24 de agosto pero de 1821.

Los 25 días más estresantes de Don Juan de O’Donojú en la Vera Cruz.

Los Tratados de Córdoba y el Plan de Iguala para Consumar la Independencia de México. Segunda parte.

Por: Raúl Jiménez Lescas

Juan O’Donojú informa de su llegada a Veracruz

El penúltimo día de julio de 1821 el nuevo “virrey” de la Nueva España, Don Juan O’Donojú fondió el puerto de Veracruz. Viaje largo, cansado y llegó muy mareado. Era normal en esos tiempos, todos llegaban bien mareados de alta mar. Descansó varios días, lo cual quiere decir que siguió muy mareado. Tomó la pluma y el 3 de agosto de 1821 le escribió al “Excelentísimo señor ministro de la Guerra”: “El 30 del pasado fondeé en este puerto, el 1º. del corriente me trasladé al castillo de San Juan de Ulúa, el 3 hice en manos del gobernador de la plaza, por la imposibilidad de verificarlo en las de mi antecesor, el juramento prescrito en la Constitución [Cádiz], encargándome del mando militar y político como capitán general y jefe superior nombrado por Su Majestad de estas provincias.” Se entiende que no sería “virrey” de la Nueva España sino capitán general militar y político y jefe superior de la niña mimada de la corona española, según el espíritu y letra de la Constitución de Cádiz, restituida por el golpe militar contra el mismísimo rey de España el año anterior inmediato. Es decir, en el año del señor de 1820.

Era la primera y última vez que estaría en Veracruz, el primer ayuntamiento del actual México por decreto y decisión del conquistador Hernán Cortés por ahí un día como el 22 de abril de 1519.
Me encanta el tal Don Juan por su agudeza política, pues con sólo 96 horas, 20 minutos y 32 segundos de estar en Veracruz sacó una conclusión tajante y sin dejar dudas a su majestad, Fernando VII: “… estas provincias… [están] reducidas al estado más deplorable, el espíritu de independencia anima a casi todos sus habitantes. El coronel Iturbide manda en jefe el ejército que se llama Imperial de las Tres Garantías, multitud de otros jefes ya militares, ya patriotas, comandan fuerzas, más o menos todos están a las órdenes del primero, y aunque nominalmente no puedo señalar las provincias declaradas independientes por falta de noticias exactas, es voz común que lo están casi todas.”.

Don Juan estuvo mareado por las olas del mar, pero no por los informes de la realidad política y social de la Nueva España. ¿Cómo no le informaron ese estado deplorable de las provincias y el espíritu que animaba a los pobladores de la Nueva España a su Majestad en 11 años de Guerra de la Independencia?
Sin pelos en la lengua, Don Juan le confesó a la Corona Española: “El virrey de Nueva España fue depuesto en México el 5 del anterior por las tropas de la guarnición, entregando el mando al mariscal de campo D. Francisco Novella, subinspector de artillería; su adjunto bando manifiesta las intenciones de este general y sus disposiciones. Igualmente que el virrey, sufrió en Monterrey el general Arredondo el 3, entrando en su lugar Echegaray, declarado independiente, también lo es Negrete, que ha sustituido a Cruz, arrojado de Zacatecas y cuyo paradero no se sabe con certeza. El coronel Quintanar, que mandaba en Valladolid, abandonó su encargo trasladándose al ejército de los que desconocen al gobierno español. Las tropas europeas son un corto número las que quedan, pues es continua la desmembración de partidas que desertan siguiendo el ejemplo de muchos jefes y oficiales.” Me da la impresión que ni Vicente Guerrero ni Guadalupe Victoria pudieron pintar semejante cuadro de la realidad novohispana en víspera de la Independencia. Don Juan lo hizo en 96 horas, 20 minutos y 32 segundos de estar en el puerto de la Vera Cruz.

Su diagnóstico fue contundente e inobjetable: “La capital se conserva [CDMX], pero es de temer que dure poco en nuestro poder porque carece de recursos contra un enemigo poderoso [¿los insurgentes estaban aislados? ¿los trigarantes en crecimiento?]. Sea como sea, el enemigo era poderoso y se haría del poder de la capital.
Don Juan estaba perdido para asumir su cargo conferido por su Majestad de Madrid. Lo supo cuando fondió el puerto y le chismearon suave y alegremente la realidad española de su próxima ex colonia imperial. Escribió sin parar y reparar: “Yo he apoyado con el capitán general de la isla de Cuba la solicitud de este gobernador y ayuntamiento que le piden 1 000 ó 1 500 soldados; podría también Su Majestad dignarse mandar se trasladasen a este punto las tropas de Venezuela, en donde son absolutamente inútiles (como digo al rey por conducto del secretario de la Gobernación) pero sobre ver las grandes dificultades que ofrece uno y otro, entiendo que todo será esforzarse sin fruto y que los socorros llegarán tarde, suponiendo que aun cuando llegasen a tiempo no hay fuerzas contra un vasto Imperio decidido por la libertad y que jura sostenerla a toda costa; al mismo precio defenderé yo esta plaza, y para que me auxilie detengo al navío Asia, cuya guarnición y tripulación desembarcaré cuando convenga, e iguales esfuerzos haré por ver si estos hombres pueden reducirse a un deber, pero el recurso de los papeles y de las negociaciones es inútil cuando no hay ejército que imponga.”.

Pero la suerte estaba decidida: ni mil o mil 500 soldados de las tropas de Venezuela, ni las fuerzas del navío Asia detendrían al “vasto Imperio decidido por la libertad y que jura sostenerla a toda costa”.
Tenía Don Juan razón: “… pero el recurso de los papeles y de las negociaciones es inútil cuando no hay ejército que imponga.”. Se impuso el Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide, aliado de Vicente Guerrero, Antonio López de Santa Anna y Guadalupe Victoria.
¿Por eso decidió firmar el Tratado de Córdoba el 24 de agosto de 1821? Tratado que no tenía facultades para firmar. Pero lo firmó.

En México hay un dicho que reza: “Nadie sabe para quién trabaja”. Don Juan no supo que trabajó para el Emperador Agustín I y no para su rey, Fernando VII. C’est la vie!, dicen los franceses. Y yo agrego: además.. ingrata.
La carta de Don Juan cerró así: “Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Veracruz, 3 de agosto de 1821.”. En realidad fueron 30 días, el 27 de septiembre de ese año del Señor, se consumó la Independencia del Imperio de México.

Fuentes:
Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero] Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.


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