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Esta mañana, cuando salí de mi casa, al atravesar la puerta que comunica con la calle, me encontré con un bello coche último modelo, marca Volvo, aparcado justo enfrente. El carro en cuestión, era de color negro, y especialmente alargado, merced a su ranchera, que, según me fijé, le otorgaba una buena capacidad extra, para portar equipajes, o los cachivaches varios que se nos puedan ocurrir que se tercien llevar en un vehículo de tales características.
No les miento si les confieso que este vehículo podría convertirse en un coche fúnebre, pues habilitando la zona posterior de asientos, junto con el generoso espacio contiguo de la ranchera, se conforma en seguida un transporte para ataúdes. De hecho, las formas exteriores del vehículo que comentamos, recuerdan a los coches fúnebres que circulan por nuestras ciudades y carreteras, rumbo a los tanatorios, y, desde los tanatorios, hacia los cementerios, en lo que constituye una última ronda a la que son paseadas las personas que pasan a mejor vida.
Es curioso un dato: los coches fúnebres suelen ser de marcas de lujo. Normalmente, desconozco la razón, los coches fúnebres pertenecen a la marca Mercedes Benz, una de las más cotizadas en cuanto al lujo se refiere. También he visto, en rara ocasión, algún coche fúnebre de la marca Rolls Royce. Pero la marca Volvo, no suele prodigarse en cuanto al oficio de llevar a los finados en su postrer viaje, por otro lado tan necesario e inevitable, según el protocolo que los humanos hemos establecido, en el ritual de despedida de nuestros seres queridos.
Por eso digo que me llamó tanto la atención, ver un Volvo tan predispuesto a la funesta tarea de llevar a los cuerpos en descomposición, hacia su nicho, o enterramiento definitivo, a pesar de que este Volvo, no era un coche fúnebre en el sentido pleno y directo del término, pues solo recordaba a los coches fúnebres, por sus formas y diseño, ya que la utilidad que le estaba otorgando su dueño, comprobado por mis observaciones, sería la de un utilitario familiar.
Por otro lado, me pregunto por esta rara manía de llevar a enterrar a nuestros muertos, en los coches más lujosos del mercado. Al que se ha muerto le importa tal detalle, no un comino, sino absolutamente nada. El lujo mortuorio, es del todo un asunto entre los vivos. ¿Pretendemos aparentar que esos desechos que van camino de la tumba, son importantes, un lujo para nuestros sentimientos, y para nuestros corazones dolidos, a pesar de la podredumbre realmente inservible, que acabará en un leve testimonio en forma de polvo, un polvo de lo más ridículo y pobre?.
Yo creo que los tiros van por ahí, y si van por ahí las verdaderas razones del lujo mortuorio, significa que los humanos no acabamos de aceptar nuestra condición absolutamente débil y miserable, puesto que la queremos disfrazar de justamente lo contrario de lo que es en realidad. Somos polvo, sí, y tras nuestro paso engreído y soberbio por este mundo, regresaremos al polvo, es decir, a lo más insignificante que existe en la naturaleza, y en la inmensidad del Universo.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 24 de octubre del 2023
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