Lo ve correr con el papalote. Este describe un círculo y luego se precipita.
Martina sonríe desde la banca en la que ve al niño correr a toda su velocidad para volar un papalote. Después su mirada, en un papalote rojo que cae sin remedio hasta romperse la saca del parque.
Esa edad tendría Santiago, pero no llegó jamás. En el dolor callado, en su tristeza desconsolada no cabe nadie, porque nadie pudo entenderla.
Una maternidad perdida a veces permanece en el vacío de los brazos, y la canción de cuna que no se cantó, que hace llorar cuando se escucha.
La implacable pregunta de sus familiares, queriendo saber cuándo tendrá hijos, ignora su oscuridad. Santiago guardó con él toda posibilidad de otro embarazo, y la pregunta se vuelve cruel al ignorarlo.
Martina no volverá a ser madre, y un suspiro que busca continuar con la vida es lo último que dedica a ese niño desconocido que ahora llora por su papalote roto.
Parece que la familia pregunta creyendo que la felicidad de toda mujer es la maternidad, pero Martina se asoma al hueco del corazón con esas preguntas que no resultan alegres, pues ella no quiere volver a pasar por eso. Ella cerró toda posibilidad.
-Estarías tan feliz con un niño- La tía Graciela pregunta mirando atenta toda reacción
-No tía. Yo no.
Y las palabras son dagas que olvidan el respeto a decisiones ajenas, reduciendo a Martina al útero, como la única opción biológica posible.
Martina se levanta y empieza a caminar en el parque, lejos de la tía, lejos del papalote, lejos de un Santiago tan presente en sus pensamientos, en busca de sí, de lo que una mujer sin hijos puede ser.
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De excelencia esta narración, siempre me han intrigado los pensamientos tristes de la humanidad y Leticia los sabe vertir en la literatura. Volcar o vertir.
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De excelencia esta narración, siempre me han intrigado los pensamientos tristes de la humanidad y Leticia los sabe vertir en la literatura. Volcar o vertir.
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