Por: ATILIO BORON Ahora se recuerda el nacimiento de Cristo, hijo de un artesano y carpintero, vástago de una familia judía de refugiados y migrantes. (Refugiados y migrantes suman, al día de hoy, unas 80 millones de personas). De niño se destacó por su inteligencia, su humanismo y su finísimo sentido de la justicia que dejó en ridículo a los doctores de La Ley del Sanedrín. En la actualidad esos doctores dictan cátedra en universidades y difunden sus mentiras por los medios de comunicación, y también suelen quedar en ridículo, pero los medios los protegen. Echó a latigazos a los mercaderes del templo y condenó la usura. Siempre estuvo del lado del pueblo, de los oprimidos, de los excluidos, de los otros y las otras estigmatizadas, con María Magdalena como caso paradigmático. Condenó la hipocresía y el sesgo antipopular de las leyes que regían en Judea. Criticó al imperialismo de su tiempo, el romano; a los lacayos que lo representaban y a los sacerdotes y fariseos que elaboraban doctrinas para demostrar que la fidelidad a Roma era lo mejor que podía hacer el pueblo judío. Por eso se lo recuerda como el primer gran luchador antiimperialista de la historia. Por su prédica que movilizaba multitudes Cristo fue detenido, escarnecido, torturado y en un juicio infame sentenciado a muerte en las pascuas judías del año 33. Nos legó una doctrina basada en el amor, el afán insaciable de justicia y el rechazo al poder del dinero, del imperio y sus sirvientes. Por eso sólo se es verdaderamente cristiano si se es revolucionario. Y nos legó también otra enseñanza: que no basta con poseer las ideas correctas si no se construye una organización capaz de convertirlas en el motor de la historia. Por eso le encomendó a sus apóstoles, a los cuadros de la nueva fe, crear un instrumento político de convocatoria universal que congregase a los pueblos sometidos por Roma –que en esa época histórica se traducía como “iglesia”- para oponerse al imperio romano y al poder establecido en Judea y para construir un nuevo mundo.
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