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Por Luis Mac Gregor Arroyo
Foto de Hermann F. Rishter

Desasosiego.
—¡Hola tigre! —Me dijo, tras salir del cuarto donde la curaron por lo sucedido. No se veía igual con las benditas, que cuando no tenía nada. <<¿Le quedaría una cicatriz?>> Me sentí dolido. <>, suponía.
—¿Una soda? —Se puso de lado. Luciendo su blusa de lana holgada con las mangas dobladas. Sus jeans azul claro, y con la cabeza de tres cuartos hacía mí. Mientras su dedo índice derecho lo ponía entre pícaro y sugerente, como si estuviera pensativa, en sus labios.
Minutos después regresábamos a la sala de espera de la clínica. Ahí, como si nos hubiera estando esperando, apareció la doctora —. Tienes que tomar un desinflamante por 7 días, y regresar en 10 para retirar las puntadas —, le dijo.
—Gracias, qué buen servicio —, respondió y salimos del lugar. Ella estaba caminando pensativa, con la mirada en el piso —¿Te acuerdas cuando nos conocimos?
—Sí —. Me tomó la pregunta por sorpresa.
—¿Estaba tan mal? ¿De verdad me veía asolada?
—Bueno… sí; pero yo estaba igual. Y esa impresión me diste.
—Ya —De repente se le cerró la garganta y una lágrima brotó de su ojo derecho.
Me sorprendió verla así y sentí algo de tristeza en mi pecho.
—¿Crees que el amor llega cuando uno menos lo espera y se queda?
Seguí su paso y tras esperar un segundo más de lo necesario. Le respondí no tan inmediato como hubiera sido lo esperado —…Sí —. Dimos unos pasos más y ella se detuvo. Sin dejar de mirar para abajo, se puso las manos en el pecho y se alejó sollozando un poco. Sin poder evitar contener un dolor intenso que guardaba en su interior. Nunca la había visto así. Se sentó en una de las conformaciones de concreto, con forma de cubo, que rodeaban un árbol, al lado del parque que pasábamos.
Sin saber qué hacer, me acerqué titubeante. Me senté en el cubo aledaño. Miré al suelo extrañado y cuando alcé la mirada para consolarla, ella estaba mirando para arriba con los brazos cruzados, apretándole arriba del abdomen y pataleando sin consuelo. Traté de tocarla para consolarla, pero ella se movió hacia el lado contrario. Era la primera vez que se veía ajena a mí.
—¿Qué pasa…? ¿Te sientes bien? ¿Qué hice?
Miraba hacia arriba ¡Esperando qué! No sé. Tal vez que el cielo le dijera algo. Dejé de pensar en tocarla. De pronto, por primera vez, imaginé quedarme sin ella, sin saber por qué.
Ella inclinó su cabeza nuevamente para abajo. Trató de taparse las lágrimas con los dedos de su mano derecha. Me quedé ahí sentado. Con los brazos sobre de mis rodillas. Sin saber qué hacer.
Tres minutos después, comenzamos a caminar nuevamente por la banqueta. Rumbo a nuestro destino. No comprendería lo sucedido por mucho rato. Es un milagro que se quedara conmigo.
Con el tiempo la herida en su cabeza sanó totalmente. No le quedó ninguna cicatriz.
AMOR
<>. También en los cafés de la época hubo bastante movimiento intelectual donde se intercambiaban ideas sobre la ciencia y la fe…
<<¿Cómo es posible que se hable tanto de religión en estos siglos. Por lo mismo también se desarrolló la ciencia y finalmente, por supuesto, en el siglo XIX esta dominó.>> Miré mi reloj: eran las 18:00 horas y habían pasado casi tres días desde que nos vimos. Estaba, francamente, preocupado. No entendía que había pasado. Llevábamos prácticamente dos semanas sin vernos. Me decía que debía llevar a cabo unas cosas y no podíamos vernos. Después, que no se sentía bien. Más tarde me llamaba, pasados varios días, y nos veíamos. El ciclo ya se estaba repitiendo casi tres veces. Estaba preocupado y comenzaba a llamarle yo casi todas las veces. Decidí tomar mi celular y marcarle otra vez: Decidido a que habláramos ¡Algo sucedía y no entendía…! ¡¡Riiiing!! ¡¡Riiiing!!
—¿Julia?
—Ven, ¡te quiero ahora! —Y colgó.
Al estar en la estación de autobuses para tomar el transporte a Aureola me volvió a marcar —. Te espero en el Hotel Boutique Caintal, cuarto 302 —. Volvió a colgar.
Esto pintaba mejor, pensé. Tal vez lo que tuviera ya se le había pasado. Aunque me preguntaba la razón de la actitud tan extraña mostrada.
