Los últimos instantes del generalísimo Morelos

Por: Raúl Jiménez Lescas
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Fue un viernes 22 de diciembre de 1815 cuando fusilaron a Morelos. El invierno acababa de entrar y se coló por las paredes donde el reo estaba preso: era la casa de descanso de los virreyes en San Cristóbal, Ecatepec. Ahora es un Museo a Morelos. Un monumento nacional se levanta ahí donde lo fusilaron.

Rezó mucho como buen cura y creyente que siempre lo fue, aunque la Inquisición lo declaró «ateo». Morelos no hizo caso, porque se hincó ante la Guadalupana en su paso por la Villa de Guadalupe. Dice Carlos Herrejón que le dieron un caldo con garbanzos y se lo bebió con apetito. El cura Salazar lo atendió en sus plegarias y se confesó: «Señor, sí he obrado bien tú lo sabes; y sí mal, me acojo a tu infinita misericordia».

Salió hacia las 3 de la tarde de este viernes fatal, 22 de diciembre de 1815. Se tropezó por los grilletes que llevaba. Abrazó a Concha que lo había escoltado para fusilarlo. Le dijo que la turca que llevaba sería su mortaja, mientras los tambores anunciaron el fusilamiento. Dice Herrejón que el cura Salazar le dijo: piense que acá es el lugar donde Jesús se redimió.

Morelos mismo se vendó los ojos. Lo colocaron de espaldas por ser un cura y le dispararon 4 cargas de fusilería. Cayó y se quejó con fuerza del dolor. Luego les dispararon otras 4 cargas de fusilería y una le pegó en la pierna y quemó el pantalón.

Fue enterrado a las 4 de la tarde en San Cristóbal, Ecatepec. Nadie sabe dónde están sus restos mortales. Es una incógnita de la Historia de la Revolución y Guerra de Independencia.


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