MIS PRIMEROS DÍAS EN LA UNIVERSIDAD

Alejandro Cea Olivares

Ciudad de México 8 de febrero del 2024

MIS PRIMEROS DÍAS EN LA UNIVERSIDAD

Te comparto con todo cariño y ojalá te gusten estos recuerdos.TAMM

Un papelito con el número 6400345. Una felicitación: pasaste con el 345 el examen de la UNAM y una advertencia: cuidado y pierdes el papel, porque no te inscribes. Inolvidable el “Osito” Santillán, secretario de mi Preparatoria, que esa tarde basketbolera me abrió la puerta a la Universidad. Después fueron días de nervio, de aprender a llegar a la escuela, de trámites de inscripción.

Por fin escuela, la escuelita que nos recibió en la rampa pasillo – “de los de primero” testigo de las primeras cercanías. ¿De qué Prepa vienes?, oye ¿es cierto que es mejor no meterse con Salazar Mallén? ¿A poco vienes desde Hermosillo? ¿No me digas que aquel vive en Cuatitlán? ¿Ya te fijaste en esa de rojo? Comenzó la aventura. Con el pase de lista empezamos a conocernos por nombres y apellidos. Yo paraba la oreja para saber el nombre de aquella que sentadas casi siempre hasta adelante se volvían distractor obligado.

Grandes historiadores: García Ruiz y de la Torre Villar nos iniciaron en los secretos que distinguen a la ficha técnica de la ficha bibliográfica; comencé de la mano de Flores García a no entender las nociones de derecho y, en ese primer semestre, Cardiel y Sirol, nos pasaron por nuestros oídos, no lo sé si quedaron en la mente: Platón, Aristóteles, San Agustín, Maquiavelo, los Fisiócratas, los clásicos, Marx… y nos invitaron a saber más. Si un grupo de educadores se hubieran puesto de acuerdo para que a unos doscientos jóvenes mexicanos, nosotros, se nos mostrara que la cultura sirve y apasiona, no lo hubieran logrado mejor.

Se abrían las primeras discusiones y las incipientes luchas, en mi caso, con una máquina portátil Royalty – regalo de mi madre – para hacer los trabajos. Y éramos iniciados con toda paciencia y buena didáctica en aquello de la media, la desviación estándar y las variables. Gracias maestro Holguín. A cada uno de los más de doscientos que estábamos ahí nos movían las ganas de cambiar el mundo. ¿No en Cuba estaban haciendo una Revolución? ¿No en África se liberaban los pueblos? Ahí estábamos, todos, en un mundo que amenazaba cambio, deseando, sino conducir, por lo menos participar.

Y el pequeño mundo, el de los salones de primero, el de la rampa, lo comencé a ampliar. La visita, primero, a la biblioteca de la Escuela; después a la grande, a la imponente, a la maravillosa la Central. Me decía que todo ese saber estaba ahí para que – al fin ratón de biblioteca vanidoso – me lo acabara. Fueron días para cursar la asignatura importantísima llamada: “Geografía de la Universidad” Entrar a la Rectoría, acostarse un momento en las islas, sentarse, ya sin miedo a ser trasquilado, en el café con ruido grande de Derecho o en el más sobrio y con fama de niñas bonitas de Filosofía o atreverse a ir a los campos deportivos, y yo católico, a sentirme en casa en la Parroquia Universitaria, fueron descubrimientos que disminuían en algo el sentido de mi pequeñez novata. No sé cuándo asistí a un concierto – todavía no estaba Eduardo Mata – de la Orquesta Filarmónica; ni recuerdo la fecha exacta de la primera visita al Museo Universitario, ni tampoco la primera vez que fuimos convocados a una asamblea larguísima con su consiguiente votación de unos cuantos a favor del paro – los amigos del PES decían que el voto de unos pocos, ellos, era un cambio cuantitativo a cualitativo ordenado y justificado por las leyes de la dialéctica –.

Dejo constancia: la Universidad nos ofrecía cultura, deporte, emociones y, no sé si para bien o para mal, ideologías y luchas de eso que se llama política sin mucha ciencia.Todas las tardes y noches: de cuatro a diez eran de clases, trabajos y exámenes. Era la diaria vivencia de llegar de día y caminar ya noche hacia una central de autobuses donde se respetaban las colas y se daba el lugar a las muchachas. Era llegar a la casa, en el barrio de la Lagunilla, cerca de las once, sin miedo a los asaltos. Era desear que ese 64000345, Alejandro Cea Olivares lograra ser dado de alta, en verdad, en esa caleidoscopio magnífico llamado UNAM.

Me comencé a dar cuenta que ya formaba parte cuando al decirle “– Buenas tardes, maestro”; no recuerdo si fue a Holguín o a don Raúl Cardiel me respondió: “Buenas tardes, Cea, ¿cómo le va?” Y supe que ya estaba adentro, muy dentro de la Universidad el día en que Tacho me dijo: -¿Lo mismo de ayer, o nada más un refresco?- y cuando sonrió ante mi respuesta Lo mismo pero te pago mañana.

De ese mundo y de esa geografía universitaria me sentí miembro de número, dueño y gozador feliz, felicísimo cuando escuché de aquella morenita un “Si te quiero” que nos llevó, en esa tarde, luminosa y en algunas otras, sin ningún remordimiento, a dejar las clases para después. En esos primeros días, sin darnos cuenta, nos inscribimos en una de las mejores asignaturas, en la llamada Generación 64 que a través de los años nos sigue convocando, nos permite pasar lista y encontrar a los amigos.

Hace cincuenta años llegamos a la escuela con temores, ilusiones y ganas de ser. Hoy afortunadamente, las ilusiones y las ganas de ser y de vivir están ahí como lo está el recuerdo hermoso del sol que iluminaba nuestras primeras tardes en la escuela, o el de la voz de los maestros, ya todos idos, que nos abrieron las ganas de saber, las ganas de servir.

Los científicos sociales dicen que el capital social, o sea los lazos de confianza y de aprecio entre las gentes es el mayor bien que se pueda tener. Esta Generación 64 es un verdadero capital social, construido por afectos, por lealtades, por mutuas admiraciones de cincuenta años. Es un recurso siempre renovado, siempre a la mano. Es el saberse parte de algo grande. Quizá el 64000345 jamás imaginó tener tanta suerte, pero la tuvo por haber estado ahí y más todavía hoy por estar ahora aquí, con los amigos.

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

@UnidadParlamentariaEuropa

A Mis Salones y Rampa de Primer Año en la UNAM

A esa rampa de mis sueños juveniles/
hoy la bendigo/
. Para arriba nos llevaba/ siempre arriba.
Hoy en que ya están muy lejos mis abriles/
Le agradezco, la bendigo/
Acompaña mi bajar,
Me lo hace terso/
Me regala el amor de los recuerdos


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