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El llamado «progresismo», es un término íntimamente ligado a la política, cuyo uso se popularizó con motivo de la llegada del Nuevo Régimen liberal, en sustitución del Antiguo Régimen feudal o de estamentos. El progresismo era una de las dos ramas del liberalismo político, junto al conservadurismo. Constituía la rama más auténtica del liberalismo, podríamos decir, al propugnar una ruptura total con el anterior régimen monárquico absoluto, dentro del cual se desarrollaba la sociedad estamental, en la cual los tres estamentos: Nobleza, Clero, y Pueblo, constituían feudos herméticos a los que se accedía por derecho de sangre, prácticamente con una inmovilidad total, solo sujeta a la voluntad arbitraria del rey, y a ciertas normas de la Iglesia. El triunfo de las ideas de la Revolución Francesa, provocó la llegada al poder de los liberales, que pretendían humanizar a la sociedad, rompiendo con el hermetismo feudal, en una sociedad nueva donde el ciudadano era portador de derechos, que le permitían promocionarse y prosperar, hasta el límite de su esfuerzo y de su talento. La soberanía ya no recaería en el rey, sino en el conjunto de los ciudadanos, y la política se convertía en una representación de la soberanía ciudadana.
La rama contraria al progresismo liberal, los conservadores, estaban todavía interesados en mantener algunas instituciones del régimen feudal, como la monarquía, si bien con ciertas reformas que la imbuyeran de liberalismo, en lo que constituyó la monarquía parlamentaria, con un poder muy acotado, y sometido a la autoridad de las Cortes, órgano representador del pueblo. La transición del Antiguo Régimen al Nuevo Régimen, constituyó un verdadero mano a mano entre progresistas y conservadores, que se pasaban el poder paulatina y sucesivamente, mientras luchaban en los campos de batalla contra los nostálgicos del feudalismo y la monarquía absoluta, lo cual tuvo su materialización en España, durante todo el siglo XIX, en las Guerras Carlistas.
Por tanto, el siglo XIX, fue una época de cambios revolucionarios, bastante convulsa, cuya crisis provocó el nacimiento de movimientos culturales, como el Romanticismo, o el Existencialismo, hijos de un desequilibrio socio-político muy acusado, como es lógico, dentro del cual se hacían preguntas sobre el sentido de la existencia humana, y surgía la pretensión de escapar de dicho drama continuo, que venía suponiendo la vida. Al mismo tiempo, surgían ajustes a todos estos cambios, como la conciencia de justicia social que trajo el movimiento obrero, merced a otra revolución que se comenzaba a desarrollar, la Industrial, donde al filosofía marxista marcó un sistema de lucha y de reivindicación de los derechos de los trabajadores, frente a la clase social que los marginaba y oprimía, la burguesía. El movimiento feminista tuvo su punto de partida también durante aquellos años, en los que otro colectivo tradicionalmente marginado y oprimido, solicitaba sus derechos y su puesto en la nueva sociedad humanista, que carecía de sentido sin la participación cada vez más igualitaria de la mujer, nada menos que una mitad de la sociedad en bloque.
El progresismo se apuntó ambos tantos, el obrero y el feminista, al constituir dos fuerzas de lucha completamente nuevas e innovadoras, impulsadas por las nuevas circunstancias, y por los nuevos aires humanizadores, lejos de los cuales dejaban de tener cabida la opresión y la marginación, mientras planteaban el papel social de estos colectivos, cada vez con mayor peso político. Probablemente, la Guerra Civil española, fue fruto de aquella tensión entre el conservadurismo, aún muy anclado en determinadas costumbres feudales, y un progresismo demasiado estresado con las solicitudes de los movimientos obreros, y la nueva conciencia social de liberación, no solo de la mujer, sino de todo un conjunto de vivencias sociales.
Llegada la democracia a España, tras el profundo trauma que supuso la Guerra Civil, y el paso del desierto que vendría a ser el régimen de Franco, donde se vivió algún oasis, como la creación, por primera vez en España, de una clase media, concentrada en las grandes ciudades, donde se desarrollaba la industria y el sector servicios, cada vez en mayor detrimento de la agricultura, sector en el que se había basado la prosperidad hasta entonces, no supo el nuevo régimen democrático español, gestionar un tema de particular importancia, como es la degradación de las Instituciones surgidas a raíz de la Constitución de 1978. Me estoy refiriendo a la corrupción cabalgante que embarga a la democracia española, prácticamente desde que comenzó a sentirse consolidada, y a raíz del respaldo económico que supuso la entrada en la Unión Europea.
La corrupción política en España, es una auténtica estafa a los ciudadanos españoles, en la que nos están regalando el oído con bonitos lemas de progreso, feminismo, justicia, democracia, etc, pero que son completamente falaces e irrealizables, en una práctica política que da una cara legal, pero que actúa desde la ilegalidad y la arbitrariedad, amparada en la impunidad que permite un Poder Judicial controlado por los políticos. La corrupción política, y la impunidad de la misma, está haciendo realidad la vuelta al sistema feudal y de estamentos, en los que una pequeña parte de la población cada vez más privilegiada, oprime y margina al resto de la población, que tiende al empobrecimiento, y que, actualmente, se halla en un proceso de esclavismo, motivado por el fracaso de la gestión económica, la cual convierte a los ciudadanos en virtuales indigentes, que se ven obligados a sobrevivir de las ayudas del Estado. Esto, sin hacer una mención en profundidad de lo que viene a ser la revolución en las costumbres socio-sexuales, que está causando una depravación social, cada vez más generalizada.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 30 de noviembre del 2023
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.
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