JULIA PARTE VI

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Tiempo de lectura 14 minutos.

Por Luis Mac Gregor Arroyo

Foto de Jerzy Góreki en Pixabay.

LOS PAPÁS

Tras la fuerte impresión de conocer a Julia en su lado salvaje. Tardé algunas semanas en recuperarme. Me imaginaba que cosas así pasaban. Pero, sin duda, ella iba más allá que muchas por más temerarias que fueran. Jamás la imaginé capaz realizar una «interacción» de ese tipo. Si no estuviera seguro de que me amaba esa tarde noche en Chapala; hubiera considerado como el capítulo siguiente en nuestro amorío: el romper en pedazos mi corazón. No fue así y dejé de fijarme en mujeres seductoras vestidas para matar y hombres tergiversados mentalmente. Mi novia era capaz de llevar la noche al triple de lo bizarro y de los límites de la imaginación. Por el mero gusto de quitarme ideas absurdas, sacar estrés y estar los dos en sintonía. Era un amor; pero también podía ser una chupa «almas» nata. Por suerte en el fondo, de manera bastante clara, ella era tranquila y tradicional o, al menos, así lo apreciaba yo.

¡¡¡DING DONG!!!

Estaba abriendo la puerta (sin haber dado ningún paso hacia ella). Simplemente había pasado del sofá al picaporte. 

—Hola.

—¡Hooola!

Subió un poco los bordes de sus labios para mostrar una boca sonriente —¿Contento?

Subiendo un poco los hombros para asentir. Con la mirada un poco perdida, pero con brillo cariñoso —. Pues sí, algo.

—¡Ah, bueno! ¿Me permites tu baño?

—Sí.

Había tenido tres relaciones en la vida: Una en la preparatoria que fue una locura y duró sólo seis meses. Otra en los treintas que duró casi dos años, pero se terminó porque me fui. Era una mujer bella, interesante, creyente; pero le hacía falta sabor al asunto de la carne y el deseo. Después, la última, al principio de los 40 años. Esa casi duró tres años: Ella era guapa, talentosa, salvaje; pero algo recatada en la plática para expresarse. Esa relación iba bien, pero terminó, se acabó el interés. Como si se nos hubiera terminado el motivo inicial que nos condujo a compartir el tiempo. Ni ella ni yo supimos bien qué sucedió. Simplemente, de repente, comenzó a perder el interés y yo babee por otra; lo que no duró ni un mes. Después me enteré que desde antes ella estaba con alguien más. Ahora, cuando todo estaba perdido, llegó Julia… Ella está fuera de todo lo que había vivido. Era como el sueño adolescente de amor bello que nunca sucede. Con la diferencia de que uno ya tiene la experiencia de las décadas o, al menos, uno como hombre ya sabe lo que quiere a los 46. Algo ya sabido por las mujeres desde antes.

—¡¡Gracias!! —Interrumpió ella mi pensamiento.

—Sí, de nada ¿Por qué me ves así?

—Hemos cambiado en los últimos meses, ¿verdad?

—Sí. El amor es entrega y… —Apuntándome con su dedo índice derecho hasta tenerlo levantado cerca de mi rostro —. Decisión.

—Sí, me decidí por ti. Así que no me decepciones.

—Julia y ¿cómo sabe uno si la decisión no cambia? ¿Te ha pasado esto antes?

Se puso pensativa viendo hacia el suelo —Sí —Dijo con voz queda. Fue hace 9 años. Me enamoré, sufrí y —subiendo su rostro con lentitud —después —viéndome fija pero con ojos penetrantes, para ver si llegaba a comprender algo —entendí.

Me le quedé viendo sin saber cómo expresarme. No sabía a qué se refería.

—Ya lo sabrás, yo lo sé, ya lo sentí.

—¿Vamos?

Tomamos el macrobús hasta el sur de la ciudad. Pasamos por la Diana hasta llegar a la nueva línea 3 del Tren Urbano, y de ahí seguimos hasta la estación Miguel Ángel de Quevedo en Coyoacán.

—Bueno, de aquí a Tlalpan.

Tras todo este tiempo juntos por fin le iba a presentar a mis padres. Era la segunda vez que les presentaba a alguien. Julia lo había logrado. Bueno, lo hizo desde el primer día.

