba mostrando un dije con la forma de una hada que en sus manos tenía un pequeño rubí. A mi derecha estaba sentado un señor con un traje verde al que voltee a ver sólo para ubicarme. Pero en ese momento una mujer alta, con senos y nalgas voluptuosos se sentó a su lado. Lo cual, aunado al vestido de cuero negro con falda a la mitad de la parte alta de las piernas, la blusa sin mangas y un escote bastante pronunciado, adornando la parte descubierta con unos lazos que iban hacia un aro en el cuello, me hicieron soñar. En ese momento Julia me tomó de la mano y me dijo, al parecer sin percatarse de mi estado —¿Ya te fijaste? Ahora está mostrando una diadema de plata con oro —. Volví la mirada hacia el frente y noté que mi pareja estaba cautivada viendo lo mostrado por el hombre de adelante. También, de reojo, vi que la mujer a mi derecha estaba cruzando las piernas y no pude evitar voltear. Fue rápido. Temía que Julia se diera cuenta. Minutos después salimos al pasillo y nos dirigimos a ver otros objetos exhibidos para su venta en el inmueble. Sin embargo, no todo fue igual. Julia estaba un poco sería y tensa; aunque pretendía ser la de siempre. Aún así yo seguía de vez en vez volviendo mis pensamientos a la mujer de la subasta.
Tiempo después comimos en uno de los hoteles con terraza y vista al Zócalo. La comida estuvo deliciosa: Sopa de almejas y pescado empanizado. Platicamos sobre lo que habíamos visto y la tensión quedó atrás. Después caminamos por rumbo al Museo del Templo Mayor. Así que tuvimos que pisar la misma explanada central de la ciudad donde estaba la Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la CDMX. En cuanto comenzamos a estar rodeados de puestos con obras impresas, vi su expresión en los ojos y supe que probablemente no llegaríamos al museo. Julia se entretuvo con una editorial española que ofrecía puros libros ilustrados para niños que, según ella, son para personas de todas las edades. Después de un rato decidí cambiar al puesto de al lado. Una editorial de textos Dark y, aunque no era lo mío, me ofreció una alternativa a el ver libros para niños que no estaba muy de humor para apreciarlos. Atrapó mi vista un libro que se llamaba Moriste, el acompañante de las almas obscuras. Justo cuando lo tomé para ojearlo sentí la presencia de una mujer en el librero de al lado, voltee y quedé idiota. No sólo era su cuerpo despierta muertos sino su atuendo. Cubierta toda de látex negro: piernas, brazos, pecho, todo hasta el cuello y con un chalequito encima del mismo material; pero rojo que no le tapaba los senos cubiertos por el látex negro. Estaba viendo unos objetos en exhibición. Unas especies de…. —¡Bueno, qué he estado desaparecida toda la tarde! ¡Aquí estoy yo! —Voltee ante ese llamado de atención. Julia estaba fúrica. Ahora sí había un verdadero aprieto —¡¿Acaso no es suficiente?! —No había pretexto. Julia también tenía un cuerpo extraordinario; pero los looks… Como leyendo mi pensamiento dijo —¿Quieres algo así en tu vida? —Alejándome del puesto para poder platicar de manera más reservada con ella. Escuché una risa burlona atrás de mí. Seguramente provenía de la mujer en látex. Pero ahora no tenía la menor intención de distraerme.
—Es qué…
—¿Qué?
—Me atraen sus atuendos. Me prenden. Crees que…
—¡¿Y por eso tienes que mirar como descarado cuando estoy contigo?! ¿Acaso estoy pintada! Llevas todo el día en otro lado…
—Perdón Julia no quise ofenderte…
—¿Entonces por qué te comportas así? ¿No te das cuenta verdad?
—¿De qué?
—¡Dios mío! ¿Por qué me habré enamorado? Te aviso que no quiero hacerlo pero, ¿realmente quieres saber qué pasa con eso? ¿Con esas mujeres? ¿Verdad? ¿Por qué se visten tan seductoras? Yo pensaba llevar nuestra intimidad un poco más tranquila, ¡pero no! ¡Tenías que ser hombre! —No sabía qué decir para no lastimarla o para no obviar mi deseo, pero antes de hablar ella continuó con un tono incriminatorio, pero preguntando en el fondo —, ¿realmente lo quieres verdad?
Apenado y con temor, confesé —. Es que a veces quisiera algo alternativo —. Se quedó callada, viéndome con mucha seriedad, pensativa, disgustada.
—¡No! No lo voy a hacer…
—Es que…
—Sí, lo sé, me lo imagino, pero yo ya lo viví y, ¿sabes? No vale la pena. Luego se pierde el control y uno acaba vacío, todo se vuelve algo sin sentido y además…
Viéndola yo sin condescender pero no sabiendo qué expresar…
—¡Hay! ¡Dios! ¡Por qué te tendré que querer! No lo quiero, pero te lo voy a dar; pero sólo a cuenta gotas, de vez en cuando, pero hasta ahí, ¿entiendes? Lo demás va a ser diverso, sí, pero tradicional —Sólo pude ofrecer un intento de sonrisa dando a entender que estaba de acuerdo, pero no me salió. No sabía bien en lo que me había metido —¡Ahora vámonos de aquí! Ya me quitaste el apetito de la lectura por hoy.
A partir de entonces nuestras vidas siguieron igual. No le volví a mencionar el tema a Julia, por no querer irritarla. Me preguntaba si lo que me había dicho iba en serio.
Descubre más desde REVISTA UNIDAD PARLAMENTARIA
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
