RETRATO DEL ENVIDIOSO

Dicen que, en temas de envidia, quien peor lo pasa es el envidioso, porque padece el éxito o el disfrute, de aquel que es objeto de sus tristes pasiones de celos por encontrarse en una situación de inferioridad con respecto al mismo.

Por otro lado, también dicen que, padecer este sentimiento de la envidia, resulta ser una declaración de inferioridad, ya que, el envidioso, está reconociendo de manera tácita, que su objeto de envidia es superior a él, o posee algo para lo cual ha contado con mayor fortuna que él.

En cualquier caso, la envidia es un sentir pasional bajo e instintivo, muy propio de los animales, siendo nosotros los hombres animales también, pero con el matiz de clara diferenciación, de que los hombres somos animales racionales, lo cual nos dota de una serie de capacidades enormes, que podrían llegar, desde el poder de controlar nuestra envidia, hasta educarnos de tal forma que la envidia no produjera las consecuencias tan lesivas que produce, tanto en el envidioso, como en el envidiado, y en la sociedad entorno a ellos; hasta el poder de hacer verdaderas barbaridades, por el desmandamiento de nuestra voluntad, que podría llegar a matar, o a provocar daños de considerable envergadura, incluyendo conflictos sociales generalizados.

La envidia es destructiva para todos, y cuando en una sociedad se instituye como costumbre normal, esa sociedad se constituye en una mediocridad tal, que coartaría de esta manera su desarrollo y su crecimiento. Por ello estamos en condiciones de admitir, que la envidia se puede convertir en una enfermedad patológica, la cual se podría transmitir a otros individuos, y acabar por generalizarse, al modo de una pandemia vírica. Este hecho también es susceptible de degenerar en conflictos graves, como serían las guerras civiles, las cuales, como sabemos, son guerras entre los propios hermanos o compatriotas, de ahí el término acuñado por la Generación literaria española de 1898, de «cainismo», refiriéndose a este lamentable mal patrio.

El modus operandi del envidioso, suele ser bastante reconocible: empieza por ridiculizar a su objeto envidiado, para pasar a ser incapaz de reconocer los méritos del mismo, amparándose en diversas excusas o falacias, y termina por llevar a cabo actuaciones de verdadero agravio y daño al envidiado.

En España, por ejemplo, contamos con una larga lista de personajes singulares y muy meritorios, condenados al ostracismo por las envidias de sus colegas o vecinos: suena últimamente la figura del Almirante Blas de Lezo, uno de nuestros grandes marinos del siglo XVIII, quien, entre otras gestas, consiguió que el Imperio español de América, no fuera invadido por los británicos, cuando logró rechazar la invasión que pretendían, en la batalla de Cartagena de Indias, ante una escuadra de navíos superior a la escuadra de aquella mítica Armada Invencible española, que dispersó una tormenta en el Canal de la Mancha.

Hoy día, se está indagando en la vida y hazañas del Almirante Blas de Lezo, que una serie de habladurías e informes negativos, impulsados por celos profesionales de envidia, enterró su enorme talla como héroe, a la misma altura de su contemporáneo británico, Nelson, con un trato muy distinto por parte de los británicos, que le catapultó a niveles de mito en la historia.

FRAN AUDIJE
Madrid,España,28 de marzo del 2024
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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