En las poblaciones pequeñas de España, las conocidas como «pueblos», donde se vivía de la agricultura, mayormente, existían una serie de figuras institucionalizadas, reconocidas por todos a nivel oficioso, unas veces encarnando el poder, como eran la tríada del cura, el médico, y el maestro, a los que se sumaba el alcalde; otras veces obedeciendo al costumbrismo popular, como la figura de la viuda, mujer o mujeres, condenadas de por vida a guardar luto por el fallecido marido, a veces padre también, de manera que les quedaba vetada la posibilidad de volver a conocer varón.
Dentro de estas figuras institucionalizadas por el costumbrismo popular, existía una bien curiosa, y era la conocida por «el tonto del pueblo». Esta persona, así tildada, que, en ocasiones, podían ser varias, respondía a unas características más o menos definidas así: era un personaje peculiar, generalmente sin oficio reconocido, que vagaba sin hacer provecho, al que se le achacaba alguna habilidad graciosa, grotesca, o molesta.
El llamado, «tonto del pueblo», era alguien que no se tomaba en serio, que solía ser víctima de la mofa de la gente, y que, a menudo, encerraba un historial médico sin diagnosticar, de discapacidad, ya fuera por retraso, o fuera debido a algún tipo de trastorno. Añadir a esto que, en la España profunda de antaño, los medios en aquellas pequeñas poblaciones, eran extremadamente escasos, lo cual, unido al mediocre conocimiento de las enfermedades relacionadas con la mente y el cerebro, y a la pobreza generalizada del pueblo, condenaba a estas personas peculiares, a vivir con este cartel, que era, realmente, un sambenito y un estigma social, ya que, la marginación y el maltrato, eran las monedas con que eran pagados, sin merecerlo en absoluto, porque eran víctimas de su propia personalidad, generalmente condicionada por la enfermedad, u otro tipo de circunstancia familiar o social.
El tonto del pueblo, la viuda, o el sastre, otra figura, que podía también llegar a ser estigmatizada, puesto que, el sastre, era con frecuencia homosexual, y no pasaba desapercibido, por ser motivo de popularidad su oficio, en una época ancestral, con un concepto inflexible de lo religioso y de lo moral, también perseguido desde la autoridad política y civil.
En resumen: La España profunda, se caracterizaba por ser marginadora de todo aquel que se apartaba ligeramente de los convencionalismos sociales, verdaderas cárceles sin barrotes para estas personas, que se salían de lo normal, bien por sobresalir de la media, bien por todo lo contrario, o porque eran obligados a llevar unas conductas inapropiadas, dada su naturaleza y forma de ser.
Pero, la España profunda, que estamos considerando como algo ligado al pasado, podría volver a hacerse realidad, sin exageración. Solo echen un vistazo al panorama político, en el que se vuelven a recortar los derechos y las libertades de muchos españoles, practicando una política marginadora hacia el crítico y el disidente.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 27 de enero del 2025
Fotografía Facebook.
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