Existe un fenómeno curioso en España, que se produjo entre los siglos XVIII y XIX, ante todo: el de los bandoleros. Lejos de creer que fueron casos aislados, de criminales muy concretos, dedicados al robo y el pillaje, raramente con práctica de muertes o asesinatos, el fenómeno del bandolerismo español, posee unas marcadas raíces sociales, en las que se justifica y enmarca, de una manera esencial.
La transición del siglo XVIII al XIX, en España, fue muy crítica y compleja, debido a que se desencadenaron diversos conflictos armados de enorme calibre, alguno de los cuales tuvo su prolongación a lo largo del siglo XIX, en una época de crisis muy genuina, debido a que, al tiempo que se producían cruentas guerras, se estaba desarrollando el paso de todo un sistema de vida socio-política, como fue el Feudalismo, a otro muy distinto, el Liberalismo, que desembocó en las actuales democracias occidentales, adalides del bienestar ciudadano, y del respeto a los derechos humanos.
La guerra de la independencia contra la invasión napoleónica, entre 1808 y 1814, la consiguiente pérdida paulatina de los territorios españoles de ultramar, en América principalmente, y las diferentes guerras carlistas, desarrolladas a lo largo del siglo XIX, como consecuencia de la pugna entre el antiguo régimen feudal, y el nuevo régimen liberal, fueron los conflictos armados de enormes dimensiones, a la vez que de mayor repercusión social, con consecuencias de empobrecimiento popular, y caída de valores culturales.
También debemos considerar las medidas que se fueron tomando, durante todo el siglo XIX, por parte de los gobiernos Liberales, de cara a sufragar la guerra contra los oponentes Carlistas, que obligaron a usurpar bienes sociales en tierras, y a dejar a la Iglesia sin prácticamente posesiones privativas. Hablamos de las desamortizaciones de bienes, principalmente la de Mendizábal, en 1836, y la de Madoz, en 1855. Las mencionadas desamortizaciones, supusieron el paso de la riqueza socialmente distribuida, como manera de subsistencia popular, a manos de una élite burguesa y aristocrática, que, en muchos casos, prosperó a costa de oprimir a las clases más desfavorecidas.
Todos estos sucesos, entre guerras gravísimas, metamorfosis políticas y sociales, y pérdida de anteriores fuentes de riqueza, como fueron los territorios españoles en América, contribuyeron de manera decisiva a que, determinados personajes con perfil más caracterizado, e incluso de vocación criminal, se “echaran al monte”, aprovechando la orografía de la península ibérica, plagada de sierras y accidentes geográficos, donde era fácil ocultarse o defenderse de la persecución policial, con el único fin de sobrevivir a costa del asalto de viajeros en los caminos, o de golpes de saqueo en poblaciones.
Estamos hablando de una España que, súbitamente, se había degradado en una profunda pobreza generalizada, principalmente en las zonas rurales, con marcado contraste con una nueva clase pudiente, la burguesía, que actuó de opresora, lo cual no debemos dejar de lamentarlo, propiciando, de tal manera, cierto apoyo social a estos villanos o bandoleros, desde el momento en que, llegaban a sentirse vengados, cuando eran golpeados los ricos opresores por las acciones de pillería o asalto.
El mencionado fenómeno de los bandoleros, a la vez de raíz social y criminal, llegó a adquirir dimensiones románticas e idílicas, de manera que sus protagonistas alcanzaron la categoría de héroes, en muchos casos. La fama de los bandoleros españoles, traspasó fronteras, y fueron considerados algo característico de nuestro país.
A finales del siglo XIX, se extinguió la costumbre de hacerse bandoleros, porque la eficacia de la lucha policial, con creaciones de cuerpos muy específicos en su persecución, como la Guardia Civil, y, sobre todo, la mejora en las comunicaciones, con el establecimiento del Telégrafo, fueron debilitando este fenómeno tan propio del romanticismo español.
FRAN AUDIJE
Fotografía Facebook.
Madrid, España, 29 de octubre del 2025
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