Mi padre un hombre nonagenario que sentado en su lugar predilecto de la sala se estaba echando un ligero whisky en las rocas.

—Hola mijo, ¿cómo estás? Veo que traes algo por ahí.

Le cedí el paso a ella —Julia, mi padre; papá, Julia.

—Hola señorita.

—Hola señor.

—¿Qué intenciones tiene con mi hijo? ­—Usualmente los padres de la novia son quienes preguntan eso. Aquí era al revés ¡Qué vergüenza! Pero así se dio.

—¡Las mejores señor! —Respondió de muy buen modo y seria. Aseverando firme lo que decía. Me quedé sorprendido. Realmente estaba tomando la iniciativa como si de ella dependiera, en mayor medida, el éxito de la empresa.

—Humhh, ya veo, una buena mujer.

—Así es —. Ella esbozó una sonrisa responsable y cómplice. Levantando un poco el cuerpo con alegría.

—¡Mamá! Ven aquí.

Se escucharon unos pasos que se acercaban desde la cocina —¿Ya llegó la pareja?

—¡Vaya! Hola, tú debes ser Julia.

—Sí, así es.

—¿Dónde la conociste hijo?

Mi madre tenía siempre un ligero complejo respecto de conocer a las personas en los lugares menos ortodoxos. Así que respondí con lo primero que pasó por mi cabeza —En el… —Voltee a ver a Julia para que con mi mirada comprendiera que tenía que asentir —…Museo Cultural.

—¡Pero por supuesto! Qué bien, y ¿a qué te dedicas Julia?

—Soy —Ella me devolvió la mirada en el mismo sentido —. Maestra de yoga en la Academia Churchill de la Embajada de Gran Bretaña —Lo cual era una mentira.

—Pero qué interesante —. Mi madre no pudo evitar esbozar una sonrisa de lado a lado. Mientras mi padre la veía como entendiendo lo que sucedía. Alegre al verla contenta.

La plática en la sala fue breve pero sustanciosa. Mi padre observaba a Julia seguido y, por la expresión de su rostro, estaba maravillado. Mi madre por su parte se creyó cuanta invención escuchaba de parte mía y de ella y, ante cualquier objeción de su parte, mi padre simplemente entraba al quite y evitaba la posibilidad de algún roce. Mi viejo solía ser bastante recatado en sus comentarios; pero siempre era muy certero cuando hablaba. Desafortunadamente mi madre siempre soñaba con mujeres salidas de cuentos de princesas. Propias de la alta sociedad, para su hijo de clase media.

—Oiga, ¿qué me dice de los distintos tipos de yoga que existen?

—El yoga verdadero, señor —con auténtico respeto —, es el que se hace despacio. Dando el tiempo suficiente para que la energía generada por el cuerpo reestablezca su balance.

—¡Vaya! Qué respuesta más interesante —. Julia sonrió moderada para que mi madre no sintiera que le robaban su lugar.

—¡Que bien! Ya es hora de que pasemos a comer.

El primer guiso fue arroz amarillo con pollo. Acompañado con papas gajo de la receta de la casa. Al terminar mi madre, ayudada por mi pareja, trajo una pierna de pavo ahumado a la manzana, que mi padre rebanó.

—Disculpe señora —. Se atrevió a preguntar Julia —¿Cuál es su creencia religiosa?

Casi se me atora el trozo de pavo que me comía, y se me manchó la camisa con el jugo del mismo.

Mi padre sólo agitó la cabeza. Me pasó la servilleta y pidió que me fuera a limpiar. Según me dijo Julia después: volteó a ver a su mujer con una mirada de disgusto. Ella se sonrojó y sus ojos casi se ponen un poco llorosos. Sin embargo, agarró aire y respondió.

—Soy católica.

—¡Qué interesante! ¡Yo también admiro a Jesús!

—Así es, él regresará y condenará a los perversos y pecadores.

Julia intentó simular que no se le abrían los ojos de la impresión. Mientras mi padre parecía comenzar a echar chispas con la mirada.

—Emm… claro, sí, así debe de ser… Así que va seguido a misa.

