(Una aproximación al “Mapa del Infierno” de Sandro Botticelli)
EDUARDO PINEDA PUEBLA, MÉXICO SEPTIEMBRE 2021
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La Carte de l’Enfer (Mapa del infierno) –Sandro Botticelli -ca.1480 –Florencia, Italia –Fotografía: Botticelli: de Laurent le Magnifique à Savonarole: Catalogue de l’exposition à Paris, Musée du Luxembourg, du 1er octobre 2003 au 22 février 2004 et à Florence, Palazzo Strozzi, du 10 mars au 11 juillet 2004. Milan: Skira editore, Paris: Musée du Luxembourg, 2003. ISBN 9788884915641
Dante Alighieri lo advirtió al pronunciar la horrible inscripción en la puerta del infierno: “Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se va hacia el dolor eterno, por mí se va hacia la perdida gente, fui creado por la omnipotencia de Dios a través de la sabiduría suprema y del primer amor, antes de mí no fue creado nada sino lo eterno y duró eternamente, quienes entráis perded toda esperanza”.
Lorenzo de Médici, fascinado por la sacra narrativa de Dante, pidió a Sandro Botticelli ilustrar la obra culmen de la literatura italiana, La Divina Comedia. La tarea era sin duda abrazadoramente extraordinaria, un pedimento sin paralelo en la historia del arte. Médici había pedido ni más ni menos que dibujar la concepción universal del castigo y la gloria eterna, porque Dante escribió la forma en que el mundo entendió la vida después de la muerte, y esa concepción fue aceptada por la mitad del planeta durante más de tres siglos.
De entre todas las ilustraciones realizadas por el artista Florentino, destaca una: La Carte de l’Enfer (Mapa del infierno), es una obra que exalta el detalle y la narrativa pictórica, que transmuta un fragmento del libro en una secuencia de imágenes. Es notable la expresividad de los rostros y los cuerpos plasmados en el embudo de escalafones del descenso al infierno. La obra grita, se queja, le duele. Hay dos viajeros entre los nueve peldaños curvos, imperativos y juiciosos, se trata de Dante y Virgilio. Como uno de ellos es el mismo autor, pone al observador (y al lector del libro también), en el lugar del visitante, del vigía del inframundo. No sitúa al espectador en el sitio del martirizado por su vida pecaminosa, si no en el del visitante que observa el castigo. Todos somos Dante conversando con Virgilio en la trágica ruta del mapa. Entonces, no empatizamos con los deudos que están en el fango o en las brasas, pero nos aterroriza la colección de escenas que observamos tras los ojos de Alighieri.
Ponerse ahí, como un personaje más, es un increíble y extremadamente asertivo logro del autor, porque nos sumerge junto con él en la obra. Nos ahoga y nos salva tantas veces que nos volvemos adictos al miedo a ser castigados de formas tan diversas que en más de una ocasión cerramos la novela o desviamos la vista de la pintura, pero siempre con el morbo humano de voltear y regresar de nuevo. De manera que, es coercitiva la ignominiosa forma en la que ambos italianos nos revelan aquello que nos espera después de morir.
En el primer círculo del Mapa del Infierno están los no bautizados y los paganos virtuosos, ellos no ameritan un castigo, pero si la lejanía de Dios por no haberse encontrado con Cristo. Es un lugar neutral para algunos estudiosos que lo comparan con los Prados Asfódelos griegos. A partir de ahí, los subsecuentes círculos cada vez más constreñidos hacia el temido centro aguardan para los pecadores que han sido cautivados por la lujuria, la gula, la avaricia y prodigalidad, la ira y pereza, la herejía, la violencia, el fraude y, el peor de todos los pecados: la traición, en este círculo encontramos por ejemplo a Judas Iscariote y demás personajes que se asemejan por haber terminado sus días tras un autocastigo, el suicidio por ahorcamiento.
En el “Canto XXVIII” de Dante en la “Divina comedia” leemos:
[…]
¿Dónde hallaré palabras, para hablar
de la sangre y heridas que encontré
entonces? No hay lenguaje que
lo quepa. No lo puede recordar
la memoria, ni imaginar
la mente humana.
Pues ni aunque
todos los muertos y lisiados de
las guerras que han dado en asolar
la Tierra, en su burla, todos juntos,
presentaran sus cuerpos masacrados,
sus vísceras, sus miembros destrozados
y dispersos, ni aún sería el esbozo
de la sombra, ni apenas los barruntos
del infinito horror de aquel pozo
inacabable.
Un tonel desfondado
no se le vaciara como aquel
deshecho que vi entre el tropel,
de cara hacia nosotros, sajado
de ingle a barba y reventado
en sus entrañas.
Le colgaba el
intestino entre las piernas. Del
hueco del vientre abandonado
le salían el hígado y riñones.
El estómago, ya sin sujeción,
oscilaba como un saco entre los
rotos genitales y el corazón,
sin vasos, pingaba en los jirones
de lo que fue pulmón
[…]
Y es desolador pensar en tal dolor. Situándonos en el pueblo tempranamente renacentista del año 1480 y empatizando con su cosmovisión limitada absolutamente por la institucionalidad de la iglesia, resulta menos difícil entender el miedo de los educados en las tradiciones cristianas. Y resulta también comprensible que la iglesia hubiera querido exacerbar la narración dantesca y, a través del arte majestuoso existente en la época, ilustrar el castigo venidero para los pecadores. Por eso no es de extrañar que un hombre como Lorenzo de Médici contratase a Botticelli para semejante labor. De esta manera Sandro Botticelli pasó a la historia del arte como un retratista de Dios y de sus planes para la humanidad, ya fueran en la salvación del cielo o en los castigos del infierno.
La obra que hoy resguarda la Biblioteca Apostólica del Vaticano goza de trazos dramáticamente detallados, de un colorido tan fino y delicado que se han requerido escaneos digitales de alta tecnología para apreciar los detalles de la obra.
Sandro Botticelli pintó el mundo eclesiástico renacentista y diversas obras más, no todas religiosas. Por ejemplo: “El nacimiento de Venus”, “La primavera”, “Virgen del magníficat”, entre muchas otras. Y en todas podemos notar un contraste exquisito de belleza y armonía contra el infame “Mapa del infierno”, lo que nos revela a un artista ecléctico, abierto y virtuoso.
Cerca del año 1480, a petición de Lorenzo de Médici, tras un contrato escrito bellamente y con la Florencia renacentista a sus pies, Botticelli pintó en el “Mapa del infierno” la razón por la cual el mundo occidental teme a la muerte, dibujó sobre un pergamino con trazos de punta de metal y líneas exactas, una afrenta a las miserias humanas, una invitación también a vivir en la virtud y logró una obra maestra que es pintura y verbo al mismo tiempo. Cuando miramos este embudo, miramos el camino hacia dentro de nuestras conciencias, nos situamos tal vez en uno de los círculos y nos asimos de la mano de Virgilio para saber si también nos puede llevar en el sentido contrario fuera de los peldaños, de camino al cielo.
De manera que Botticelli pintó nuestra conciencia y dejó su arte en la memoria y el alma de sus espectadores. Nos explicó el pecado como una autodestrucción y por ende la virtud como una construcción humana del espíritu conducente a Dios.
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2 comentarios en “PERDED TODA ESPERANZA”