Historia y arte… La Mujer, el Diablo y el Comunismo

Isrrael Sotillo

Fotografías del Tríptico «El Jardín de las Delicias» de EL BOSCO.

Barinas/ Venezuela lunes de junio de 2025.-

Imagen: El Jardín de las Delicias. El Bosco

LA IDEA de que la historia es, en el fondo, indispensable para una mejor comprensión del presente y que ser historiador tiene sentido hoy día, sólo si se ayuda a sus contemporáneos a comprender mejor los problemas que se les presentan, las batallas del hoy. Esta perspectiva que propone uno de los maestros del medioevalismo, George Duby, cobra ancho cuerpo, cuando el propio Duby enfatiza el siguiente criterio: es deber del historiador, elevar alto su espíritu crítico, fortificarlo para los combates contra las injusticias, contra los actos de poder, para adversar los embustes, las esclerosis, el apego desmesurado al pasado, y los dogmas sobados; igual, debemos persuadirlo de que ese tiene que ser su papel… enfatiza el versado exponente de las mentalidades, George Duby.

EDAD MEDIA

Está a punto de hundirse un mundo, el mundo estático de la Edad Media, mundo escalonado de acuerdo con una jerarquía inmutable, en la que cada uno ocupa su lugar y en cuya cúspide se encuentra una potencia moral, el papa, representante de Dios en la tierra. Violentas transformaciones sociales, políticas, económicas —que para el individuo pueden significar la miseria, la ruina o la muerte— minan la salud del organismo social, lo sacuden convulsivamente. El arte –es decir el arte religioso, porque todavía es inconcebible la secularización del arte; una de las metas del Renacimiento— revela a las claras esta situación. Espejo de la espiritualidad de la época, plasma las terroríficas imágenes que pueblan la fantasía de los hombres.

LA MUJER

Si requisamos a fondo en la edad media, encontraremos que hay mucho más de lo que se cree acerca de nuestras formas de pensamiento y de nuestra visión del mundo actual. Acerca de nuestros miedos con relación al Diablo, con relación a la Mujer, por solo mencionar dos referentes históricos de ese período.

Por ejemplo el miedo a la mujer es uno de los componentes esenciales de la mentalidad masculina en la edad media. El miedo de ser engañado por su mujer, de no satisfacerla, era verdaderamente fundamental y establecía un estado conflictivo en el interior de la pareja. Así fue en la edad Media, ¿y no será que ahora mismo es igual, o por lo menos muy parecido? Y tan es así que en las prédicas que se hacen a través de las radioemisoras llamadas cristianas, se pueden constatar en los contenidos de sus programas criterios muy similares a los de la Edad Media.

Esa época del medioevo fue la de los caballeros, quienes vivían el matrimonio como un combate, como una lucha difícil contra un adversario que se ocultaba. Existía en el seno del hogar un universo cerrado sobre sí mismo, secreto; se sabía que era el sitio donde se preparaban los filtros, los sortilegios, toda clase de armas mágicas que las mujeres, en su debilidad utilizaban contra ese adversario que quería dominarlas, que era su amo, su señor que las doblegaba por la fuerza. Por lo tanto, había sin duda considerables tensiones en el interior de la pareja. Estas tensiones aumentaron aún más debido a la predicación eclesiástica, porque en su trabajo de institucionalizar el matrimonio la iglesia logró hacer de él lo que todavía no era a finales del Siglo XII: uno de los siete sacramentos. Pero como la iglesia profesaba un rechazo visceral a lo carnal, un rechazo al placer, había que proclamar que en el matrimonio la unión sexual debía tener únicamente la procreación como finalidad, y que el placer debía ser anulado a toda costa. Se escuchaba entonces constante la sentencia de San Jerónimo: “Un hombre que ama demasiado cálidamente a su esposa es adúltero”: Hace de ella una prostituta. Es evidente que la relación conyugal estaba fuertemente marcada por esos dos sentimientos: por una parte, el terror del macho con respecto a ese ser diferente, del que estaba separado, incluso por su educación (había en el sistema educativo una división tajante entre lo masculino y lo femenino) y, por otra parte ese pesimismo, esa reprobación del placer que la iglesia proclamaba constantemente.

