EL ASCENSO

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Había un pobre hombre que no levantaba cabeza. Tanto era así, que le llamaban, «el capacico de todas las ostias». Él decía que, tanto infortunio seguido, debía tener su razón de ser en los poemas que le dedicaba a su amor. Y es que, este pobre hombre, al contrario de la generalidad de los poetas, nunca sacó ni un solo rendimiento positivo a sus poemas de amor.

Cada poema de amor que hacía, era una mujer que se le escapaba… con otro hombre. De tal manera llegó a ser la cosa, que nuestro pobre hombre decidió no volver a dedicar ni un solo poema a ninguna mujer que le gustara, optando por escribir poemas a las flores, a las estrellas, al Continente americano…

Cierto día que llegaba al trabajo, se encontró una nota de su jefe encima de su mesa: «Vaya a verme». Y se dirigió a ver al jefe. Este, con una gran sonrisa y un abrazo, le comunicó que había sido ascendido de cargo. Nuestro hombre, en un principio sonrió ampliamente, pero, acto seguido, el hielo acudió a su rostro, y la sonrisa se le quedó congelada. El ascenso, en teoría muy buena noticia, en realidad no podía curar el hondo disgusto que apesadumbraba su corazón, motivado por el último fracaso amoroso. El jefe, percatándose del malestar de nuestro pobre hombre, le dio unas palmaditas en la espalda, y le dijo: «Tiene usted un buen trabajo, ¿para qué quiere más?».

Cuando nuestro pobre hombre volvió a su mesa de trabajo, se encontró otra nota encima de la misma: «Tengo muchas ganas de conocerte. Te espero a la salida, cariño». Esta vez, el rostro y el corazón de este pobre hombre ascendido, sí que se hincharon de risas y alegría, porque una mujer se le había declarado. Pasó toda la jornada preguntándose cómo sería esta desconocida, pero, en su imaginación, solo cabía una mujer hermosísima y llena de dulzura. Eso sí, bien aprendida llevaba la lección: ni un solo poema de amor.

A la salida del trabajo, nuestro pobre hombre fue asaltado a besos y abrazos por una chica extremadamente sexi y bella, muy bella. Pasaron toda la tarde de paseo, contándose su vida y algunas confidencias, y, entre charla y charla, se besaban con fruición y sumo deseo. Acabaron de madrugada en la casa de nuestro pobre hombre, e hicieron el amor, con la intensidad de dos enamorados que estrenan su relación.

Cuando amaneció, nuestro pobre hombre se encontró solo en la cama. Miró hacia la mesilla de noche, y vio un papel sobre la misma. Era una factura… por los servicios prestados de una «dama de compañía». En la misma se leía, debajo del importe en Euros: «Sírvase satisfacer el pago, a través de transferencia bancaria al número de Cuenta adjunto, en un plazo máximo de cinco días. Atentamente: la dirección».

FRAN AUDIJE

Madrid,España,15 de noviembre del 2023
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.


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