23 de diciembre de 1813: La derrota de Morelos en su tierra natal, Valladolid.

Por: Raúl Jiménez Lescas
Correo: rjlescas@gmail.com
Whats: 4437348310

Ciudad de Morelia, Michoacán 28 de diciembre del 2022

Así lo narró Don Lucas Alamán (que sentía admiración por Iturbide no por Morelos):
“Morelos desde las lomas de Santa María que con todas sus fuerzas ocupaba, dió principio al ataque de la ciudad de Valladolid el 23 de Diciembre de 1813, destacando a las nueve de la mañana, las dos divisiones que mandaban D. Hermenegildo Galiana (Galeana) y D. Nicolás Bravo, que entrambas hacían tres mil hombres de la gente más florida de su ejército, para apoderarse de la garita del Zapote, pues aunque era esta la más distante de su campo, debían llegar por ella al socorro de la plaza Llano e Iturbide, que sabía estaban en marcha con las tropas de Toluca y del bajío, que como hemos dicho, formaban el ejército llamado del Norte, mandado por Llano en jefe e Iturbide como su segundo, y con otra parte de las suyas, hizo un ataque falso por el llano de Santa Catarina, para encubrir el objeto verdadero de su movimiento.
El comandante de la plaza D. Domingo Landázuri, distribuyó en las garitas los cuerpos de la guarnición, que eran el primer batallón de la Corona, el ligero de México y los dragones de Tulancingo con varios destacamentos de otros; las cortaduras de las calles fueron custodiadas por el paisanaje armado de la ciudad, al mando de los vecinos más distinguidos de ella, y dejó un cuerpo de reserva en la plaza con cuatro cañones, para acudir al punto por donde más apretase el enemigo, dando aviso a Iturbide, cuya unión con Llano ignoraba.
Galiana (Galeana) y Bravo atacaron reciamente y tomaron el fortín construido a corta distancia de la garita del Zapote para defensa de esta, conforme a las órdenes que tenían, quedando el primero sosteniendo aquel punto, y el segundo se adelantó al camino por donde debían llegar Llano e Iturbide, entre tanto que Landázuri, visto que el ataque verdadero era al Zapote, cargó allá todas las fuerzas de su reserva y las que pudo retirar de otros puntos, con lo que recobró el fortín perdido, de que volvieron a hacerse dueños Galiana y Bravo reunidos, restableciéndose en sus posiciones; pero en este momento se presentó Iturbide, que habiendo atravesado la cerca de Penguato (Punhuato), oculto por la loma que forma la subida al cerro de este nombre, amenazaba envolverlos por la izquierda con la caballería que mandaba, al mismo tiempo que Llano con el 2° batallón de la Corona, dos piezas ligeras y setenta caballos, los atacaba de frente en las cercas en que estaban parapetados, y habiendo en esta sazón vuelto a la carga la guarnición, Galiana (Galeana) tuvo que abandonar en dispersión la posición que ocupaba en la garita, y la división de Bravo atacada por todos lados, intentó retirarse en buen orden, pero siendo muy largo el espacio que tenia que atravesar hasta volver a las lomas de Santa María, sin que Morelos hiciese movimiento alguno para socorrerla, perdió casi toda su infantería, dejando en poder de los realistas tres piezas de a 3, banderas, parque y doscientos treinta y tres prisioneros, la mayor parte desertores de las tropas del gobierno y entre ellos muchos de los regimientos europeos, que todos fueron fusilados a la orilla de las zanjas en que habían de ser enterrados sus cadáveres.

En la mañana del 24 entraron en Valladolid las divisiones de Llano e Iturbide con toda su fuerza, y los insurgentes se mantuvieron tranquilos en su campo, hasta la tarde, en la que Matamoros, a quien Morelos había encargado la dirección de las operaciones militares, hizo pasar lista y presentó delante de la plaza toda su infantería en la llanura que media entre esta y las lomas de Santa María, haciendo ostentación de sus músicas y formando una débil línea a dos de fondo, mientras que la caballería quedó sobre las lomas en la misma disposición. Llano, dudando si aquel movimiento era con objeto de atacar la plaza en la noche, o para hacer en esta su retirada, dispuso que el coronel Iturbide saliese a practicar un reconocimiento con ciento setenta infantes de la Corona, fijo de México y compañía de Marina y ciento noventa caballos de fieles del Potosí, dragones de S. Luis y S. Carlos y lanceros de Orrantia.