Una interpretación histórica del devenir femenino, nos permite saber cómo se desprende desde la noche de los tiempos, que hombres y mujeres han estado situados socialmente de modo diferente. Desde los orígenes, la mujer estaba designada como la mitad peligrosa de la humanidad, Eva en la tradición judeo-cristiana, Pandora en la griega. En los dos casos la mujer representa la especie maldita. Ella es el agente del malestar. Los hombres entran en componendas –no les queda otra– que cargar con ese mal necesario. La mujer es la hechicera, un ser nefasto. El mito de la mujer funesta está en el corazón de la figura de la primer mujer, dice Gilles Lipovesky.

A partir de la segunda Edad Media, aparece otro dispositivo, que sin abolir el primero introduce de todos modos un cambio significativo, se concreta en la exhaltación de lo femenino, es el llamado amor cortesano: la dama es celebrada en todas sus perfecciones. A partir del Renacimiento el culto de la belleza femenina, la mujer diabólica deviene ángel. Esposa, madre y educadora ella es puesta sobre un pedestal a partir del Siglo XVII y XVIII, deviene la «segunda mujer» es la mujer glorificada de la cual Aragón dirá que ella es «el futuro del hombre» y de la que Goette afirma: «lo femenino nos lleva hacia lo alto». La mujer es idealizada pero se le niega siempre su autonomía, el hombre se mantiene siempre en la cúspide de la jerarquía de los sexos. La «Tercer Mujer”, la del postmodernismo escapa a estos esquemas, pues su lógica no es ya la de la diabolización o la de la exhaltación, sino aquella de la indeterminación. La mujer ha dejado de ser la criatura del hombre, ahora ella es autocreación de sí misma, “La Tercer Mujer”, la cual permite salir del «segundo sexo.

EL DIABLO

Qué es lo que acaba? Qué es lo que comienza? No acaba ni comienza nada. Todo fluye. La humanidad navega en un río infinito y borrascoso. La historia no se desarrolla bajo una sola unidad tonal, nos enseña Johan Huizinga.

Un impulso dinámico movía al mundo y a los espíritus en la Edad Media. Fuerzas salvajes, violentas habían sido desencadenadas ¿Cómo actuarían? Tensiones fortísimas fueron preparando un acontecimiento. La vida se fue tornando una pesadilla interminable. El hombre occidental es víctima de la neurosis de las épocas de transición. Ambiente de catástrofe. La derrota del alma como consecuencia de una situación sin salida. Crisis nerviosa de una humanidad que sentía “la necesidad de un estremecimiento de horror ante la muerte”. Como lo expresa Johan Huizinga, en El otoño de la Edad Media..

“El hombre medieval es como un enfermo sometido ya demasiado tiempo a un tratamiento con medicamentos demasiado fuertes”, sigue diciendo Huzinga. Los hombres aplastados por un destino rudo anhelan saber el porqué de tal destino y preguntan de quién es la culpa. Se acusan a sí mismos por las propias fallas, por las faltas que han cometido. En las lamentaciones de Jeremías ven, con desesperación lo que será de ellos: “Los que comían delicadamente, asolados fueron en las calles; los que se criaron en carmesí, abrazaron los estercoleros. Es por los pecados. . .
La ira de Jehová los apartó, ahora no los mira más.

La alta edad media, incapaz de captar la realidad de los fenómenos, incapaz de afrontarlos espiritual y psíquicamente, conoce una sóla explicación de aquello que la atormenta y la amenaza: El Diablo. El mundo se va poblando de brujas y demonios, súcubos, íncubos. Todo lo que ocurre parece encerrar alguna relación con el infierno. Los nervios, constantemente irritados, provocan alucinaciones; las alucinaciones agravan la irritación nerviosa: un diabólico círculo vicioso. Richalmus, un monje cisterciense, cuyos escritos son ampliamente difundidos en el siglo XIV, escribe que el hombre está rodeado de tantos diablos cuantas gotas de agua se adhieran a una persona que nada en el mar. Dionisio el Cartujo, a mediados del siglo XV venerado como santo, es autor de un tratado teológico /filosófico sobre el mutuo reconocimiento de las almas en el más allá. El gran mítico neerlandés, Jan Van Ruysbrock (muerto en 1381), antepasado espiritual del artista del Bosco, desarrolla –como lo explica Tolnay– un complicado sistema de símbolos satánicos, según el cual todos los hechos y fenómenos ̶los colores, los nombres, los números, las letras del alfabeto, los objetos de la naturaleza orgánica e inorgánica– están impregnados de una relación mística con lo celeste y, sobre todo, con lo infernal. El árbol es el árbol del pecado del paraíso. El árbol hueco es símbolo de la seducción –de un árbol hueco sale la seductora de la Tentación de San Antonio del Bosco–, el búho y el pez muerto son los emblemas del apetito carnal y de las doctrinas heréticas. La gaita es un símbolo erótico. El diablo que viene cabalgando un buey significa el paulatino acercamiento de la muerte, la olla de barro es alusión al infierno. El pájaro carpintero, que saca y devora los gusanos ocultos bajo la corteza de los árboles, es Cristo exterminando los pecados. El cuerno del unicornio es el signo de la fe y la castidad; el huevo –signo mágico de los alquimistas– y la esfera de cristal simbolizan la creación del mundo. La cáscara del huevo significa la tierra; la mala hierba, exuberante, dentro de la esfera de cristal, es el pecado.

