CUMPLEAÑOS. V parte

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Por Luis Mac Gregor Arroyo

Foto dejoshuatkd en Pixabay.

Pasaron dos semanas y llegó mi cumpleaños. Estaba muy relajado temprano por la mañana. Recostado en mi sofá. Leyendo el libro de Una princesa del planeta rojo de Edgardo Arroz Burraughs. No le había recordado a nadie de la fecha; pero a los diez minutos de comenzar a leer, Julia me llamó.

—Hola Linda, ¿cómo estás?

—Bien, ¿listo para celebrar tu cumpleaños?

—¡Huuy, gracias por acordarte!

—Ponte listo para ir a Chapala.

Tiempo después ya íbamos rumbo a Chapala en el camión de primera. Sentados en los lugares de en medio. Estaba muy cariñosa la Julia. Su rostro, casi junto al mío, y con sus manos no dejaba de acariciarme, de decirme cosas bonitas. Al principio me sentí empalagado; pero conforme sus caricias me llenaban de sentimiento terminé por ceder en todas mis defensas. Sumamente atraído por ella, antes de que el autobús llegara a Chapala, me dio unos besos largos y cariñosos. Ante los que no pude más que corresponder envuelto en la ternura y el amor que me transmitía. Algo pocas veces experimentado por mí. Esta chica sabía dar y daba de lo mejor. Con eso me habría bastado de regalo de cumpleaños, pero el día apenas comenzaba.

Bajamos del camión y el Sol de la mañana sólo tenía un par de horas de haberse asomado. Agarrándome de la mano Julia me encaminó al Café París. Uno de los lugares más románticos y frecuentados en Chapala; para desayunar con música de piano en vivo, cuadros de París y de la Torre Eiffel. Nos sentamos en el gabinete del fondo y me dijo —. Tú ordena y no te preocupes, hoy yo invito. —Con ese regalote me animé a pedir como gringo del sueño americano (en un café estilo francés): Una hamburguesa con papas, acompañada de un rico chocolate y una rebanada de tarta de manzana, que compartí con mi acompañante.

Contenta pero con sarcasmo. Como reclamando mi poco recato —¡Tienes hambre corazoncito!

—Es que tras los cariñitos que me hiciste, la buena disposición para invitarme y el variado menú del café, pues me dio antojo.

—¡Ándale! Ya pagarás tus pecados.

—No te disgustes. Es sólo que me dio hambre.

—Estoy jugando, come todo lo que quieras.

Después del desayuno hicimos poca sobremesa y me llevó al malecón. En el camino pensé: <<He venido anteriormente a Chapala; pero esta vez me siento como si fuera la primera. Estoy perdidamente enamorado de ella. Por Dios que no existes, de no ser consciente de la inexistencia de pruebas, podría pensar estar viviendo un milagro>>.

—En qué piensas.

Voltee a verla y la llevé a una de las bancas con vista al Lago de Chapala. El más grande de México. Que había recuperado su nivel de antaño. Gracias a las lluvias y al cuidado de su agua. La miré de frente. De lleno a los ojos, sin pestañear. Ella hizo lo mismo. Puse mis manos a los lados de sus cachetes, conforme ella acercaba su rostro al mío y nos besamos —¡Estoy feliz! Muy feliz.

—Sí, bueno, yo también; pero espérate a que termine el día, lindo. Todavía falta un buen tramo —. Puso su mano junto a mi mejilla —. Suelo venir aquí a pensar, a sentir la vastedad…

—¿De verdad crees que Dios existe? —Solté la pregunta para buscar confirmar mis pensamientos.

—¿Por qué lo dudas?

—No puedo comprender cómo la gente puede pensar en alguien superior, quien todo lo puede. Solamente parándose a rezar. Cuando nada extraordinario pasa. Es como si por no poder con ellos vertieran su sentir en algo o alguien, quien no se muestra, no se ve y no hace nada milagroso ni nada espectacular en la vida de las personas…

Parándose de la banca —¿De verdad quieres tocar el tema?

