Rescate de una plática de Margarita Peña con Adolfo Castañon en julio de 2009

Ciudad de México 22 de abril del 2024

POR MARGARITA PEÑA (1937 2018)

O sea que a veces ahí acabábamos de cerrar la edición del suplemento ¿no?, platicando con Fulano, con Mengano, conocí a Henrique González Casanova, por ejemplo, a don «Jenrique», que era amigo del suplemento. A Arturo González de Cossío, a Raúl Cardiel Reyes…Ah
bueno, conocí también a Sergio Pitol; a Diana Moreno Toscano, que luego
falleció; a Gustavo Sáinz, a un montón de gente.

Encontré al que sería luego el padre de mi hijo. Para entonces estaba dejando de ser la niña fresa con inquietudes culturales de la prepa. Iba camino de ser una mujer.

Posteriormente, en las últimas épocas de la carrrera de Letras, fui a
laborar como redactora en la Comisión Nacional de Salarios Mínimos,
corrigiendo la redacción de los economistas. Coincidí con Fernando Macotela y Arturo Nava, de los que me hice amiga. Formamos un grupo animadísimo con Sandra, llegada de Grenoble, y los Sabugal, Paulino y Luci (Fernández de Alba). La pasábamos fenomenal.

Eran los años locos previos a la débacle del 68. Eran los Beatles, las fiestas de los sábados, Acapulco algún fin de semana. Bailar, subirse a la Rueda de la Fortuna, ver
mucho cine bajo el asesoramiento de nuestro gurú Fernando. Frecuentaba
también a mis amigas del alma Clara y Blanche…y por supuesto, a Selma y
a Luis Prieto, Paco de Hoyos, Luis González de Alba, a todos ellos…

En la Comisión pude tratar a, nada menos que Juan Rulfo. Prestaba asesoría valiosísima a los economistas, no sólo en cuestión de corrección
de estilo sino en corrección y enmienda de datos erróneos. Rulfo sabía
todo. Así nada más. Los nombres correctos de los municipios, las
colindancias, el nivel de la producción agrícola, los censos, etc. De
toda la República Mexicana. Había pasado mucho tiempo viajando.

Y era un guía inestimable en cuanto a lecturas. Los sábados al mediodía, al salir de la Comisión nos íbamos directo a la
Librería de El Caballito, que dirigía Tomás Doreste (librero español, moreno, delgado, de edad mediana, de anteojos, muy serio y afable). Caminábamos un tramo del Paseo de la Reforma, de la Glorieta de Colón a la del Caballito. Qué ciudad aquella…se podía caminar, vagabundear,
conversar, pasar frente al Cine París, el Paseo (que exhibían los filmes de la
nueva ola: «Ascensor para el cadalso», «Los amantes», …»Il sorpasso», con Vittorio Gassman), tomarse un café en Sanborn’s Lafragua…Yo,
platicando con animación, o guardando silencio, respetando el mutismo
rulfiano. Y en la librería, él comenzaba a escoger libros al azar…¿Ya ha leído éste? ¿Ya leyó a Calvino? ¿Y a Pavese…? ¿Y qué espera para leerlos…?

Total, que me introdujo en la literatura italiana contemporánea de la cual, debo confesarlo, sólo conocía La romana, de Moravia y acababa
de leer El Gatopardo, de Lampedusa. Debo decir que, gracias a Rulfo,
disfruté enormemente El Barón rampante, Las dos mitades del vizconde y
hasta El sendero de los nidos de araña, que me parece la menos buena de
las tres. Su sapiencia era enorme, pareja a su generosidad. A veces nos
acompañaba Alfredo Leal Cortés, que era un buen lector.

A Rulfo lo conocía yo desde antes, desde que se fundó la revista El rehilete.

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