El No Inmortal: Camina por el mundo en las horas solitarias. Ha vivido tres siglos mientras ve a sus parejas envejecer y morir. Es inmortal: No puede morir. La soledad lo invade. El anhelado deseo de perecer lo acaricia cada mañana al despertar: “Otro amor. Otro siglo. Otra muerte. Otra época una y otra y otra vez”. Muerte es lo que ve alrededor. Si tan sólo pudiera lograrlo… Recuerda a un autor… uno de sus cuentos: el loco le decía al médico: “Al fallecer y me volveré una estrella más grande para pulverizar a quien me hizo esto: Ese planeta despectivo”. Señalando arriba: corvo cabizbajo. Todavía pretendiendo erguirse con carácter. El hombre de siglos, pese a estar rodeado de un entorno desalmado. Camina y ve por la calle a una mujer de cabello negro. Vestida de látex translucido en partes. A veces cercanas a lo no permitido: “¡Una más…!”, pensó. Ella volteó y lo miró de reojo. “¡Ja!”, sonrío. Pero ya hasta el cinismo se le había ido al paso del tiempo. “Bueno, tal vez”. Se podría volver un ser insignificante. Alguien a quien nadie le leyera el pensamiento. Ni le distinga. Escuchando al caminar a los muertos de hambre con los ojos abiertos de anonadismo alucinado. Buscando una respuesta en los demás. Para sólo ver su misma cara en todos lados. Al highlander sólo le queda andar: “Sí una más”. Le han tomado todo y hasta el más mínimo fragmento de su pensamiento, el deseo de no ser papá y de robarle su sensibilidad, pese a nacer varón. Lo que daría porque a una mujer no le hubieran enjaretado niños. Para él cogérsela como se le diera la gana. Así los demás lo pagarían. Decir sería el inverso resultaría poco. Buscaban al inmortal: lo tienen. La mujer voltea con ojos serios. Ni sugerentes ni ausentes. El hombre –quien no tuvo la culpa ni de ser ángel– trataría una vez más. El comensal lo vio “Yo me salvé, al menos, de verme como los demás. Tal vez sea culpable. Pero no lo voy a sufrir a él todos los días”. Los demás sonrieron ingenuos: “Se les iba a hacer otra vez” Seguirían siendo felices. Sabían que no eran estúpidos porque le habían visto la cara. Alguien quien todavía anda por ahí dijo alguna vez: Todo lo que haces en la vida surte efecto de inmediato. Tal vez todos sabían quien era el inmortal. Pero les tenía sin el menor cuidado. “ ”’¡¡¡Al dígauyna…!!!’” “ Todo se revirtió. Lo que siguió no fue ya de la incumbencia de los demás. Aunque siempre sabrían lo que eran y serían cada hora, cada día. Viéndose al rostro uno al otro… El juicio final había acontecido. Nunca sabrían… Pero sabían que eran estúpidos y no se lo podían ocultar.
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