Llegué al hotel lo más rápido que pude. Pregunté dónde quedaba la habitación y me encaminé. Revisé que tuviera el condón que siempre llevo para cuando se ofrece. En mi bolsillo detecté mis llaves, unas monedas, mi tarjeta de transporte y, en efecto, el artículo buscado. Al estar frente a la puerta ésta se abrió casi sin tocarla. La cama estaba cubierta de una colcha blanca y los velos del mismo color que la cubrían por los cuatro lados. Una luz resplandeciente parecía provenir del conjunto. En los cuatro lados del lecho había, arriba de cuatro porta velas, unas velas encendidas que invitaban a lo no experimentado con ella todavía. Era una escena preparada. Como otras con las cuales me había sorprendido. Pero era siempre para efectos instintivos. Esto era, intuía, para otro fin. Era algo muy diferente. Todo el decorado era oriental. Ella vestida con pantalones tipo árabe o turco. Como una princesa de Asia, con un turbante y un velo blanco translúcido, que sólo dejaba sin cubrir los ojos. Mi corazón se me salió del pecho. Me veía con amor. Hacía días que la anhelaba. No comprendía la razón del cambio repentino. Pero algo sabía: esa mujer me amaba. Ahí me iba a dar el resto de lo que guardaba, y no me lo iba a perder. Ahí había luminosidad, nuestra relación era y seguía siendo luz.
Con mirada contemplativa avanzó unos pasos. Apenas pude comprender lo que sucedía avancé lo que pude, e intenté abrazarla.¬—¡No! —Dijo con voz profunda, mostrando absoluta transparencia. <<¡No! Hoy no es así. Hoy te voy a querer más: Mi querido hombre. Hoy te voy a amar con toda mi sensibilidad y complejidad, porque eres mi amado: el amor de mi vida>>. Extendí mis brazos a los lados de su cuerpo. Ella los frenó de los antebrazos a poco menos de once centímetros de mis manos. Después me tocó las muñecas. Finalmente, nos tocamos las manos. Estuvimos así unos minutos largos, o un poco más, acercándonos. Mi piel tembló solo de estar ella frente a mí. Eso hubiera bastado para quedar feliz. Así y acercando un poco mi rostro ella me besó con todo su cariño. Entonces algo pasó. Una energía bella, pura, inocente. Mi corazón le correspondió como pudo. La había amado todo lo que había podido. Pero esa tarde… salió de mí algo que no me atrevía o no creía poder dar. En mi vida nadie habría nunca de descubrir mi ser de manera tan profunda.
Al traspasar los velos, el objeto redondo de material no biodegradable se resbaló desde las sábanas al piso, ¿acaso había existido? Ya no importaba.
Traté de hacer a la par de ella, pero siempre lo he sabido, ella siempre hizo más. Ahí su pecho y el mío se unieron: nos volvimos uno. Sí antes sabía lo que sentía por ella; ahora nos sentíamos al mismo tiempo. No se trataba de una especie de cinturón metálico de alta tecnología que nos intoxicaría de amor hasta saturarnos. Más bien, por primera vez supe de la manera más franca y verdadera lo que éramos. No era sexo, mucho menos placer. Por primera vez, supe lo que ella sentía de mí en cada parte de su cuerpo. Le hice el amor a una mujer en toda su complejidad.
¿AMOR…?
<>. Una frase de Emily Dickinson que me llegaba a la mente hasta una semana después de estar con Julia ¿Qué era eso? Esa tarde estuvimos un rato más juntos, recostados, viéndonos, “cuchicheándonos” con los dedos… Hoy la vería en la tarde. Su actitud era el olvido de la tristeza. Su rostro resplandecía ¿Qué había sido todo aquello? Nunca había sentido algo así con alguien ¿De dónde provenía? Por instinto sabía que ya era hora. Tomé mi chaqueta de cuero y salí en dirección al parque pequeño de la plaza del municipio. Veintitrés minutos después estaba sentado en el respaldo de una banca esperando a mi amada. Nervioso. De repente comencé a sentir con mayor fuerza su querer en el pecho. Y allí, sin esperarlo, apareció.
—¡Hola! —. Levanté mi brazo alto.
—¡Hola! — Sonreí confidente —¿Qué traes bajo el brazo?
—Un libro, con cubierta café y pasta dura. Bastante hojeado, pero todavía entero.
—¿El Quijote?
—¿Tú crees?
—¿La Torá?
—¿Me ves cara de judía?
—Bueno, tienes clase… conocimientos…
Su mirada del intenso amor que me profesaba pasó a cierto recelo y ganas de estrellarme el libro en el rostro.
—Pero, ¡qué bruto! La Biblia.
Torneando mis labios hacia abajo. Algo disgustado. —¡Ah! Algo muy leído en el país.
—Luego dicen que Dios habla a través de sus páginas. Vamos a abrirla y a ver qué dice —. Tras decir esto abrió el libro sagrado y leyó <<…de los hijos de Elisafán, Semeya, jefe, y sus hermanos, doscientos; de los hijos de Hebrón, Eliel, jefe, y sus hermanos, ochenta; de los hijos de Uziel, Aminadab, jefe, y sus hermanos, ciento doce>>. Julia, ¡peló los ojos tras leer…!, pues realmente no entiendo mucho.