La reunión de las dos divisiones de Llano e Iturbide había excitado una rivalidad honrosa de valor entre ambas: dícese que son valientes esos Fieles del Potosí, dijo Iturbide al salir de la plaza, a D. Matías de Aguirre que los mandaba: ahora lo veremos, mi coronel, contestó Aguirre con laconismo vascongado.
Iturbide se adelantó hacia el enemigo, llevando los infantes a la grupa de los caballos, y en vez de hacer un reconocimiento, empeñó la acción, rompiendo fácilmente la débil línea de la infantería de los insurgentes, y aunque bajó en apoyo de esta un cuerpo numeroso de caballería, emprendió atacar a Morelos en su mismo campamento, defendido por veintisiete cañones, teniendo que trepar por una subida estrecha y difícil, dominada por todas partes por los fuegos de los contrarios.

La obscuridad de la noche que sobrevino, aumentó la confusión y desorden causado por el ataque de Iturbide en el campo insurgente; el mismo Morelos corrió riesgo de ser cojido (atrapado), habiendo estado algún tiempo entre algunos Fieles del Potosí, que no conociéndolo porque casualmente montaba en silla militar, cosa que no acostumbraba, hirieron gravemente a su confesor el P. brigadier D. Miguel Gomez, cura de Petatlán: los que acompañaban a Morelos dieron muerte a tres de aquellos y lo libraron.
El desorden crecía y los insurgentes sin conocerse, creyendo que los realistas estaban entre ellos, siguieron haciéndose fuego unos a otros durante mucha parte de la noche, mientras que Iturbide volvió a la ciudad a las ocho, llevando por trofeo de su victoria cuatro cañones y dos banderas tomadas en el campamento enemigo. Llano había mandado para reforzarlo, a su ayudante D. Alejandro Arana con tres compañías del fijo de México, a las órdenes del capitán D. Vicente Filisola y ciento cincuenta caballos, que no llegaron a tomar parte en el combate. No parece que tuviese nunca efecto la órden de Morelos, para que en su ejército se pintasen de negro todos, de capitan abajo, la cara y manos, y también las piernas los que las tuviesen descubiertas, pues no se hace mención de esta circunstancia en ninguna de estas acciones.
La de las lomas de Santa María, más que una función de guerra, se asemeja a las ficciones de los libros de caballería, en que un paladín embestía y desbarataba a una numerosa hueste: en esta, Iturbide con trescientos sesenta valientes, acomete en su propio campo a un ejército de veinte mil hombres acostumbrado a vencer, con gran número de cañones, y vuelve triunfante entre los suyos, dejando al enemigo en tal confusión, que realizándose la fábula en que la fecunda imaginación del Ariosto, finge que la discordia conducida por el arcángel S. Miguel por órden de Dios se introduce al campo de los moros y hace que estos se destruyan peleando entre sí, los insurgentes combaten unos con otros, y llenos de terror se ponen todos en fuga, el primero Morelos, con su escolta llamada de los cincuenta pares, abandonando artillería, municiones y todo el acopio de pertrechos hecho a tanta costa y en tanto tiempo, para venir a ponerlo en poder del enemigo. En vano Matamoros, Galiana (Galeana), Bravo, Sesma y algunos otros, trataron de contener a los que huían; casi todos los abandonaron, no pudiendo reunir doscientos hombres de tan gran multitud, y tuvieron que ceder al impulso general.
Acción tan extraordinaria, exige que se haga mención de los principales oficiales que en ella se hallaron: mandaba a los Fieles del Potosí como ya hemos dicho, el teniente coronel D. Matías Martin de Aguirre, navarro, avecindado desde jóven en las minas de Catorce, en cuyas inmediaciones vive todavía, cuando esto escribo, y entre los oficiales de aquel cuerpo se contaba el capitán D. Miguel Barragán, que ha muerto siendo presidente interino de la República; el piquete de la Corona iba a las órdenes del capitán D. Vicente Endérica; la compañía de cazadores del fijo de México a las del teniente D. Rafael Senderos, y la compañía de Marina a las del teniente de navío D. Dionisio Guiral: a Iturbide lo acompañaban como ayudantes D. Ramón Ponce de León y D. Antonio Gaona, todos americanos, a excepción de Aguirre, Guiral, algunos oficiales y los marinos. Pero lo que excede toda credibilidad y a que apenas podrá dar crédito ningún hombre sensato, cuando acaben de calmarse las pasiones excitadas por las preocupaciones e intereses del momento es, que cuando después de la independencia, se han variado los nombres de muchas poblaciones, causando grave confusión en la historia y en la geografía, se haya dado a Valladolid el nombre de Morelos, que huyó vergonzosamente a la vista de aquella ciudad, la que hubiera tenido la suerte funesta de Oaxaca si hubiera caído en sus manos, y no el de Iturbide nacido en ella, que la libró de una ruina cierta por una acción tan bizarra que raya en lo fabuloso, no habiéndose erigido ningún monumento público a su memoria, ni aun puesto una simple inscripción para designar la casa en que vió la luz primera.

