RUBÉN DARÍO, EN EL RECUERDO

Félix Rubén García Sarmiento, el precoz poeta nicaragüense de Metapa, muerto ahogando las penas poéticas en el también patrio León, actuó de renovador de la decadente literatura en castellano, tras su exhausto paso por el Romanticismo, y significó un nexo, que quizá se había perdido, entre la América hispana, todavía sintiendo el gusto agridulce de su emancipación de España, y esta misma, rumiando una decadencia nunca abandonada, pero que predisponía a las propuestas del joven renovador, Darío, de escapismo de una realidad aborrecida, en alas de los ideales del placer más idealista, en definitiva, buscando la eterna felicidad, tan alejada de la humanidad entonces como ahora.

Debe su apodo literario, nuestro poeta, a una tradición familiar enlazada con un antepasado de apellido «Darío». También fue la familia, en principio desestructurada, del hombre y maestro, una de las mayores influencias de vida que recibiera, a la postre reflejada en el nuevo estilo engendrado, también marcado por sus progenitores adoptivos, afortunadamente habitantes del mundo de las letras y de la cultura. Si el joven Rubén sufrió la amargura de un padre alcohólico y mujeriego, y de un hogar destrozado, también fue consolado por unos tíos que se hicieron cargo de él, y le transmitieron el veneno del amor a la poesía, para morir a una vida en la que no encontraba satisfacción.

El Modernismo, fiel hermano del Romanticismo, pero como fuerza impulsora decididamente, hacia la Luna de un nuevo mundo poético, con un nuevo código literario, merced al parnasianismo y al simbolismo franceses, pero en la órbita nunca abandonada de un Gustavo Adolfo Bécquer o de Víctor Hugo, y de tantos autores de la época liberal: Julián del Casal, Ricardo Jaimes Freyre, José Asunción Silva, José Martí, Salvador Díaz Mirón o Salvador Rueda, en la que el mundo se desmarcaba de las viejas cadenas absolutistas, a fuerza de sangre y martirio, alcanza sus cotas más sublimes y embriagadoras, en aquella obra mítica, como fue Azul (1888), a la que continuó, Prosas profanas (1896), Cantos de vida y esperanza (1905), o El canto errante (1907).

Rubén, pronto fue reconocido por la sociedad y por la política de la época, en sus evidentes valores intelectuales, ejerciendo de embajador de Nicaragua en España y en Francia, donde también descubrió los placeres europeos, en las mujeres y en los licores, y continuó buscando la felicidad. Una felicidad que siempre se le escapaba, hacia las arpas de la lírica poética, donde fue investido de laureles, para morir una melancólica noche del 6 de febrero de 1916, aferrado al licor de una botella con forma de mujer, mientras las mágicas e idolatradas ninfas, tantas veces invocadas, le venían a recoger.

FRAN AUDIJE

Madrid, España, 18 de enero 2023


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