LA CARGA DEL REGIMIENTO

Por Francisco José Audije Pacheco

Madrid, España, 12 de junio del 2024

Los jinetes desenvainaron los sables con decisión, mientras avanzaban al galope ligero hacia el enemigo, bien parapetado tras las dunas y los matorrales. El inquietante roce de los metales al salir de sus vainas protectoras, todas al unísono, producía una secreta subida de sustancias, desde las glándulas corporales de aquellos guerreros, que los convertía, súbitamente, en los más valerosos, arrojados, abnegados, y coléricos, varones con ansias de matar, humillando y rindiendo a las fuerzas opositoras, que les iban a enfrentar, en cuanto aquellos dos kilómetros de separación entre posiciones, fueran salvados por las caballerizas, a las que les era pedido el máximo galope que pudieran dar.

Las primeras zancadas ligeras, se fueron acentuando paulatinamente, hasta el momento en que el General apuntó su fría arma metálica, hacia unos puntos blancos que se divisaban en la lejanía. “¡A mí la caballería!”. Pronto, la estampida de caballos pura sangre, con sus jinetes llenos de ira inclinados hacia el frente, como preludio de las amenazadoras láminas cortantes y resplandecientes, apuntando hacia un destino incierto, pero prometedor de una agitada lucha, flanqueó al aguerrido General, como una sola lanza llena de fuerza, lanzada contra el viento. Y contra las balas enemigas, que comenzaban a silbar en los tímpanos, haciéndose cada vez más espeso su peligro, que hería a los caballos y a los jinetes, por breves e intensos momentos.

Los puntos blancos fueron convirtiéndose en bultos, y los bultos en figuras humanas, que se escondían para apuntar los cañones de sus defensivos fusiles, hacia aquella masa de caballos y hombres, que pronto se encontró en medio de ellos, asestando golpes de sable a diestro y siniestro, sin la menor compasión, en medio de una polvareda y de una confusión demenciales. Algunos caballos vagaron sin jinete, escapando en dirección a las posiciones de donde partieron. Pronto, la polvareda dejó ver el suelo granjeado de sangrientos cadáveres, blanqueados por sus túnicas nucleares, y una extraña calma embargó los parapetos enemigos.

El regimiento de caballería, claramente diezmado, y con bastantes jinetes heridos y maltrechos, se recompuso a unos metros de la acampada enemiga, volviendo a la carga, pero, esta vez, bajo el reinado del cansancio, y el fluido de la sangre escapando de los cuerpos. De nuevo, fueron recibidos por una nube de balas, pero volvieron a caer sobre los blanquecinos hombres, con idéntico vigor de sable. Algunos jinetes, descabalgados, luchaban desde el suelo, pistola en una mano, cuchillo en la otra, enfrentándose a dos o tres cuerpos blanqueados, y sucumbiendo irremediablemente.
De la polvareda y del grito unánime, que podía divisarse en la lejanía, escaparon, a penas, un disperso grupo de caballeros, sedientos y sangrantes.

-Lo hemos conseguido, el objetivo ha sido cumplido. Entretenido y distraído el enemigo musulmán, nuestros compañeros, que huían a la desesperada, han alcanzado las salvadoras murallas de la porteña ciudad

Mientras miraban atrás, hacia aquel suplicio de donde consiguieron volver milagrosamente, el puñado de supervivientes expresó una ligera mueca risueña, descabalgando para descansar de la batalla. Uno de ellos, se derrumbó desde su montura, y fue atendido por el médico en el suelo, junto a su caballo, que se volvió para observar la escena, con un relinche, casi como una queja. El exánime caballero, presentaba heridas de bala, y diversos cortes por arma blanca. Se desangraba. Antes de entregar su alma, atinó a sacarse de la guerrera, la fotografía de una linda muchacha. Besando el retrato un par de veces, entregó su vida.

-Esta ha de ser su novia, el caballero es joven, y estaba en edad casadera
-Juárez estaba comprometido en nupcias con esta linda muchacha… ¡Qué pena!
-Son ustedes del mismo pueblo, cuando les reembarquen, acérquese a dar la noticia a la prometida. No será un placer, pero sí el gustoso deber de anunciar la muerte de un héroe, caído en glorioso combate

Dos semanas más tarde:

-Buenas tardes, señorita. Tengo el deber de anunciarle la muerte en combate de su prometido. Le hago entrega de esta medalla que le ha sido impuesta, por el valor demostrado y los méritos de guerra. Fue de los pocos supervivientes en la carga de nuestro regimiento, pero, debido a las heridas causadas por el enemigo, falleció posteriormente, una vez hubo cumplido el deber. Juárez, señorita, se batió como un tigre, heroicamente, y murió dignamente, puede usted estar bien orgullosa y tranquila. Yo mismo fui testigo, y mi testimonio ha valido para que el tribunal militar que examinó sus méritos, le otorgara este reconocimiento al valor
-Gracias, comandante, le estoy muy agradecida. Pero he de indicarle que mi Juárez no ha muerto…
-Disculpe, yo mismo le vi caer del caballo, igual que presencié su lucha sin cuartel…
-Hacemos el amor todas las noches, y ya nos desposamos para toda la vida…
-No entiendo…
-Además, esperamos nuestro primer hijo. Ayer mismo me fue realizada la prueba de la rana, que ha dado positivo. Estoy de dos semanas, preñadita de mi Juárez, y vamos a hacer una gran familia, él, desde la eternidad de los sueños, y yo, desde este mundo terrenal.

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