DEL BOSCO

Toda esa especulación esotérica, fue hecha, fue representada en forma plástica en los cuadros del Bosco. Detrás de todo lo que piensa y hace el hombre, acecha el tentador, preferentemente disfrazado de encantadora doncella. Una mujer hermosa, por el simple hecho de serlo, de tener lo que llamamos hoy sex appeal, estaba expuesta a ser considerada como bruja, en relaciones carnales con el maligno y encargada de la diabólica misión de seducir a los hombres. Y como era “instrumento” del diablo debía ser quemada.

En el año 1484 el papa Inocencio VIII promulgó su bula contra las brujas y tres años más tarde apareció el tristemente célebre Malleus Maleficarum, del jurisconsulto estrasburgués Jan van Damhouder, una instrucción muy detallada “para todos los afanosos verdugos sobre los medios con que se puede comprobar la culpabilidad de una persona acusada de brujería”, es decir sobre los medios con que se le pueda arrancar la confesión.

Desde este mundo de representaciones brotan las visiones infernales del Bosco y los grabados en madera del Apocalipsis de Durero. Jerónimo Bosco no solo es un gran artista, igualmente es un gran erudito y un entendido en la alquimia, considerada en aquel entonces como la ciencia de las ciencias, pero estaba lejos de emplear su arte como arma contra la locura de la época. Muy al contrario. Sus obras persiguen el fin de ilustrar al “degenerado” género humano sobre la perversidad del mundo, sobre los pavorosos tormentos infernales que tiene que sufrir el pecador y los múltiples métodos de seducción de que se sirven el diablo y sus innúmeros ayudantes para hacer caer al hombre en sus trampas.

La Tentación de San Antonio es la diabólica empresa de corromper hasta el santo, al más puro de todos. Las otras grandes tablas del Bosco los temas de la seducción por la codicia ( El carro de Heno), por el libertinaje ( El Jardín de la Delicias), por la ofuscación, que es resultado de la ignorancia ( El barco de los necios), y los terroríficos tormentos infernales que esperan a los que se abandonan a sus instintos perversos. Frecuentemente del Bosco emplea la forma del tríptico. El cuadro central siempre contiene la descripción por menorizada y atractiva del hacer pecaminosos, de los excesos a que se entrega el hombre sin pudor ni escrúpulo y sin fijarse en las muchas señales de mal agüero que aparecen por todas partes. Una de las tablas laterales muestra de paradisíaca paz de que gozarán los que merecen la bienaventuranza, en la otra la desenfrenada fantasía del pintor –que parece ilimitada– nos presenta el infierno con sus tremebundos monstruos, que, ajustando cuentas a los condenados, les infligen castigos inconcebibles.

Los cuadros del Bosco tienen un propósito didáctico, de ilustración. Son “arte comprometido”, como se dice hoy. Son prédica y amonestación, exhortación a no sucumbir a las tentaciones del diablo. Si en sus descripciones del infierno es evidente el propósito de causar horror, es para hacer desistir a los hombres de una conducta que los expone a penas tan espantosas. La intención del artista es desde todo punto de vista humanitaria, como lo es, unos siglos antes, la que inspira «La leyenda de los tres vivos y los tres muertos», pues todavía no es tarde, todavía llega a tiempo la advertencia. (Viendo la cosa desde mayor distancia se podría decir que esta pintura de indudable intención humanitaria corroboró los prejuicios de las masas. Y cabe preguntar si, en vez de corroborarlos, combatirlos y con esto librar a muchísimos de angustias y sufrimientos morales, no habría sido una tarea más humanitaria.)
COMUNISMO
Hoy no están del Bosco, Durero, Miguel Ángel, pero si está Hollywood, está Neflix y las grandes cadenas de televisión, están las redes sociales; ya no está el diablo del medioevo, con sus cachos y el rabo en movimiento; en este tiempo el diablo lo emparentan desde los laboratorios de pensamiento, desde las grandes corporaciones de la comunicacíón con la izquierda, con el comunismo, con los comunistas, con los neocomunistas, desde los más rosas con la flor en la mano, pasando por los progresistas, hasta con los más rojos que se hacen del fusil cuando los caminos se les cierran; incluso la misma Teología de la Liberación, ha sido considerada como comunista.

