(Publicado originalmente en el número 12 de la revista Unidad Parlamentaria, 02/Junio/2020)
Una preocupación actual es reflexionar, que nada angustia más, el fallido uso y desuso del lenguaje arreciándose más a través de las redes sociales. En algún momento, en cierta conversación, hace unos días, citaba yo el origen de nuestro idioma, enlazando su raíz hacia una continua evolución de las lenguas romances. El latín vulgar : precursor de lenguajes en movimiento, nos ha permitido conocer la rotación y la traslación de cada palabra; ahora mismo, yo que estoy escribiendo este artículo, tengo el sumo cuidado para ordenar cada una de ellas y asimismo asumo que tú como lector comprendes y captas el sentido inmediato de mi texto. Si de ROMANCEAR se trata, tal como lo propongo al principio, diré que vamos a tomar todas las vertientes y todos los significados posibles para este verbo. Romancear desde el sentido histórico de ubicarme en la Romania ( la mayor parte del Sur europeo del Antiguo Imperio Romano), donde las palabras que hoy escribo eran esbozos, bosquejos apenas. Estas y otras romanceaban en la campiña romana, como sonidos, como líneas, como símbolos acuciantes propugnando por salir y enfilarse hasta la trascendencia para ser escritas aquí, hoy, por mi. Romancear como coloquialmente se dice o se cree, que un «romance» es un coloquio o intercambio idílico de deseos y placeres sentimentales… Romancear, como yo lo veía a los 16 o 18 años, después de haber leído el «CANTAR DE MÍO CID» o el «CANTAR DE ROLDÁN»; donde le encontré el sentido más estricto al lenguaje o igualmente con la » DIVINA COMEDIA «, que fueron el comienzo de la comprensión y la conformación del vocabulario. Romancear en el sentido formal, enamorarse del lenguaje y visitarlo en cada libro, sentir cada letra como algo vivo, palpitando de emoción cada que nos volvamos a encontrar, en páginas tan distintas que las hacían cambiar de personalidad. ( Cada palabra con sus diferentes significados, teniendo y deteniéndose en pautas históricas, filosóficas, antropológicas, o literarias; con sus multiplicadas fases o personalidades. Porque cada vez que uno escribe, lo hacemos diferente, transformándonos en el agua de Tales de Mileto que da origen a la vida o en el devenir de Heráclito que lleva la premisa del cambio y la transmutación de los elementos terrestres, así como del pensamiento y de la vida misma (NADIE SE BAÑA DOS VECES EN EL MISMO RÍO)… Entonces el romance fallido con el lenguaje se da en la actualidad, a raíz de esas carencias, porque nos enseñaron a leer, pero como obligación para la escuela, para saber expresarnos, para poder intercambiar información; pero no nos dijeron que al libro había que sentirlo, vivirlo y cuidarlo. E igual trato con cada palabra: cuidarla y preservarla y no permitir su agresión al no escribirla bien. El romance con el lenguaje incluye su uso, pero en estos tiempos tan cambiantes estamos observando su lento y mal uso. También vemos las nuevas formas de utilizarlo con tecnicismos y léxicos copiados o transformados a través de otras profesiones u oficios. Detrás de cada vocablo escrito incorrectamente, nos encontramos intercambiando la corrección a través de la lectura. Romancear finalmente se nos convierte en el placer ético y estético de la Ortografía, de la Redacción y de la sintonía inigualable de ellas juntas. Romancear, es pues, buscarle el placer al lenguaje y devolverlo renovado, utilizarlo y saber que esa utilidad seguirá teniendo la honorable propuesta de darle una satisfactoria y correcta evolución.
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