Tal ha sido el trastorno que ha producido en las ideas, el absurdo principio que ofendiendo a la verdad y al buen sentido, se ha querido establecer, de despojar de la gloria de haber hecho la independencia a los que verdaderamente la verificaron, para atribuirla a los que no hicieron más que mancharla y retardarla!

Dispuso Llano el 25, que todas las tropas del ejército del Norte unidas con las de la guarnición, lo que componía una fuerza de tres mil hombres, avanzaron en dos columnas sobre el campo de Morelos, creyendo que este se mantenia en él; todo había sido abandonado y los pocos insurgentes que aun habian quedado, se pusieron precipitadamente en huida; solo se encontró al desgraciado P. Gomez, que estando gravemente herido, fue conducido a Valladolid para ser fusilado en una de las plazas de aquella ciudad.
Llano hizo que Iturbide con toda la caballería siguiese el alcance, y habiendo perseguido a los que huían hasta el pueblo de Atécuaro a cuatro leguas de distancia, tomó porción de municiones. Morelos llegó a la hacienda de Chupio, en donde se detuvo para reunir los dispersos, y de allí se retiró a la de Pumaran (Puruarán), distante veintidos leguas al S. O. de Valladolid, con el designio de pasar al pueblo de Uruapan, pero se quedó en Pumaran (Puruarán), habiéndosele reunido en aquel punto D. Ramon Rayón con la gente que sacó de Zitácuaro, que eran unos setecientos hombres, con los cuales y los fugitivos de Valladolid que continuaron presentándose, volvió a juntar una fuerza de cosa de tres mil hombres, de los que dos mil doscientos eran de infantería, con veintitrés cañones.
Llano, resuelto a seguir a Morelos hasta donde se hubiese retirado, salió de Valladolid con su ejército el 30 de Diciembre dirigiéndose a Tacámbaro; más varió tomando el rumbo de Pátzcuaro, por habérsele informado que aquel se hallaba en esta ciudad.

El lector entenderá este relato en el cual Don Lucas Alamán no tenía simpatía por Morelos pero sí por Iturbide. Lo importante del relato es que nos da muchos detalles de las razones de la derrota del ejército insurgente. La estrategia de Morelos de repetir la exitosa toma de Oaxaca en 1812 no podía funcionar en Valladolid (hoy Morelia). Los realistas también aprendieron en la guerra, no sólo los insurgentes.


Descubre más desde REVISTA UNIDAD PARLAMENTARIA

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Un comentario en “23 de diciembre de 1813: La derrota de Morelos en su tierra natal, Valladolid.

Deja un comentario