Con el comunismo le seguirán metiendo miedo a los pueblos, a la gente de nuestros pueblos. En Brasil dicen que el diablo anda suelto, y se llama comunismo. Los movimientos evangelistas abundan por decenas de miles en América Latina y les han hecho creer a sus seguidores, a pie juntos, sin ninguna discusión seria, para que no voten por la izquierda, ya que el diablo existe, y claro, al hacerlo por la izquierda, estarían sufragando por el proyecto de satanás quien ataca la mente según sus creencias. La difusión de la existencia del diablo, después de todo, da buenos réditos espirituales y económicos… y poder político también. Es frecuente oír hablar por la radio de sanaciones con respecto a la expulsión de demonios que se apoderan de los cuerpos de los hermanos. La histeria o pitiatismo, producida por fenómenos sugestivos y curable por la persuasión; la epilepsia, conocida en Roma como «mal comicial», porque interrumpía los comicios, cuando algún miembro de la asamblea sufría un ataque covulsivo; igual los delirios de las personas, entre otras enfermedades de la psique, siguen siendo consideradas como posesión demoníaca, y por consiguiente, hay que echar esos demonios de los infelices poseídos, eso afirman.

Hasta ahora la gestión pública de los gobiernos encabezados por personas provenientes de esas manifestaciones neopentecostales, han sido poco menos que desastrosas, ejemplo Brasil, Guatemala, Bolivia. El oscurantismo, sigue vigente, igual que en la edad media, y es una de las principales herramientas de alienación de los dueños del gran capital, de la derecha mundial y sus acólitos nacionales. Esa será una barrera a la hora de ir a repolitizar nuevamente a la población a lo largo y ancho del continente. IS 🧶

BIBLIOGRAFÍA:

Duby, George. Edad Media. Semanario Le Nouvel Observateur. Entrevista de André Burgiéri, con traducción de Sonia Levy Spira. https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/aab5d7dd-a2e6-47b7-bd64-de62125c43ff/la-edad-media-reencontrada-entrevista-a-georges-duby

Lipovesky, Gilles. La Mujer Posmoderna. Zona Erógena, Entrevista publicada en la Revista N° 42. Buenos Aires, Argentina. 1.999.

Solórzano Niño, Roberto. Psiquiatría Clínica y Forense. Editorial Temis, Bogota, Colombia. 1990.

Westheim, Paul. La Calavera. Fondo de Cultura Económica, Tercera edición. México, D F. 1.983.

POST DATA
La izquierda latinoamericana tiene que hacerse de una elevada moral, y su militancia aquilatarse de una ética a toda prueba. La corrupción es lo más antirrevolucionario, lo más pernicioso para una persona que incurra en ella y al mismo tiempo pregone que es un revolucionario. Honestidad y más honestidad en el manejo de la cosa pública, es una exigencia ética, permanente de quien ocupe cargos públicos y mucho más para una mujer, y para un hombre de izquierda. Nada de flojeras, nada de mentirle al pueblo. Junto con la demanda de satisfacción de diversas necesidades sociales a la población, para mejorar sus condiciones de existencia, o calidad de vida, dicha política debe orientarse, insoslayablemente, a realizar ciertos valores, como los de libertad, justicia social, dignidad humana o igualdad real, que tienen un profundo significado moral. No se puede hablar de una verdadera política de izquierda sin ponerla en acción con la moral. No se puede dejar la moral fuera de la política, pues bien, lo maquiavélico, el eficientismo, el pragmatismo y el realismo político, aunque no es exclusivo de la derecha, sí le es consustancial a ésta, no debe ser una práctica de la izquierda. Política sin moral, y moral sin política, terminan siendo la misma cosa. Y en eso la izquierda debe diferenciarse de la derecha. La izquierda no solamente está obligada a ser honesta, sino que también está obligada a parecerlo.-

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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