En el día de ayer, me acerqué al registro de la propiedad intelectual de Madrid, para registrar mi última obra literaria. Cuando pisé el portal de entrada al registro, unos 20 minutos antes de que abrieran, me llamó la atención otro ciudadano que también esperaba para registrar su obra. El hombre, un anciano de unos 80 años de edad, presentaba un atuendo y un arreglo, que parecía inspirado en los “clown”: la camisa amarilla, y una visera desde la que se desbordaban los cabellos rizados y canosos, contrastaban con los pantalones de un color cercano al marrón, lo mismo que los mocasines, de un marrón claro.
El anciano hablaba mucho y muy rápido, diciendo un montón de cosas al mismo tiempo. Lo mismo relataba sus experiencias personales, que me preguntaba por las mías: a sus 80 años, el hombre aspiraba a darse un “morreo” con Taylor Swift, después de toda una vida sin relaciones con mujeres, debido a una extraña injusticia que había tenido que padecer. Entre mil cosas más que dijo o relató, me calificó de una persona inteligente. La inteligencia era algo por lo que este insólito ancianito, parecía estar muy interesado, porque fue una palabra que utilizó continuamente.
Al mismo tiempo que este inesperado compañero en la espera de apertura a las dependencias registrales de la propiedad intelectual de Madrid, hablaba y hablaba, sin tregua y sin descanso, entremetiendo la palabra “inteligencia”, en todas las frases que pronunciaba, todas dichas congruentemente, pero, muchas, sin mayor sentido ni trascendencia, que el reinado de la palabra “inteligencia”, entre el sujeto y el predicado, me vino a la cabeza una escena de la película “Los Intocables, de Eliot Ness”, dirigida en 1987, por Brian de Palma, en la que el inspector de la policía Eliot Ness, encargado por el FBI, de combatir la corrupción durante los años 20, del pasado siglo, recibía la visita de otro extraño personaje, en su despacho, el cual no era otro que un enviado de la mafia de Al Capone, para sugerirle que fuera “inteligente”, y aceptara hacer la vista gorda con el crimen organizado, a cambio de un suculento soborno.
Llegado a este punto, merece la pena reflexionar algo sobre este tipo de inteligencia, por medio de la cual, digamos que triunfa la filosofía fácil del: “Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”. Este tipo de inteligencia es la que ha permitido al mal y a la maldad, triunfar a lo largo de la Historia, porque insta a los buenos a abandonar la lucha contra el maligno, para sumarse a la corrupción política y social. Parece muy inteligente tomar esta postura, sobre todo cuando te ponen sobre la mesa unos pocos fajos de billetes grandes, y un ramillete de suculentas chicas, dispuestas a hacerte vivir noches desenfrenadas y muy intensas. Lo malo de esta filosofía de brazos caídos ante la corrupción, previo pago de placeres, es que te hace renunciar a lo que tú eres, en tus principios, y en tu propia constitución natural de persona, para suscribir el apoyo a un mundo decadente, que confunde el hedonismo con la felicidad, provocando la sodomización de la sociedad, por tanto, la destrucción de la misma.
Mi pregunta, para finalizar, sería esta: ¿Es inteligente la autodestrucción personal, anestesiándose con el placer, y renunciando al esfuerzo de superación, para alcanzar metas de grandeza en común con los demás?
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 28 de mayo del 2024
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