Ayer, estando en Cáceres, la ciudad donde se desarrolló mi primera adolescencia, la de los primeros amores y el descubrimiento de la gravedad de la vida, salí a darme una vuelta tempranera. El día, de finales de agosto, se presentaba nublado y fresco. Decidí adentrarme en el paseo de Cánovas, siendo el primer saludo que dirigí, hacia nuestro ejemplar poeta, D. José María Gabriel y Galán, cuyo monumento me quedé observando, después de haber pasado ante su presencia miles de veces en mi vida.
Se trata de una escultura, la que recuerda a Gabriel y Galán, en el paseo cacereño de Cánovas, cargada de simbolismo: el poeta aparece sentado, en actitud cómoda, y de respaldo sobre el saber que le elevó a maestro de la juventud, pero también del pueblo en su generalidad. Entre sus manos sujeta un libro, fundamento, de nuevo, del saber, y de la poesía, con los que supo enaltecer los valores tradicionales castellanos y extremeños, en una época en la que se empezaban a cuestionar.
Gabriel y Galán no solo estaba unido a Extremadura por los lazos maritales, al haber contraído nupcias con una cacereña, su abuelo materno, era natural de Coria, sin que extrañe esta mezcla, poco casual, puesto que la provincia de Cáceres y la de Salamanca, han mantenido unos tradicionales lazos históricos, en intercambios comerciales, y de capital humano, no en vano durante gran parte de la Historia, los estudiantes cacereños tenían por costumbre acudir a la Universidad de Salamanca, una de las de mayor prestigio en España, y próxima a nuestra tierra.
No olvidemos, tampoco, la mirada social que nuestro entrañable poeta dirige a la España de entonces, a caballo entre el siglo XIX, y el XX, mirada que se traduce en una serie de poemas que denuncian las injusticias que pesan sobre el pueblo, y las circunstancias de sumo atraso del mismo. Si Gabriel y Galán cantó a la vida bucólica campesina, y enalteció la religiosidad de su pueblo, tampoco fue ajeno a las penurias de las pobres gentes, que conocería de primera mano, porque sabemos que el maestro en un pueblo, es y era, una figura venerada, respetada, prácticamente autoridad, junto al alcalde, y el médico.
Se habla de si Gabriel y Galán era de derechas, que si era carlista, que era muy tradicionalista… pues yo, después de leer sus poemas extremeños, escritos en el habla local, que hoy llamamos Extremeño Castúo, solo veo a un hombre con un gran corazón, capaz de apiadarse de los males y de las desgracias ajenas, que pone de relieve en sus poemas, como no podía ser menos en uno de los representantes de la Generación de 1898.
Prosiguiendo con el simbolismo del monumento por Cáceres dedicado a tamaño poeta, nos fijamos en las cuatro esquinas superiores del rectángulo, que conforma este homenaje perenne, observando que alguien se ha adueñado de las dos lechuzas y las dos palomas, que culminaban cada uno de estos vértices. Como bien sabemos, la lechuza es un símbolo de la sabiduría, y la paloma un símbolo de la paz. Mejor expresado imposible, lo que viene a significar la poesía de José María Gabriel y Galán: llegar a la paz, a la concordia, a la convivencia fructífera y próspera, a través del saber y del conocimiento de la belleza.
Tampoco debemos pasar de puntillas, por el hecho de que las lechuzas y las palomas, que coronaban acertadamente las esquinas superiores del monumento, hayan sido usurpadas trágica y violentamente, en otro simbolismo que merecería ser analizado, sobre la situación que vivimos de desprecio hacia las letras y hacia la cultura.
FRAN AUDIJE
Fotografía del autor del texto.
Cánceres, España, 31 de agosto del 2025
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