Levantándome también —No comprendo como siendo una persona preparada puedes creer en Dios. Aunque, he de admitir, no te veo entrar a los templos y rezar.

Caminando los dos por el borde del malecón —. Toda la vida es un milagro. No se ha descubierto qué es lo que causa la vida; pero hay cantidad de autores, inclusive científicos, quienes consideran que existe algo más. Algo dador de vida. 

—¿En serio? ¿Hay pruebas científicas?

—Las hay, pero también depende de uno creerlas o ir con aquellos teóricos escépticos. Quienes siguen en la búsqueda sin saber qué encontrar.

—Entonces todavía no se sabe.

—No tanto así. Más de 90% de lo que existe es nada. Se sabe que todo son vibraciones y que las vibraciones dan lugar a partículas. Como los quarks. Pero, ¿de dónde vienen esas vibraciones? Se ignora. Se piensa están más allá de lo creado. La pregunta es ¿nosotros podemos tener acceso a lo que está más allá de lo creado?

Parándome —¿De algún lugar deben de venir esas vibraciones?

—Lo único que se sabe es que hay intervalos de ellas. Vacío. Donde se crea esta realidad y entre ellos no hay nada. La nada, si es que existe, es el lugar de múltiples posibilidades… ¿Dios?

Sintiendo cómo el viento proveniente del lago comenzaba a arreciar —. Sin embargo, hay algo que sé. Habrán podido llegar a ver lo más diminuto de la materia; pero no se ha logrado comprender cómo funciona el cerebro. Todavía hay mucho por descubrir ahí.

El viento arreció y teniendo que subir el tono de voz para escucharnos —¡Am…! —Frenándose y retomando —. Eso no explica la realidad, lindo. Ni tampoco la grandeza del Mar Chapálico —Volteando, viendo con gran admiración y agrado el lago con sus brazos alzados y extendidos.

Sin voltear a donde ella; pero sin dejar de verla —La única manera en que pudiera creer en un Dios es que algún día viera algo anormal, fuera de lo común y…

—¡¡¡Cuidado!!! —Una ola del mar pegó al borde del malecón y me llenó de agua. Saliendo Julia indemne —¡Hace lustros que no veía nada así! ¡¡Una verdadera ola!!… ¿Satisfecho?

—Pues sí me empapó; pero eso no quiere decir que sea algo milagroso.

—¡Pobrecito! Ven, dame las manos. Vamos a retirarnos de la orilla para que te seques.

Seguimos un buen rato paseando por los malecones, inclusive después de que ya estaba seco. No volví a ver otra ola en todo ese día ni en el resto de mi existencia, en Chapala. Ese había sido un milagro… O ¿había sido una excepción de la naturaleza?

Más tarde nos iríamos en un lancha a comer a la Isla de los Alacranes. La más cercana a Chapala y un lugar exquisito para degustar los alimentos. Definitivamente la chica estaba echando su casa por la ventana; pero la veía muy tranquila. Así que no quise ser aguafiestas. El viento había estado soplando toda la mañana y pese a haber Sol, el aire hacía que se sintiera frío. Julia se veía genial. Aunque no vestía nada sofisticado ni llamativo. Se ve que tenía frío. Desde que la vi temprano, traía puesta una blusa con cuello de tortuga. No era para menos. A veces titiritaba uno.

