El caso del Juglar Chairo y la Máquina del Tiempo(Crónica policial desde la escena de un crimen cultural)


Cuando me llamaron, el delito ya estaba en marcha, pero nadie quería admitirlo.
Los reportes eran confusos: reuniones nocturnas, guitarras descolgadas a deshoras, risas que se mezclaban con discusiones sobre Juárez, Carlota, Elvia, la Reforma y la Cuarta Transformación. No había un cuerpo en la escena del crimen, pero sí una sospecha: alguien estaba intentando usar el teatro como arma política. Y eso, para ciertos sectores, es casi un acto de sedición.
La primera pista me llevó a unas noches de bohemia, allá por febrero o marzo de 2025, cuando el frío todavía obligaba a cerrarse la chamarra y calentar las almas. Las mesas parecían expedientes abiertos: vasos sudados, servilletas con garabatos, ceniceros repletos como archivos viejos. Entre rola y rola, la misma frase se repetía como clave secreta: “necesitamos fortalecer al movimiento desde el arte y la cultura”. Cada vez que alguien la decía, el ambiente cambiaba; era como si una luz se apagara en el sistema y se encendiera en la conciencia.
Ahí ubique a un primer sospechoso: un tal Ensástiga, militante terco y decidido. No hablaba fuerte, pero cada palabra parecía prueba incriminatoria. A su lado, una mente aguda, de ojos atentos y cuaderno en mano: Verónica Villicaña, dramaturga por excelencia, actriz de profesión, conspiradora cultural por decisión. Tomaba notas como quien levanta huellas dactilares en la escena de un crimen.
En la escena aparecía un tercer nombre: Everth Yamil. Director de teatro, viejo conocedor de escenarios imposibles, experto en transformar caos en puesta en escena. Si alguien sabía cómo convertir una idea en un montaje que moviera conciencias, era él. No tardó en quedar claro que no estábamos ante un acto aislado, sino ante una célula perfectamente organizada del movimiento cultural de la 4T.
El plan se urdió como se preparan los grandes golpes: sin estridencias, pero con absoluta precisión. No querían un panfleto, querían una farsa histórica musical capaz de abrir brechas. Una obra que reivindicara las causas sociales e históricas que dieron origen a la Cuarta Transformación, que pusiera en evidencia los hilos que conectan el pasado con este presente en disputa. Sabían que, para buena parte de la clase política, el arte es ornamento, relleno de programa, foto en el informe. Sabían también que pedir presupuesto para una obra de teatro sonaría, en más de una oficina, como un mal chiste. Pero cometieron el error más hermoso y peligroso: se comprometieron a hacerlo. Un crimen contra es status quo.
Desde entonces, las señales del complot se multiplicaron. Verónica empezó a desaparecer de algunas reuniones sociales; la encontraban rodeada de libros, biografías, documentos, como una detective literaria reconstruyendo la escena de un país roto y vuelto a armar desde abajo. Juárez, Carlota, la Reforma, Elvia, las luchas de las mujeres: cada personaje, cada periodo histórico, se iba archivando en su libreta como un testimonio clave.
Mientras tanto, Ensástiga recorría pasillos y hablaba con gente con una carpeta bajo el brazo, tocando puertas, planteando la idea, buscando aliados. A cada reunión dejaba una pista: la posibilidad de que el teatro se volviera trinchera, aula y plaza pública a la vez. No hablaba de funciones, hablaba de barrios; no hablaba de espectadores, hablaba de pueblo organizado. Se operaba pues, una conspiración artística.
Fue ahí donde aparecieron dos nombres claves en el expediente:
el Diputado local Juan Pablo Celis y Mireya Aguilar González la Secretaría de las Mujeres del CEE de Morena en Michoacán. Contra todo pronóstico, no solo escucharon: creyeron. Y lo peor para los enemigos del arte comprometido: decidieron apoyar. Destinaron recursos para el montaje y la producción. El crimen cultural adquiría así financiamiento, coartada y logística.
Con libreto en mano, Everth Yamil asumió la dirección como quien toma un caso imposible: actores con tiempos limitados, agenda política, presupuestos ajustados, imprevistos técnicos, egos, cansancio, urgencias. Los clásicos elementos de todo buen expediente teatral.
Al reparto se sumaron Selma Sánchez y Ramsés Figueroa, compañeros de movimiento, actores de carne y convicción. Entraron a la escena no solo con talento, sino con algo más raro: la certeza de que hacer teatro para la transformación es también una forma de militancia.
El argumento de la obra, revisado como si fuera evidencia, tiene todos los elementos delictivos:
Un programa de radio ficticio, “El Juglar Itinerante, Chairo Intelectual”, transmite desde una cabina donde, por accidente (¿o destino?), aparece una máquina del tiempo. Esa cabina se convierte en cuarto de interrogatorio histórico.
Primero irrumpe Carlota de Bélgica, aristócrata, monárquica, empapada de conservadurismo. Su visión de México como patio trasero europeo es exhibida, casi como declaración ministerial, ante el público.
Luego aparece Benito Juárez, presidente itinerante, con su historia de convicciones y resistencia a cuestas. Entre él y Carlota se desata un choque ideológico tan cómico como contundente: conservadurismo contra liberalismo, privilegio contra pueblo, imperio contra república. Es, en el fondo, la misma disputa que hoy vuelve con otros nombres, y que la obra desnuda con humor y claridad.
Entra después Elvia Carrillo Puerto, la sufragista, la mujer que luchó porque las mexicanas pudieran votar, decidir, existir políticamente. Su testimonio en escena es casi un dictamen pericial sobre lo difícil que ha sido la lucha de las mujeres en este país, pero también una declaración de amor y terquedad histórica. El momento más emotivo se da cuando, desde ese pasado de obstáculos y violencia, se entera de que en 2025 México tiene una presidenta de la República: ahí el tiempo se detiene, la cabina de radio parece hacerse más pequeña y sus ojos, que vienen de otra época, se llenan de una mezcla de incredulidad, alegría y desahogo. Es como si, en pleno interrogatorio, una testigo descubriera que su lucha no fue archivo muerto, sino la huella dactilar que conecta décadas de resistencia con un presente que por fin empieza a hacer justicia.
Los ensayos, por supuesto, no fueron pacíficos. Hubo días en que no había donde ensayar, el tiempo no alcanzó, el cansancio mordía y las dudas rondaban como detectives escépticos. Pero cada vez que el texto se decía en voz alta, que la máquina del tiempo imaginaria traía al presente a esos personajes, ocurría el mismo fenómeno: nadie quería rendirse.
Ensástiga afinaba detalles, Everth buscaba la mejor marca en escena, Verónica retocaba diálogos, Selma y Ramsés se apropiaban de los personajes, y entre todos iban componiendo canciones originales para cada uno de ellos, probando melodías y letras como si fueran nuevas pistas en el caso. Sabían que no solo estaban montando una obra: estaban armando un expediente vivo de la historia popular de México, la que rara vez aparece en los discursos oficiales.
El caso llega a su primer gran desenlace el martes 9 de diciembre, a las 5:00 pm, en la colonia Doce de Diciembre, en Morelia, Michoacán. No es un punto de llegada, sino la primera parada de una ruta más larga: ahí se consumará el “delito” de querer cambiar las cosas, estrenando una obra de teatro político hecha desde la militancia, financiada por aliados sensibles a la cultura y concebida desde el origen para recorrer barrios y colonias, ciudades y municipios que así lo quieran.
Todo ello no para dar lecciones desde arriba, sino para abrir diálogos, reírse de los viejos privilegios y seguir construyendo, junto con el pueblo, una democracia que nace desde abajo, desde la calle, desde la plaza, desde los barrios y colonias donde la obra se presenta.
Si este fuera un informe final, bastaría una línea: contra toda lógica y contra todos los obstáculos, el montaje se logró. Hubo ensayos duros, noches sin descanso, semanas de incertidumbre y presupuestos que parecían chiste cruel, pero nadie soltó la apuesta. Ensástiga, Everth, Verónica, Selma y Ramsés siguieron ahí, tercos, afinando escenas, canciones y convicciones, hasta convertir la sospecha en función, el deseo en realidad.
El móvil siempre fue el mismo: un amor profundo al pueblo y la certeza de que sin arte y cultura no hay transformación que resista el reloj de la historia. Las armas del “crimen” contra el status quo: un texto potente, un director comprometido, actores y actrices generosos, aliados sensibles y una máquina del tiempo que, en realidad, es el escenario mismo. El veredicto es claro: si este país quiere seguir cambiando de verdad, necesita más conspiraciones como ésta, más juglares chairos, menos Carlotas, más Juárez, más Elvia recordándonos que cada derecho nació de una rebeldía.
Caso cerrado. Pero la verdadera investigación empieza ahora, en cada barrio y en cada colonia donde esta obra se atreva a encender, otra vez, la esperanza.

Eden Ensatiga
Morelia, Michoacán, 8 de diciembre 2025

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa

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