JULIA ENTREGA XI

Por Luis Mac Gregor Arroyo

Foto de Miktonhuaklpa94 en Pixabay

EL MAL

—Diría que le corrigieras aquí.

—¿Donde dice que son poco visitadas?

—Podría ser, por que si se trata de un texto para atraer turistas igual pensarían que no son muy interesantes.

—Pues igual, pero ¿si el hecho de no ser muy conocidas los atrae?

—Tal vez. A mí me parece más lógico lo primero.

—Mmmm. Puede ser. Hay que hacerles promoción. Hacer notar su importancia. Si no yo me iría por las de Egipto.

—Por lo que veo cariño, las pirámides de Nubia también tienen lo suyo. Por cierto —girando su cabeza en dirección a la mía ¿Quién es esa Claudia? ¿Se te salió el nombre por accidente hace rato?

Abriendo los ojos un poco al mismo tiempo que las manos; pero sin mostrar demasiada sorpresa —¿Dije el nombre?

—Sí, debiste decir el mío.

—Julia, a quien quiero es a ti; es mi amiga de 57 años.

Decidiendo si se enojaba o no —¿La que dices que está casada o, mejor dicho, juntada con un Larry o algo así?

—Esa misma.

—Bueno y ¿que tal? ¿Buen frente?

—No.

—¿Seguro?

—Bueno sí. Pero a mí me pela porque me dio clases de escritura avanzada.

—¡Ah! ¿Sí? —Como disgustada y poniéndome la mano en el cuello.

—Sí y hablamos de Dios.

—Mmmm —Su rostro pasó de mujer dominante e irritada, a punto de poner orden, al de una mujer halagada, acorde con la situación —. Bueno —, me acarició con el dedo medio de su mano el cuello, a la par de que la presión proveniente de su extremidad, disminuía —. No te iba a hacer nada.

—Lo sé —sonreí algo medido, pero sincero.

—¿Y…?

—Ella ha viajado y leído mucho. Dice que Dios está en todos lados. Que a veces se hace de la vista gorda. Que busca que uno ame y, como fin último, que uno se vaya, supongo, al cielo.

—Vaya —Otra vez suspicaz —¿Y para eso tenías que verla?

—Es que no estabas y la verdad quería platicar con alguien del tema, y ella era la persona idónea para ello.

Ya normal —¿No te dijo nada más?

—Me dijo algo horrible.

—¡¿Qué?! —Tocándose el pecho.

–Me hizo ver que inclusive el mal anda en los templos, y muchas personas van a ellos a hacer justamente lo contrario de lo debido.

—De eso si no estoy muy segura.

Titubee un poco —La verdad no tengo ni idea.

—Mi templo es chiquito pero acogedor. Ahí voy a lo que voy. La verdad no me pongo a averiguar qué hacen los demás ¿Quiéres conocerlo?

—Sí, me agradaría.

CASAMIENTO

El templo de San José de Gracia, en Guadalajara. Era un lugar pequeño, iluminado, de paredes blancas y lleno de figuras de todo tipo de santos. Sin poder faltar la figura de Jesús, la Virgen María y, por supuesto, la de José, su esposo. Como la mayoría de los templos se sentía un atmósfera de paz y armonía en su interior. Las filas de bancas de madera no eran muchas; pero, como en casi todos los templos católicos, la limpieza y todo estaba en orden. Aquí no era la excepción. Julia me llevaba de la mano jalándome ligeramente. Nos sentamos en el tercer conjunto de bancas de madera frente al altar. Con mucha entrega cerró los ojos. Junto sus manos y se dedicó a Dios como no se lo había visto hacer nunca. Ahí, en esa Iglesia, con dos o tres personas más, sentí al Señor sutil. Como un incremento en la serenidad a mi alrededor. Era una energía diferente a la usual más muy natural, apacible, lo más noble y esperanzador del ser humano se encontraba allí. Supongo, se trataba de Dios. Y Julia estaba ahí hincada pidiéndole.

Poco acostumbrado. Lento en mis movimientos. Asumí la misma posición al frente de la banca y… Algo rara vez hecho por mí, le pedí “me permitiera convivir con esa mujer el mayor tiempo posible, que nuestra amistad durara, que nuestra identidad no se desbaratara, que nuestro amor floreciera (aún cuando ya había florecido)”. No podía ver el fin de ello mi pensamiento no lo concebía. Abrí los ojos y ella me veía con una mirada apasionada-pícara y con un amor intenso.

—¡Ah! Le pediste a Dios.

—Pues… sí.

—Okey devoto ¿Ahora qué hacemos?

—Pues… la verdad he juntado un dinerito en los últimos meses. ¿Qué te parece si vamos a la playa, a Manzanillo?

—Bueno —sus ojos se tornaron sumamente sugerentes. A la par que alzaba sus hombros como diciendo: “Qué hacer” —¡Pues hombre! ¡Vámonos! Espera un momento.

—Sí —, con rostro decaído. Sin saber si había entendido bien mi idea.

—¡Mira! Ahí viene el Padre —Para qué se acercaba, lo ignoraba. Todavía faltaba un rato para la misa. Al estar junto a mí, dos personas que habían estado rezando venían siguiendo a Julia. De pronto, comprendí. Sin darme cuenta me encontraba parado frente al altar, frente a mi novia y cada una de las dos personas se pusieron al lado nuestro. Estaba intrigado, <<¿acaso se me está escapando algo?>>, pensé.

El cura dijo: “Por el poder que Dios me concede, ante estos dos testigos, es mi deber hacerles saber que deben ser fieles el uno con el otro. Así como ayudarse, con el fin de estar en el amor de Dios… —No comprendía muy bien; pero la situación me comenzaba a inquietar —¿El novio está de acuerdo?

Quedé con los ojos redondos y la boca bien abierta. Voltee a ver a Julia. Quien me hizo entender que NO HABÍA DE OTRA y debía responder –. Sí… —Tragando saliva.

—¿La novia está de acuerdo?

Con una sonrisa abarcaba su rostro de lado a lado —¡Sí!

Con Juan Álvarez y Liduvina Gómez como testigos. Procedo por la voluntad y el gran amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo declarándolos marido y mujer.

Me quedé helado. Ni ofendido ni feliz. <<¡Dios mío! ¡¡¿Y ahora qué?!!>>, pensé.

—¿Qué espera Hugo? Puede besar a su esposa.

Dudando en si proceder o no me mostraba bien trabado. Pese a ello, Julia tomó la iniciativa. Me agarró fuerte de mi muñeca izquierda. Me jaló y me dio tremendo beso. Ahí, caí muerto.


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