Por Leticia López Pérez
Fotografía Pixabay
Es difícil acomodarse a la espalda el nicho de madera y vidrio que alberga la imagen sagrada. Mecate grueso y escarcha azul rey brillante sostienen el motivo del viaje a pie, que inicia en Tula y espera terminar en la Villa de Guadalupe.
Genaro tiene dos hijas, una de ellas padece insuficiencia renal, y cada semana acude a la clínica de Pachuca para recibir hemodiálisis, pero no es suficiente. Ha perdido la vista, y los médicos aseguran que el único recurso que les queda es el trasplante, pero Margarita no quiere, dice que ha escuchado cómo hay personas que, tras la cirugía, empeoran y mueren.
Largas charlas con su esposa le han hecho pensar a Genaro que no tienen salida, es muy posible que Margarita se vaya marchitando. Los días son muy duros. Genaro trabaja limpiando el maíz los lunes, de martes a viernes viaja con su compadre en la camioneta para vender vegetales en Pachuca, en un puesto que comparten con otros dos marchantes del mercado. Después, pasa a comprar medicinas, y llega a casa. Todos los fines de semana viaja a Pachuca para atender a Margarita.
Hace dos meses empezó a trabajar en el nicho, lo construyó con sus manos que no son de carpintero, pero que anhelan un milagro, uno grande, uno que sólo la Madre María, la Virgen de Guadalupe puede dar, y hablaba con ella todos los días, mientras armaba el nicho.
El viaje empezó el 10 de diciembre. Ese día internaron a Margarita, y su esposa se quedó en el hospital, mientras que Elena, su otra hija, quedó en casa, cuidando de los animales y limpiando maíz.
Cada tramo del camino, tiene que parar para acomodarse la carga. Cada cierto número de kilómetros, el mecate presiona los hombros y el abdomen, gastando la tela de la camisa, pero no importa, Genaro piensa en Margarita, piensa que la Virgen le ayudará, piensa que ahora mismo ya está auxiliando a su familia. Respira corto por el peso, y lleva solo poca comida con él. Pan con jamón, agua, dos frutas.
Mientras el ardor en la piel va aumentando, Genaro cree que puede hacer rendir su alimento, y llegar hasta la Basílica de Guadalupe, y en ese andar, va diciéndole a la Virgen, dentro de su corazón, que Margarita está muy grave, que se la cuide, que la salve, y sigue caminando.
Al entrar en las inmediaciones de la Ciudad de México, se encuentra con otros peregrinos, entre ellos, un grupo de jóvenes que cantan con guitarra alabanzas, una y otra vez le han ofrecido ayuda, agua, y detenerse a descansar, pero Genaro piensa que eso enojaría a la Madre María, y que no le concedería el milagro.
Los pies sienten el golpe del suelo, y uno de los nuevos acompañantes intenta ayudarle al notar la huella del pie hecha con sangre. Genaro entonces habla de su Margarita, de la condición que no puede resolverse más que operando a su hija, y cómo es que ella no acepta esa posibilidad. Platican con él, pero nadie tiene una palabra que realmente ayude, y todos lo saben en un silencio que a todos deja claro que Genaro necesita más que ninguno de un milagro.
Genaro suspira fuerte mirando al cielo de la noche del 11 de diciembre. Es una bocanada de esperanza para conseguir llegar hasta ese muro dorado que alberga el ayate, testimonio del amor que la Madre María dijo profesar al pueblo de México, y él sólo piensa que ahí, hablando con la Virgen, podrá resolver todos sus problemas.
Los grupos de jóvenes que cantan con guitarra mientras caminan con él, frecuentemente dicen su nombre en alto, y le dan ánimos, le dedican canciones. Mucha gente le alcanza agua, un taco, un pañuelo, pero ni aún cuando le han ofrecido cargar el nicho o subir a un burro, ha aceptado esa ayuda. Con los hombros, el abdomen y los pies sangrantes, afirma que su sacrificio logrará el milagro.
En el umbral del templo hay miles de personas, todas con una necesidad extrema de un milagro, pero las personas que caminaron junto a Genaro empiezan a exclamar a una, que lo dejen pasar hasta el lugar indicado. A tropezones la multitud le hace un camino, y el amoroso padre llega jadeante y sin fuerza hasta el reclinatorio que lo espera, libre, para que haga su petición, misma que no se pronunció, porque ahí, ante la imagen milagrosa, Genaro oscurece toda imagen percibida, suelta toda carga, y entra en un flotar infinito, mientras su cuerpo yace frente a la mujer morena de manto azul lleno de estrellas, cuya mirada apunta a ese lugar.

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