—A ver déjame darle una mirada.
Julia me entregó el libro y releí en voz alta. Me quedé pensando un rato. Interpretando lo leído… —Pues aquí sólo veo los nombres de generaciones de hombres y sus hijos… Me quedé ceñudo tratando de entender.
Al escuchar mis palabras una idea vino a ella. Sonrió y, casi riendo, dijo —¿Sí verdad…?
Sin comprender por qué ella sonreía, le respondí —¡Pues sí!
Muy animada. Queriendo dar unos brinquitos. Me retiró el libro de las manos. Lo cerró y me invitó a bajar de la banca. Me agarró del brazo derecho y se animó a caminar conmigo a lo largo del parque. La pasamos muy bien. Se mostró muy cariñosa. La sensación en nuestro pecho permaneció igual. Sin embargo no quise abundar en el tema de lo leído. No se me fuera a enfurruñar. Media hora después nos separamos; aunque siguió un poco burlona. Al alejarse me quedé pensativo ¿Pues qué le pasa a esta?
Cabizbajo me regresé a casa. Esa mujer me había dejado frío… Siempre había sido muy comunicativa. La malvada se fue sabiendo que me dejaba un vacío intrigante. Seguí con mis deliberaciones un rato hasta llegar al departamento. Subí las escaleras. Comencé a abrir la puerta blanca: Le hacía falta algo de pintura, y dejaba escuchar su rechinido por el óxido en las bisagras. Entonces me detuve. Mi mente estaba en otro lado. Fue cuando tomé una decisión: <<¡Voy a tomar algo!>>. Cerré y mientras bajaba las escaleras, le llamé a Eduardo para ir al Canta Gallo.
NIÑOS
—Y bien, ¿para qué me querías ver con tanta urgencia?
—¿Urgencia?
—Pues sí, se te ha notado en el tono.
Echándome un trago de una bebida tipo Sun Valley; pero elaborada con vodka en vez de ron —. ¡Nada! No entiendo qué pasa con Julia.
—¿Julia? ¿La actriz? —Con una sonrisa en el rostro.
—No bromees.
—Así que se llama Julia. Nombre no muy seductor pero tampoco parco. No está tan mal.
—¡Vaya! ¡Gracias! Sólo necesito ayuda con un punto de vista razonable sobre las mujeres. No tienes que ser tan grácil y limitado —algo irritado —para algo como un nombre.
—Bueno —, encogió los hombros con sinceridad —, perdón. Vayamos al grano.
—Esta mujer me ha traído mesmerizado desde hace casi un año. Tanto ha sido lo bueno, que me da temor no entender lo que sucede.
—Pues te ha de querer más que muchas otras.
—Eso es seguro; pero me comienzo a preguntar, ¿dónde estoy? ¿Para dónde voy en esta nube con aroma a flor de rosas?
—De seguro todo está muy bonito —. Y el compa’ como que quiso esbozar una sonrisa, pero llegó el mesero —. Me trae una Corona.
—No sé que hacer. Ya le di todo lo que tengo y no sé dónde pisar ¿Será el principio del fin?
—No seas tan pesimista. Haz de tripas corazón y a ver qué sucede.
—Eso me temo. Hace dos horas me leyó un texto de la Biblia que habla de la genealogía de los descendientes de Israel. Es decir: padres e hijos.
—¿…Y?
—¡Pues no entiendo! Tras leerlo esbozó una sonrisa inusual y casi se sonroja. Inclusive sonrió al percatarse que no había entendido lo sugerido en el texto.
—¿Qué decía el texto…? ¿Padres e…?
—Hijos…
Mi amigo sonrió —¿Qué edad tiene ella? —El mesero llegó con su bebida —. ¡Gracias! —Le dijo.
—De nada señor, ¿algo más?
—No gracias.
—Tiene 28 años. Los cumplió hace dos meses.
–¡Hay Hugo! ¿Pues qué querrá?
–Pues <<¿padres… hijos..?>>
Eduardo se me quedó viendo poniendo su mano izquierda sobre su barbilla, como pensativo, pero con ojos un poco brillantes como de <<¿ya entendiste?>>
—¡Aaay! —Y le di un trago a mi Sun Valley —¡Dios mío! ¿Y ahora qué hago?
—Pues si te vio así. Te ha querido tanto como dices. Y como te conozco Hugo, o ahora agarras la torta o no sé si vuelva. Ya no tienes treinta.
—… —Con el rostro quieto un tanto inexpresivo; pero dejando a medias la expresión que tenía. Tragué saliva. Miré a mi amigo e inflé ligeramente el pecho —¡Salud! Le dije —Y saqué aire como si hubiera querido contener signos de queja.
—¡Salud!

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