—Voy todos los días y me sé todos los rezos. Que el señor nos observa y sólo nos llevará al cielo a quienes pensamos con rectitud.

—Los que son muchos —. Agregó mi padre un poco exasperado.

—Estoy segura… —Disimulando su desconcierto.

En eso regresé de limpiarme la camisa —Sí, si es muy católica.

—Se ve, bueno… Eh

Mi padre entró al diálogo —. Vamos, vamos nunca es bueno interrumpir la comida mejor sigamos comiendo —. Mi madre iba a replicar pero por alguna razón tras ver a mi papá desistió.

MÁRQUEZ

—¿Entonces conociste a Gabriel García Márquez?

—Así es señor. Una vez me saludó en un hotel del centro de la ciudad. Iba pasando, se detuvo y me extendió la mano. Así, nada más. Yo sólo había leído medio libro de él. Lo hizo con una verdadera sencillez.

—Yo lo vi una vez escribiendo en el centro de Coyoacán, en México.

—Mi papá varias veces se lo encontró en un café y cruzó una o dos palabras con él maestro.

—Medio obscuro por cierto. A Julia no le agrada mucho lo que escribe.

—Sí, bueno, todavía no le comento que lo conocí.

Se escuchó el ligero rechinido de la puerta que se abría.

—Bueno, ya llegó.

—Gracias por la plática señor.

—Cuando gustes.

Julia entró muy al quite —. Padre yo te lo robo, porque sino te lo quedas toda la tarde platicando contigo, y es para mí.

—Donde manda capitán no gobierna marinero… Hasta luego Hugo —Se despidió de mano de mí.

Esperó a que su padre se retirara a la otra estancia de la casa. Me sujetó con las dos manos por donde terminaba mi mandíbula y me dio tremendo beso. Que pareció una secuencia larga de sucesos donde no había espacio suficiente para abarcar una pasión desbocada, con sensibilidad, que me influía. Después separó su rostro del mío y volvió a acercar el suyo a la altura de mi oído. Donde me dio un lengüetazo —¿Nos vamos a mi cuarto?

LA VÍA MÁS CORTA

Ella estaba parada frente a mí. Con una chaqueta de piel aterciopelada de color casi negro. Sus pantalones eran de una tela entre mezclilla y nylon de color oscuro. Su blusa, se veía por la apertura de la chaqueta, era amarilla clara con brochazos de rojo sangre. Con mirada de una profundidad inmensa como la del océano. De un cariño basto como la vida misma y con un hambre capaz de derramar sangre por el entendimiento mutuo, me dijo, de memoria. Mientras cambiaba su expresión corporal y se mostraba como cuando explicaba algo con seriedad para que uno comprendiera.

—»En asuntos difíciles no es en absoluto reprochable acudir a las mujeres en busca de consejo, como ya acostumbraban a hacerlo los antiguos germanos; pues su manera de ver las cosas es muy diferente de la nuestra: ponen el ojo en la vía más corta para llegar a una meta, y en general se fijan en lo más obvio, que nosotros, los hombres, precisamente por tenerlo frente a nuestras narices, casi siempre pasamos por alto; es entonces cuando más necesitamos que nos reconduzcan a ello, para así recuperar la visión cercana y sencilla de las cosas.» Schopenhauer.

Cambió de nuevo la expresión de su rostro y su cuerpo a la previa —. Ahora, ¿continuamos…? —Instantes después un velo obscuro cubrió mi consciencia y mi razonamiento… no supe más.

TÓMAME

A las 2:30 a. m. entreabrí mis ojos. Estaba boca arriba, mientras sentía la saliva de Julia desparramarse sobre la parte derecha de mis labios. Ahí estaba. Dormida después de una noche salvaje. Sin chaqueta. Sin pantalones. Con su playera amarilla. Y su ropa interior rosa claro con dibujos fosforescentes del yin y el yang. Como pude traté de observar su rostro: ojos cerrados, serenos y satisfechos. Sus rizos pelirrojos, como adormilados pero con brillo. Su rostro mostraba plenitud. Mis labios rozaban su cachete. Los moví ligeramente completando una especie de beso que, de seguro, se habría prolongado largo tiempo, de estar ella más despierta. Terminé de abrir los ojos. Me tallé un poco el izquierdo y, con mucho cuidado, me levanté. La mujer más peligrosa de toda la región yacía, ahí; vencida en su esencia de amor. Satisfecha de que su amado acabara igual, envuelto en su atmósfera interior.