Tras comer fuimos a ver el centro ceremonial de los Huicholes quienes consideran a la isla un lugar sagrado. Tomamos unas fotos y nos pedimos una bebida del lugar con piquete. A parte de la que nos habíamos tomado cuando comimos. Con el estado de ánimo un poco más alegre nos fuimos a Ajijic. Un pueblo cercano a Chapala que, según me dijo Julia, tenía fama por ser el de mejor energía de la ribera. Me pregunté qué querría decir con eso, pero no quise abundar. Más tarde me enteraría de que según la revista Geografía mundial es una de las áreas del mundo con mejor clima. Caminando por sus calles me percaté de que había una gran cantidad de extranjeros. Al respecto ya había escuchado que era el lugar con más gringos en el país, después de San Miguel de Allende, en Guanajuato. Estábamos algo contentos. A sugerencia de Julia, nos fuimos a un lugar donde vendían pulque de sabores. Me tomé uno de fresa y ella uno de vainilla. Ahí nos ocupamos una hora y media. Iban a ser las seis de la tarde y temía que el tiempo se nos viniera encima.

—Oye bonita ¡Ya vámonos!

—Sí, ¿tienes algo que hacer mañana?

—Tengo que escribir un par de textos que son para pasado mañana, y no quiero estar a las carreras.

—Bueno, vámonos de aquí.

Pagamos y caminamos rumbo a la plaza del pueblo. Íbamos realmente muy parlanchines…

—Oye, ¿sabes que estás muy apetecible?

—En serio, bueno, pues tú no estás nada mal. Es una lástima que tenga chamba.

—¡Pero es tu cumpleaños! —Se paró y no me quedó otra más que detenerme también —¿Acaso no quieres celebrar? Extendiendo la mano hacia la puerta de un hotel frente al cual nos habíamos parado o, mejor dicho, se había parado ella, sin percatarme yo de ello.

Viendo el hotel —bueno, es que…

En ese momento cambió su tono de voz y su porte. Pasó de alegre y juguetona a una cadencia algo fría con ojos de lascivia. Mientras ponía sus manos al frente. Abriéndose la blusa de lado a lado, para dejar ver una vestimenta de látex negro con un chaleco rojo encima. Todavía más descarado que el de la mujer en la feria de libros de la Ciudad de México, pues aquí no sabía distinguir bien si se podían ver sus pezones al aire. Sólo acerté a abrir la boca —. No te estoy preguntado —. Cerró su blusa nuevamente —. Así que puedes dejar de babear y seguirme —. Entramos al hotel y fuimos a la recepción —. El cuarto que aparté por favor —. Le dieron la llave y caminó a una habitación al fondo a la derecha. Mientras yo la seguía sonámbulo. Abrió la puerta del cuarto y se dio la vuelta. Como por instinto. Tras ver adentro del cuarto. Abrí la boca del asombro. Sin darme tiempo a reaccionar me puso una bola de plástico entre los dientes y altisonante, continuó —¡Ahora sí! ¡¡Ya estás listo para tu regalo!! —Me agarró del cuello, me jaló hacia la habitación y cerró la puerta. Ahí tuve una de las noches más alucinantes de mi vida.

ANORMALMENTE DAÑADO

Al otro día temprano nos subimos en el camión de regreso. Le cedí el lugar de la ventana —. Gracias —Sonrió linda, pero dando a entender que estaba agradecida de que todo saliera bien y me agradara lo ocurrido.

Tomó asiento y luego yo pasé a sentarme —¡Huy! —Brinqué del asiento apenas lo tocaron mis asentaderas.

—Jijijiji —Rió quedito, burlona, pero de buen humor —¿Resentiditas?

Adolorido y con temor a mostrar mis sentimientos encontrados. Al recordar la experiencia del día anterior, sólo acerté a decir —un poquito —. Volví a intentar sentarme, pero despacito. Esta vez sí aguanté; pero con dificultades.

Después de esa experiencia nocturna, lo ocurrido pasó casi al olvido y volvimos con nuestro romance habitual. No estaba del todo contento. Había aprendido que lo provocador, en exceso, no es como lo pintan. Creo que a Julia le había agradado darme una lección. Pero, aunque ninguno de los dos se atrevía a admitirlo. Nadie quería esto como algo frecuente. Mantuvimos un silencio cómplice. Esos encuentros esporádicos podrían agregarle sazón a nuestra intimidad.  


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