Me vestí y me asomé por la ventana. Estaba lloviendo y, de repente, se veían unos truenos que iluminaban el pueblo con un aire de vida. Para ser un lugar pequeño y tranquilo, aparentaba tener vida por sí sólo. Ahí, con la lluvia a cantaros. Viendo a través de una ventana pequeña, algo chueca, con sus molduras algo despegadas, y su pintura blanca desgastada. En ese momento supe, un poco más de lo usual, que estaba muy enamorado.

EXCURSIÓN

A la hora del desayuno nos preparamos el típico menú americano: Pan tostado, tocino y hot cakes. Salimos antes de que sus padres se despertaran. Llevábamos puestas nuestras mochilas en la espalda. La suya amarilla y la mía verde. Eran del mismo modelo. Comenzábamos a tener muchas cosas similares.

—Te voy a llevar al cerro más alto. Por eso te pedí que te prepararas varios días. La caminata va a ser larga.

Tomamos el camión que nos condujo cerca del Cerro del Valle de Cascada. Quedaba cerca de Jocotepec, pero lo íbamos a trepar por el otro lado. Por donde se ve a la ciudad. El recorrido iba a tomar hora y media para llegar a la cima, y una hora para descender. La senda era terregosa y llena de piedras, escasas, pero repartidas por todo el camino. El entrenamiento me ayudó durante los primeros 40 minutos. Pero después el esfuerzo me comenzó a calar. Julia, como si nada, seguía avanzando bastante fresca.

—¡Mira, allá a lo lejos se ve la cascada!

Volteé la vista y a un kilómetro y medio se alcanzaba a ver una caída de agua. Me preguntaba si llegaría. 25 minutos más tarde ella también comenzó a jadear. Me sorprendió, siempre la había visto completamente entera para emprender todo lo que realizaba. Al llegar al salto de agua apoyó su pierna sobre una roca al borde del pequeño río que se formaba. Apoyó sus manos, con los brazos algo doblados sobre su rodilla y miró la caída del líquido. Arrojaba vaho por su boca, por el esfuerzo hecho. Mientras yo apenas y podía dar un paso. Me volteó a mirar y sonrió.

—¿Agua? —. Le pregunté.

—Su sonrisa se fue y con algo de necesidad en su rostro dijo —Sí, por favor.

—¿Habrá algo por aquí, cerca de la cascada?

—Dicen que existe una cueva por ahí.

—¿Vamos atrás de la cascada? Dije casi desfalleciendo.

Su rostro, sin poder sonreír ni evidenciar necesidad por agua, se mostró plano. Como tomado por sorpresa, su cuerpo quedó un poco desguanzado. Con todo el desgane del mundo, y la mirada perdida en el infinito que nos separaba de la cascada, dijo con algo de jadeo —. Bueno…

Yo no sabía si sonreír un poco sin llegar a la burla. Pero asentí pretendiendo estar igual de fuerte que al comenzar a subir —. Bien.

Como pude, comencé a andar de nuevo. Con un esfuerzo enorme para levantar una pierna tras la otra. Y ella, quien se veía más entera, como si dejara ir las fuerzas que había retenido. Me siguió casi con una energía representativa de su verdadero sentir.

Seguimos el caminito que estaba en dirección a la cascada y al breve rato ya estábamos atrás del agua.

—¡Vaya! —Dijo mientras recuperaba su sonrisa. Al sentarse sobre una roca mediana a un lado del senderito —. Sí se podía pasar por detrás de la cascada.

—Sí, y hay cueva… —Me tumbé al lado de Julia. Sobre la simple tierra.

Nos quedamos dándole la espalda a la entrada de la caverna. Viendo hacia el frente. Como muertos vivientes. Sin querer, ella cerró los ojos y se comenzó a ladear. ¡No lo vi venir! Hasta que escuché con un ¡Crock! Cómo su cuerpo cayó en el suelo. Nuestra excursión llegó hasta ahí. La apertura del lado izquierdo de su cabeza requirió de dos puntadas.


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